Esta vez viajamos Myriam y yo hacia la casa de la Charity Chair, el sábado en la mañana, después de haber concertado una cita como una contribuyente interesada. Myriam iba al volante, a una semana de haber conseguido su pase de conducción y, distinto a lo que me imaginaba, lo hacía muy bien.
La casa quedaba en la cima de una loma bastante empinada, de un barrio muy exclusivo, y en donde Myriam tuvo oportunidad, conmigo agarrada al asiento con la fuerza suficiente para destrozarle la cojinería, de practicar su arranque en subida y, contrario a lo que yo pensaba, lo hizo muy bien.
—Estás casi tan blanca como el contorno no bronceado de mi bubis —Se burló Myriam— ¿Pasa algo?
—¿Cómo no puedes estar nerviosa
La visita se extendió a través de una biblioteca de ensueño que, al compararla con la de nuestro colegio, una vez más resultaba mucho mejor y, cuando estábamos por salir, Myriam me jaló del brazo. —Mira, ¿es lo que creo que es?Me disculpé con Laura y seguí a Myriam al lugar que señalaba. —Esto sí no lo puedo creer —dije, con las dos manos sobre mis labios. Enfrente mío, en un extenso anaquel, estaba la colección de libros de novela romántica más extensa que había visto en mi vida e iban desde Corín Tellado a hombres-lobo y vampiros. —¿Impresionadas, chicas? —preguntó Laura al ver nuestras caras no solo sorprendidas, sino también emocionadas. —Los libros —dije, todavía en trance—, estos libros, ¿los pueden leer o solo están aquí exhibidos para tentarlos?Laura se rió.—Por supuesto que los pueden leer —contestó—. Para eso están y, como en el caso de las relaciones sentimentales entre los jóvenes, creemos que, antes que prohibir, es mejor guiar. Ese anaquel en verdad que logró en
Una semana y el tiempo corría, sin descanso. Le comenté a Miguel lo que había sucedido en la fiesta de cumpleaños de Valentina, como antesala a lo que, horas después, Emily me había dicho y a lo que me comprometí con ella.—Es una lástima que yo no haya podido ir, señor —dijo cuando concluí con lo que Emily había pensado que sucedió, que había subido al apartamento de mi hijastra a fumar sustancias prohibidas—. Pero estoy seguro de que esa “encerrona” fue consecuencia del beso que no se pudieron dar en el estudio.Ya también le había contado eso, sobre el día en que, después de la reunión que sostuvimos en el estudio de la mansión para discutir -y contarle a Valentina- sobre las amenazas de Carr
Era martes y debía tomar una decisión sobre la cita que tenía que cumplir con Emily el sábado, y para ello, debía saber qué pensaba y qué estaba dispuesta a hacer Valentina si le planteaba, de frente, que estaba dispuesto a que le diéramos una oportunidad a nuestra relación.Para que mi propuesta tuviera efecto, tenía que, como hiciera ella, cogerla desprevenida, en otras palabras, recurrir a su misma táctica y hacerle una “encerrona”.Salí de la empresa pasado el mediodía y almorcé en la mansión. Me cambié y, montado en la Harley Muscle, me fui a su colegio, a recogerla.Llegué unos minutos antes de que terminara la jornada de clases y me sentí, por un mom
Tenía una llamada perdida en mi celular y pensé que quizá fuera Camilo para avisarme que otra vez estaba afuera, en su Harley Muscle (cómo me emociona esa motocicleta. ¿Ya dije que he tenido sueños pervertidos encima de ella?) esperándome a la salida del colegio. Pero no, el número era el de Emily.—Uy, ¿pero te acaban de enviar el resultado de la prueba de embarazo? —bromeó la pesada de Myriam.—¿La qué? ¡No! Oye, que alguien te escucha y así es que se forman los chismes.—Es que te pusiste pálida al mirar la pantalla.Le mostré el nombre que aparecía en el registro de llamadas perdidas.
Dejé lo que estaba haciendo -una reunión con unos posibles inversionistas asiáticos en uno de nuestros proyectos de exploración petrolífera- cuando recibí el mensaje de Emily, a través de Miguel, la única persona autorizada a interrumpirme en una junta de esa índole.—Lo siento, caballeros, mi hijastra acaba de tener un accidente y está en un hospital. Me temo que tendremos que aplazar esta reunión —dije por pura cortesía, sin esperar a que nadie me diera su beneplácito o permiso.De camino al hospital en donde había llegado la ambulancia que atendió a Valentina, le encargué a Miguel que atendiera a los inversionistas con la precaución propia de una junta interrumpida. Debía pagarles el hotel, y ofrecerles algunas invit
Cómo me había divertido con la broma de la amnesia, porque no creí que fuera a caer y, ahora que lo veía regresar, después de despedirse de Emily, vi que tenía la misma cara con la que estuvo por ponerse a llorar sobre mi pecho.—Pensé que estabas dormida —dijo luego de cerrar la puerta de la habitación.—Y me dormí, un ratico, pero entonces sentí mucho silencio y me desperté. Sus voces me arrullaron.—Bueno, igual ya es tarde y tuve un día muy pesado —dijo, desperezándose—. Voy a ir acomodando ese sofá, ¿tienes idea de dónde pueda encontrar unas cobijas?—No tengo ni idea. Tienes que preguntarle a la enferm
Estoy seguro de que la diferencia de edad entre Adán y Eva era de, al menos, veinte años, porque si no, de qué otra forma ella lo hubiera podido haber tentado a morder la fruta del deseo.Agradezco hoy al cansancio que me venció. Dios se apiadó de mí (ya era demasiado con haberme tentado con mi hijastra) y me embargó el dulce sueño, uno tan pesado que, al día siguiente, cuando Valentina me preguntó si había escuchado a la enfermera entrar a mitad de la noche, le respondí, con sinceridad, que no, porque, de no haber sido así, quizá me habría lanzado a morder la fruta que mi Eva me ofreció.Tuve también suerte en la reprogramación que hicieron los chinos y tuve la disculpa perfecta para aplazar la cita con Emily, una semana m&a
Me encontré con Sebastián en el aeropuerto luego de que Camilo nos hubiera prestado el jet de la empresa como premio por los excelentes resultados que habíamos obtenido en el exámen internacional, que nos abría las puertas para postularnos en las mejores universidades del mundo. O ese fue su pretexto, porque estoy segura de que lo hizo para que el capitán de la aeronave, y la asistente de vuelo, nos espiaran, como lo hacían los tutores y, en su momento, estoy segura de que hacía Emily, cuando era nuestra chófer.Por increíble que parezca, era la primera vez que me subía en el jet y, no más entrar, sentí que no iba a tener ninguna intimidad con Sebastián. Tal vez también Camilo me lo había ofrecido por eso, porque los espacios eran más bien pequeños, pero, más incómodo