Ava estaba nerviosa. El trabajo ya era suyo o eso le dijo su amiga cuando le contó que le había encontrado un empleo. No conocía a Lia desde hace mucho tiempo, para ser exactos, solo había pasado un mes desde la primera vez que la vio; pero confiaba en ella plenamente. Así que si ella había dicho que el trabajo era suyo, así era. Sin embargo, eso no significaba que no la podían despedir apenas la vieran.
Ella sabía poco o casi nada de su nuevo jefe. Lia le había comentado que Alessandro De Luca era un empresario millonario que hace poco se había divorciado y que debido a su ocupada vida necesitaba de una niñera para cuidar a sus dos hijos. A ella le sorprendió que la escogieran de entre tantas candidatas. Su amiga le mencionó que su título de profesora de primaria le había ayudado bastante.
Ava se limpió las manos en los pantalones, tomó un respiro profundo y tocó el timbre. No pudo impedir que una de sus manos se moviera hasta sus lentes para subirlo por su nariz; era un tic nervioso que había adquirido desde muy pequeña y que nunca se había ido.
—Buongiorno signorina —la saludó una mujer de alrededor de 50 años en cuanto la puerta se abrió.
—Buenos días. Soy Ava Campbell, la nueva niñera —se presentó.
—Claro, pase por favor —respondió la mujer con una sonrisa amistosa—. Los niños están en la escuela por ahora y su padre en el trabajo. Me dejaron indicado de decirle de qué aproveche para instalarse. El señor llegará un poco antes de lo usual para hablar con usted personalmente.
Ambas caminaron a través de la casa y luego por un corredor hasta detenerse frente a una puerta. No pudo evitar fijarse en que la casa era enorme y hermosa.
—Esta de aquí es su habitación —le indicó la mujer apuntando a una puerta de madera con diseño intrincado—. Si desea algo estaré en la cocina. Por cierto mi nombre es Beatrice.
—Un gusto —respondió ella.
Con un movimiento de cabeza la señora desapareció.
Ava miró a la mujer alejarse y luego abrió la puerta. La habitación la dejó con la boca abierta. Su nueva habitación era dos veces más grande que la que tenía en casa. Un armario estaba en una de las esquinas, no estaba segura de que pudiera llenarlo alguna vez con la poca ropa que tenía. La cama se encontraba hacia una de las paredes y tenía un cubrecama en un color rosa que podría haberse visto infantil, pero que por el contrario le daba un estilo elegante a todo el lugar y además la invitaba a tomar una pequeña siesta.
Sacudió la cabeza, ya habría tiempo para dormir más adelante.
Acomodó sus cosas lo más rápido que pudo, aunque prefirió no desempacar hasta haber hablado con su nuevo jefe. Todavía se sentía insegura.
Salió rumbo a la cocina. No estaría mal obtener un poco más de información antes de encontrarse con su jefe o los hijos de este.
Cuando entró a la cocina vio a Beatrice caminando de un lado para otro. Cortaba algunos ingredientes y revolvía alguna especie de salsa hirviendo en una olla.
—¿Hay algo en qué la pueda ayudar? —preguntó.
Ava odiaba la idea de estar mirando sin hacer nada. Nunca había sido una chica muy tranquila. Tenía 23 años y no recordaba una sola vez que había estado quieta. Su madre siempre le estaba diciendo que ella había nacido para moverse.
Beatrice debió notar sus ganas de ayudar porque, aunque parecía haber estado a punto de negarse, apenas unos segundos después le indicó que le ayudará a picar las verduras para la ensalada.
—¿Cómo se llaman los niños? —preguntó Ava mientras ambas seguían en lo suyo.
La cocinera soltó una pequeña risa antes de responder.
—Esos pequeños pillos —dijo con un brillo de cariño en los ojos—. El mayor se llama Fabrizio y tiene 8 años, es el más tranquilo de los dos y le va muy bien en los estudios. El segundo es Piero de 5 años, él tiene demasiada energía y siempre está haciendo una que otra travesura. No dejes que ninguno te engañe con su carita de inocente.
—No lo haré —respondió con una sonrisa.
—¿Ava, puedo decirte algo?
—Por supuesto.
—Ten un poco de paciencia con ellos. La última niñera no soportó sus bromas y les dijo cosas que no se les dicen a un niños. Ellos han pasado por mucho en el último año, necesitan a alguien que los entienda.
