Ava despertó al sentir un cosquilleo a lo largo de su espalda. Sonrió al darse cuenta que eran besos. —Podría acostumbrarme a despertar así. —Es hora de levantarse —anunció Alessandro depositando un último beso en su espalda. —¿Qué hora es? —preguntó ella, reacia a moverse. Ava estaba perfecta donde se encontraba. Se acomodó mejor y sonrió aun sin abrir los ojos. —Cerca de las siete de la mañana. No entendía porque la despertaba tan temprano. Aunque él se escuchaba tranquilo por un segundo pensó que tal vez algo había pasado con su hermano. —¿Todo bien con Matteo? —Sí, hablé con él hace un rato. —Ava recuperó la calma—. No paró de quejarse sobre lo mucho que odia quedarse en cama. Ambos se rieron. No le sorprendería que Matteo ya estuviera trabajando desde su cama en la clínica. Si en algo eran muy parecidos los hermanos De Luca, era respecto a los negocios, no sabían cuándo parar. Matteo necesitaba una mujer que le enseñara a parar. Ava giró su cabeza hacia Alessandro.
Cuatro días. Tan solo cuatro días. Ese era el tiempo que Matteo había aguantado hospitalizado antes de pedir su alta. De hecho habían sido dos días, pero Ava le había lanzado una mirada mortal que él no había tenido más remedio que callar. Pero al cuarto día, mientras Alessandro y ella aún estaban en el hotel, Matteo había aprovechado para hacer que el doctor firmara su alta. Cuando llegaron al hospital, él ya estaba esperándolos cambiado con una muda de ropa diferente a la bata de hospital y una sonrisa presumida. —¿Qué se supone que estás haciendo cambiado? —preguntó Ava. —El doctor acaba de firmar mi alta. Dijo que estaba lo suficientemente bien para irme a casa. Ella ni siquiera lograba entender cómo había logrado que eso sucediera un día domingo, pero no le sorprendería saber que Matteo había utilizado alguna de sus influencias y que probablemente había sobornado a algunas personas. —¿De dónde sacaste esa ropa? —Del equipo de seguridad, se los pedí y me lo trajeron de inme
Giovanni abrió la puerta del auto y la mantuvo sujeta mientras los niños y Ava bajaban del auto. Ella se arrastró por el asiento y miró hacia afuera. Ese era el próximo paso. Quería decir que se sentía segura, pero no era del todo cierto. Esa sería la forma de confirmar todos los rumores o al menos los más importantes. Hace una más de una semana habían llegado de Francia y al día siguiente de su llegada muchas de las revistas habían mostrado fotos de ella y Alessandro caminando por Jardin des Tuileries. Para ser sincera Ava no había pensado que alguien los podía seguir en otro país, pero tal vez debería haberlo supuesto. No se habían alejado demasiado de casa, todavía podían reconocerlos. Ahora su posible embarazo era el titular de muchas revistas de chismes. Eso junto a algunas suposiciones de que Alessandro no se quería hacer cargo del bebé. Si supieran que ella había rechazado casarse con él, tal vez el tono de las noticias hubiera sido diferente. Ava sonrió ante sus propios
Decir que Ava estaba feliz sería un eufemismo. Todo estaba saliendo a la perfección. Alessandro estaba haciendo lo posible por darle la boda de sus sueños. Además de asegurarse que no se esforzara demasiado. A veces exageraba un poco. Bastaba que ella mostrara signos de estar cansada y la sacaría de cualquier lugar sin importarle lo demás. Lo cual no era del todo productivo porque se iban a casar dentro de una semana y según la organizadora aún había varios detalles por pulir. La mujer era la mejor en su trabajo, pero necesitaba relajarse un poco. La de la boda era ella, pero la más estresada era su organizadora de bodas. No entendía como la mujer se sometía a eventos de esa magnitud una y otra vez voluntariamente. Lo bueno es que cada vez estaban más cerca del gran día. Cuando Alessandro le dijo que quería casarse dentro de un mes, ella no pensó que fuera mala idea. Era claro que no estaba en mejor momento. Una boda requería demasiada organización. Ni siquiera con todo un batallón