No había palabras para demostrarle que ella no era como la antigua niñera así que solo asintió.
Ava aún no conocía a los niños en persona, pero, por como Beatrice hablaba de ellos, ya comenzaba a sentir cariño por ellos. Aunque para ella entregar su afecto nunca era difícil y a veces terminaba lastimada por eso. Un claro ejemplo de eso era lo sucedido con su exnovio.
Había estado cinco años con él y le dio cada pizca de su amor. Un día se enteró que mientras ella se imaginaba estar juntos para toda la vida, él estaba saliendo con cuanta mujer le dejara meterse entre sus piernas. Marc la había culpado, alegando que necesitaba descargar la frustración sexual con alguien ya que ella no parecía querer tener sexo con él en un futuro cercano. Esa fue la última gota que derramó el vaso. No se molestó en responderle, esperó a que se fuera del departamento que compartían, agarró sus cosas y se fue con la determinación de no volver nunca. Ava no era una persona que perdonara cosas como esas.
Marc no había entendido el mensaje. Él empezó a llamarla todos los días sin parar. Cuando cambió de número de celular comenzó a aparecer en casa de sus padres tratando de hablar con ella. Ava podría ser ingenua, pero no una completa estúpida. No le dio la oportunidad de hablar con ella. Un día alistó una maleta, su pasaporte y el poco efectivo que le quedaba después de pasar un tiempo sin trabajar y viajó a Italia. Siempre había querido conocer ese país y qué mejor oportunidad que esa.
Cuando llegó no sabía a dónde ir. Pasó la primera semana durmiendo en un hotel barato. Allí fue donde conoció a Lia. Ella era recepcionista del hotel y, tan pronto como entablaron un poco más de conversación, se hicieron amigas.
Ava le contó su historia y Lia le ofreció un lugar para quedarse, aunque le advirtió de que solo le podía ofrecer el sofá de su pequeño departamento. Ava había tenido cierto recelo al principio y no por dormir en un sofá, sino que tenía miedo de terminar como otra estadística en la lista de turistas que desaparecen cada año. Al final se dejó llevar por su instinto y aceptó.
Esa definitivamente fue la mejor decisión que había tomado. Lia no solo le había dado un lugar donde quedarse, también le había ayudado a conseguir un trabajo.
Beatrice y Ava se enfrascaron en una conversación de cosas sin mucha importancia. Ava se dio cuenta de que Beatrice era una mujer muy dulce y amigable, ella no llevaba ni medio día conociéndola y solo había recibido un buen trato de su parte.
—Creo que hemos acabado antes de tiempo—anunció la mujer terminando de acomodar todo en su sitio—. Y todo gracias a tu ayuda. Gracias, muchacha.
—No tiene por qué agradecer, me hubiera aburrido sentada en una esquina sin hacer nada ¿A qué hora llegarán los niños?
—Dentro de una hora. —En cuanto Beatrice terminó de hablar se escuchó la cerradura de la puerta abriéndose—. Ese debe de ser el señor —explicó.
Casi había logrado adquirir tranquilidad para ese momento, pero en cuestión de segundos la perdió. El corazón de Ava comenzó a latir desbocado y las palmas de sus manos comenzaron a sudar nuevamente. No tenía idea de porque tenía nervios. Por lo poco que Beatrice había hablado de su jefe, él no parecía un mal hombre.
Los pasos sonaron más cerca y de pronto un hombre enfundado en un traje hecho a medida apareció en la cocina.
Alessandro De Luca era un hombre imponente de al menos 1.85 de altura, tenía el cabello negro al igual que los ojos, su piel era morena clara, tenía una nariz respingada, unos pómulos prominentes y una mandíbula cuadrada. Aunque la ropa no le permitía verlo mejor, podía apostar que, detrás de ella, había un cuerpo bien definido. Era atractivo.
Él la observó con detenimiento sin revelar ningún atisbo de lo que pasaba por su cabeza y eso solo la ponía más nerviosa.
Ella se preguntó si su ropa era la adecuada. Beatrice no le había dicho nada al respecto; pero tal vez debía de haberse vestido más formal.
Ava llevaba el pelo en una cola de caballo alta y estaba usando un suéter amarillo, jeans y unas zapatillas. Después de todo estaba allí para cuidar de los niños y su ropa le permitiría involucrarse en cualquier actividad con ellos. Pero ahora, con la mirada evaluativa de Alessandro sobre ella, se preguntaba si había tomado la decisión correcta.
—Señor, buenas tardes. Ella es Ava, la nueva niñera de los bambinos —explicó Beatrice rompiendo el silencio.
—Señor, buenas tardes —saludó Ava encontrando su voz.
Él solo asintió la cabeza y pasó unos cuantos segundos más antes de que al fin dijera algo.
—Acompáñame a la oficina, mientras más rápido terminemos con los asuntos oficiales, mejor —su voz era profunda y gruesa, digna de un hombre con su apariencia.
Un calor desconocido recorrió el cuerpo de Ava.
Alessandro se dio la vuelta sin asegurarse de si ella lo seguía. Con el aura que emanaba era más que obvio que estaba acostumbrado a dictar órdenes y que el resto las cumpliera sin vacilar.
«Típico millonario. Guapo, pero arrogante», pensaba ella mientras caminaba detrás de él.
No pudo impedir que su vista bajara hasta su trasero. ¿Acaso todo era perfecto en ese hombre? Él llenaba perfectamente el pantalón.
Estaba tan perdida en sus pensamientos que no se dio cuenta de que Alessandro se había detenido y se estrelló contra su sólida espalda.
—Lo siento —fue lo único que puedo decir mientras su rostro se ponía colorado y retrocedía de inmediato.
Nunca se había caracterizado por ser de esas muchachas tímidas que se sonrojaban con facilidad; sin embargo, allí estaba, comportándose como una colegiala ante el chico que la gusta. No es que Alessandro le gustará… Él era atractivo y eso la ponía nerviosa.
Alessandro la miró con una ceja alzada mientras volvía a evaluarla.
Su mirada lejos de hacerla sentir incómoda, calentaba lugares específicos de su cuerpo. Trató de no darle muchas vueltas a los estragos que él causaba en ella. ¡Por dios! ¡Era su jefe! Debía controlarse mejor.
Después de un rato él sacudió la cabeza y abrió la puerta, invitándola, con una mano, a pasar.
—¿Me va a despedir? —preguntó sin poder contener más su nerviosismo.
Alessandro pasó por su costado hasta colocarse detrás de su escritorio.
—Tome asiento, por favor —indicó él en lugar de responder su pregunta.
Ava necesitaba moverse o al menos quedarse de pie para controlar sus crecientes nervios; pero obedeció y caminó hasta sentarse frente al escritorio.
—¿Qué le hace pensar que la despediré en su primer día de trabajo? —preguntó él sentándose en su silla e inclinando la cabeza hacia un costado.
—Es solo que no ha dicho nada desde que llegó y tal vez es porque no le agradé y está pensando despedirme —soltó casi sin respirar mirando alrededor solo para evitar distraerse con la intensa mirada de Alessandro.
Él demostraba total confianza y se veía más imponente detrás de su escritorio. Definitivamente ese era su ambiente.
—No, no voy a despedirte —respondió él.
Ella soltó el suspiro que no sabía que estaba conteniendo y sus nervios disminuyeron un poco, no mucho. Era difícil estar tranquila ante alguien con un magnetismo como el de Alessandro.
—Gracias —susurró.
Ava quería darse un golpe por no poder dejar de actuar con timidez.
—Ahora que eso está claro pasemos a lo importante. —Alessandro colocó los codos sobre la mesa y enlazó las manos delante de su rostro—. Como se te informó tengo dos hijos que necesitan una niñera. Tu función de lunes a viernes será la de prepararlos para la escuela, esperarlos a su retorno y en la tarde encargarte de ellos. Los sábados los llevarás a sus clases de natación por la mañana. Tus días libres son el sábado por la tarde y el domingo todo el día. Ya conociste a Beatrice, ella trabaja hasta las 4 de la tarde y luego se va, pero se encarga de dejar la cena lista.
—Está bien —asintió ella.
—Su madre solo tiene permitido llevarlos los fines de semana. Si aparece en medio de la semana aquí, se me debe informar inmediatamente. Ella podrá verlos siempre y cuando yo esté al tanto.
Ava volvió a asentir. Aunque la curiosidad por saber un poco de la madre la estaba matando, se recordó que no era su asunto y guardó silencio.
—¿Hay algo más? —preguntó cordialmente.
—Tu sueldo se te pagará cada fin de mes, el monto ya se te fue informado. —Claro que se le había informado.