Ava se miró al espejo y sonrió. Nada podría arruinar ese día. No importa qué, para ella sería un día perfecto y no porque Alessandro se había encargado de darle una boda sacada de una revista de bodas. No. Lo único que a ella le importaba era la persona que le esperaba en el altar, la persona a la que uniría su vida. Había cerca de 500 personas, poco si considerabas que se trataba de la boda de uno de los hombres más ricos del país, y a ella solo le importaba una sola persona en este momento. Si hubiera sido por ella se habría casado con tan solo su familia y amigos presentes. No sabía casi nada de los invitados a su boda y ellos no sabían nada sobre ella. Había sido Alessandro quién había insistido en que invitaran al menos a un grupo de personas con poder en el medio, pero también consideradas. No quería que nadie divulgara falsa información de que la estaba manteniendo en secreto y que era por eso que la boda se había llevado casi a escondidas. A Ava poco o nada le importaba, pero
Alessandro observó a Ava correr detrás de sus hijos, por la orilla de la playa. Piero y Fabrizio riendo a carcajadas, más felices de lo que nunca habían estado. Era así como cualquier niño debía pasar su infancia. Libres de preocupaciones. Él disfrutaba de verlos pasar tiempo juntos. Cada momento era único y valioso. Estaban pasando el fin de semana en la casa de playa que habían adquirido recientemente. A veces él necesitaba alejarse de la ciudad y aislarse junto a su familia. Así que se incluían en la casa del lago o cerca del mar. Alessandro apagaba el celular y dejaba a su secretario a cargo de todo. Con el tiempo sus empleados y socios se habían acostumbrado a esta nueva faceta de él. Siempre había amado a su familia, pero desde que se había casado se tomaba más tiempo libre. Ava y sus hijos lo significaban todo para ella. A algunos podría no resultarles muy agradable la idea de que no los atendiera por estar con su familia, pero nadie diría nada mientras necesitaran de él. Él
Ava estaba nerviosa. El trabajo ya era suyo o eso le dijo su amiga cuando le contó que le había encontrado un empleo. No conocía a Lia desde hace mucho tiempo, para ser exactos, solo había pasado un mes desde la primera vez que la vio; pero confiaba en ella plenamente. Así que si ella había dicho que el trabajo era suyo, así era. Sin embargo, eso no significaba que no la podían despedir apenas la vieran. Ella sabía poco o casi nada de su nuevo jefe. Lia le había comentado que Alessandro De Luca era un empresario millonario que hace poco se había divorciado y que debido a su ocupada vida necesitaba de una niñera para cuidar a sus dos hijos. A ella le sorprendió que la escogieran de entre tantas candidatas. Su amiga le mencionó que su título de profesora de primaria le había ayudado bastante. Ava se limpió las manos en los pantalones, tomó un respiro profundo y tocó el timbre. No pudo impedir que una de sus manos se moviera hasta sus lentes para subirlo por su nariz; era un tic nervios
Ava caminó a paso apresurado hacia la cocina, prácticamente estaba corriendo. Había escuchado la puerta de la oficina cerrarse al salir, pero no escuchaba los pasos de Alessandro tras de ella. Esperaba que se hubiera quedado en su despacho. Necesitaba un poco de tiempo para recuperarse del primer encuentro con su jefe y de todas las emociones que bullían en su interior. Su corazón aún latía sin control y sus pensamientos eran un desastre. Le costó mucho esfuerzo poner sus hormonas en orden, pero cuando llegó a la cocina ya estaba un poco más tranquila. Solo tenía que prepararse mejor para el siguiente encuentro. Ava no podía volver a comportarse como una muchachita tímida y callada, como lo había hecho. Alessandro pensaría que había cometido un error al contratar a una mujer impresionable para cuidar de sus hijos. Perder su trabajo, no era una opción. Necesitaba el dinero, sus ahorros no se estaban haciendo más grandes, todo lo contrario, estaban desapareciendo a una velocidad sor