Se había reunido con el abogado de su jefe el día anterior. Todo el tema legal, incluido el sueldo, había sido aclarado. Ava casi se había ido de espalda al saberlo. Su sueldo de profesora de primaria no se le acercaba ni de lejos.
—Sí, señor.
Él se la quedó viendo serio.
—Procura llamarme por mi nombre, sobre todo delante de los niños.
Ella asintió con un movimiento de cabeza.
Ambos se pusieron de pie y Alessandro le ofreció una mano. Ella la estrechó ignorando lo mejor que pudo el escalofrío que la recorrió al tocarla. Luego se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta.
—Una cosa más. —La voz de Alessandro la hizo detenerse a medio camino y girar la cabeza expectante de la indicación—. Jamás les digas a los niños algo que hiera sus sentimientos. Puedo aceptar que los regañes ante un mal comportamiento; pero jamás los ataques de ninguna manera. Si eso llegara a ocurrir considérate desempleada por el resto de tu vida.
A Ava no le pasó desapercibido la amenaza implícita en sus palabras y se la tomó muy en serio. Era obvio que para Alessandro sus hijos eran muy importantes.
Ava caminó a paso apresurado hacia la cocina, prácticamente estaba corriendo. Había escuchado la puerta de la oficina cerrarse al salir, pero no escuchaba los pasos de Alessandro tras de ella. Esperaba que se hubiera quedado en su despacho. Necesitaba un poco de tiempo para recuperarse del primer encuentro con su jefe y de todas las emociones que bullían en su interior. Su corazón aún latía sin control y sus pensamientos eran un desastre. Le costó mucho esfuerzo poner sus hormonas en orden, pero cuando llegó a la cocina ya estaba un poco más tranquila. Solo tenía que prepararse mejor para el siguiente encuentro. Ava no podía volver a comportarse como una muchachita tímida y callada, como lo había hecho. Alessandro pensaría que había cometido un error al contratar a una mujer impresionable para cuidar de sus hijos. Perder su trabajo, no era una opción. Necesitaba el dinero, sus ahorros no se estaban haciendo más grandes, todo lo contrario, estaban desapareciendo a una velocidad sor
Ava giró por décima vez entre las sábanas. Llevaba media hora sin poder dormir. No importaba si la cama era demasiado cómoda, ella seguía sin poder pegar un ojo. Habían pasado cuatro días desde su llegada a la casa de Alessandro. Las cosas no habían estado tan tensas como al principio. Esto se debía en gran mayoría a que, aparte de las horas de comida y el momento en que los niños se iban a la cama, ella no solía verlo con mucha frecuencia. El incidente del primer día había quedado en el olvido o eso parecía. En su mente ocurría todo lo contrario. Conforme los días pasaban ella sentía más y más real el casi beso entre ellos. Por momentos, incluso, le molestaba que él parecía no recordar lo que había estado a punto de suceder. ¿Es que no significaba nada para él? ¿O solo había sido alguna especie de juego? Por lo poco que había averiguado por parte de Beatrice, él no se involucraba a menudo con mujeres y si lo hacía nunca las traía a casa. Sus hijos eran su prioridad y no quería
Ava se pasó el resto del día pensando en la conversación que le esperaba. No ayudó que Alessandro se ausentara durante el almuerzo y la cena. No lo vio hasta la hora de acostar a los niños, donde, como todas las noches, vino a darles el beso de las buenas noches. No le dirigió una sola mirada a ella, incluso cuando le habló para decirle que la esperaba en su oficina. Usó cada gramo de fuerza antes de tener el valor de caminar hacia el despacho de Alessandro y pasó un buen rato antes de animarse tocar la puerta. Ella ya no era una adolescente impresionable, se dijo. Si tan solo no hubiera permitido que el beso de la noche anterior no sucediera, no estaría en ese enredo. —Adelante. Tomó un último respiro antes de girar la manilla de la puerta e ingresar. Cerró la puerta tras de ella y sintió que se estaba encerrando voluntariamente en la guarida del león. Alessandro estaba sentado trabajando en su laptop, pero en cuanto la vio se concentró en ella. —Toma asiento —ordenó—. Por
Ese día estaba tornándose el peor día de la existencia de Ava, incluso si consideraba el día en que había atrapado a su ex-novio engañándola, y ella había creído que nada podría superar esa experiencia. Marena le estaba demostrando cuán equivocada había estado. —¿Desde cuándo dices que estás trabajando aquí? —preguntó con su voz irritante. Estaba dudando seriamente si era tonta o solo se hacía. Porque aparte de ser la tercera vez que preguntaba eso, seguro que ella debería recordar que la semana anterior no había visto a Ava. Aunque no le sorprendería que nunca se acordara de un rostro que no fuera el que veía todas las mañanas en el espejo. —Desde el lunes, está fue mi primera semana. —Hizo un esfuerzo por sonar amable. Solo tenía que aguantar un poco más. Alessandro no tardaría en llegar. Miro el reloj en su muñeca, sin importarle si ella lo tomaba con un gesto de mala educación. Esa desagradable mujer no era su jefa y tampoco pagaba su salario. Sin contar que le estaba provo
Toda la seguridad que Ava había sentido cuando le dijo a Alessandro que aceptaba su propuesta había salido volando por la ventana. Ahora solo le quedaban inseguridades. Dudaba que hubiera estado pensando coherentemente cuando aceptó acostarse con él.Ava miró más allá de su ventana mientras calculaba la probabilidad de poderse escapar. La noche era oscura, pero el jardín trasero estaba ligeramente iluminado por las luces que habían dispersas por el lugar. El jardín era grande y había algunos árboles de considerable tamaño en él. Atravesar todo el lugar le tomaría demasiado tiempo y sería difícil que seguridad no la notara. Aunque tenía a su favor que era buena haciendo estupideces. Solo tendría que salir de la casa, de preferencia a través de su ventana, y luego atravesar el jardín hasta llegar a los muros. Una vez allí
Ava se estaba sentando en el comedor, junto con los niños, cuando vio entrar a Alessandro. Sintió ganas de salir corriendo como una cobarde, pero se contuvo. La orden de Alessandro era que siempre debía comer con los niños en el comedor principal. Ella no podía escapar de sus obligaciones. Él le había dejado claro que durante el día ella no era más que su empleada. Cumpliría con sus funciones como debía y fingiría que la noche pasada no había sucedido nada. —Buenos días, Alessandro —saludo reuniendo todo el valor que pudo. Habría sido mejor llamarlo “señor”, eso la habría ayudado a mantener las distancias; pero órdenes eran órdenes. Además, era difícil dirigirse a él por su nombre después de la pasión compartida. —Buenos días, papá. —Buenos días, hijos. Alessandro se acercó a depositar un beso en la frente de cada uno de sus dos hijos. Ava regañó a su corazón por ponerse sentimental. Sí, él era un buen padre y sí, definitivamente era un buen amante. Pero era mejor no dejar q
Un quejido la sacó de sus sueños. Al principio no distinguió de dónde provenía el sonido. El lamento se volvió a repetir y se dio cuenta que venía a través del intercomunicador. Su cerebro hizo la conexión. Los niños estaban despiertos y al parecer llorando. La preocupación la puso en alerta. Encendió la lámpara sobre su buró y se colocó sus pantuflas, empezando a caminar mucho antes de terminar de colocarlos. Encontró que la puerta de la habitación de los niños estaba cerrada, eso quería decir que su papá no había venido. Lo más probable es que aún estuviera trabajando en su despacho. Al abrir la puerta, vio a los dos niños sentados en la cama del menor. La lámpara en medio de las dos camas estaba encendida, aun así prendió las luces para iluminar mejor la habitación. Piero estaba llorando inconsolable y su hermano trataba de consolarlo. Fabrizio levantó la cabeza cuando las luces iluminaron la habitación y la miró con súplica en los ojos. No estaba para nada sorprendida de
Ava no vio a Alessandro durante el desayuno. Fue un alivio después de haber pasado la noche en su cama y tener los pensamientos enredados. Aunque esto último era algo constante desde que había llegado a esa casa. Cuando no lo vio durante el desayuno creyó que él estaba escapando, pero resultó que solo era uno de esos días que tenía que ir a su empresa, temprano, para resolver algunos asuntos. A veces se preguntaba cómo hacía él para tener tiempo para sus hijos con tanto trabajo que hacer. Su empresa era una de las más grandes del país y estaba segura que Alessandro tenía muchas responsabilidades. Sin embargo, hasta ahora, siempre procuraba estar en todas las comidas de los niños o como mínimo en una de ellas. Eso era bastante bueno porque se podía ver que sus hijos estaban creciendo con amor y estabilidad pese a la circunstancias. Miró a los niños sentados a los lados de la mesa del comedor familiar. Había otro salón al otro lado de la casa que era para eventos grandes que se organ