BLAKE
—Puedes ir más despacio si quieres… —dice el segundo al mando a su alfa un tanto molesto después de unos largos veinte minutos en un incómodo silencio.
—Las prisas no van a solucionar nada... —suelta el otro lobo con misterio y en una ligera sonrisa.
No es que su alfa fuera muy hablador, pero esa mañana, estaba extrañamente callado.
—Eres tú el que me ha pedido venir, Keane —le recuerda Blake con sosiego—. ¿De verdad no vas a decirme qué tramas? —pregunta observando a su viejo amigo.
Blake Heiss, actual beta de Fergus, hacía muchos años que conocía a Keane Daniels, su mejor amigo y ahora también alfa de la manada. Tiempo atrás, Keane y su familia estuvieron un tiempo viviendo lejos de su manada original, y fue entonces cuando se conocieron, en la época del instituto. Ya en sus años de juventud, el lobo había mostrado un carácter afable y comprometido, y ambos se hicieron amigos irremediablemente. Cuando esta etapa finalizó, el destino decidió que también estudiaran juntos durante los felices y despreocupados años de universidad. Pero cuando Keane decidió volver a casa para convertirse en el alfa de la manada Fergus, Blake pensó que sus vidas se separarían para siempre. No obstante, y a contra corriente, Keane le ofreció por sorpresa ser su beta. La primera vez que su amigo le expuso su idea, no podía creerle, y en una gran carcajada, le dijo que estaba majara.
¿Cómo iba la manada a aceptar a un lobo que tan siquiera conocían y aparecido de la nada?
Era una absoluta locura. Pero Keane, decidido, insistió e insistió hasta que al menos Blake aceptó probar.
¿Qué tenía que perder si el consejo al final decidía que no era válido? Absolutamente nada.
Y como siempre solía ocurrir, su viejo amigo no podía haber estado más acertado, y tal como predijo, la manada de Fergus le aceptó como el nuevo beta dando así un giro por completo a su vida. Ahora que Blake pensaba en ello, ya pasaban cinco largos años desde entonces.
—Todavía no… —responde el alfa sin alterarse. Su pelo castaño y rizado ondeaba con la brisa que entraba por la ventana de la camioneta, y sus ojos azul-grisáceos, parecían estar a punto de desencadenar una tormenta.
—¿No confías en tu beta? —cuestiona fingiendo estar ofendido. Pero en vez de responder, su amigo le sonríe.
—Es justamente porque confío en ti que voy a esperar. Sé que lo entenderás cuando lo veas —murmulla Keane con voz calmada.
—¿Estás utilizando algún truco de psicología invertida conmigo? Por qué déjame decirte que no está funcionando… —le hace saber con sorna.
—Vaya, tendré que esforzarme más entonces… —contesta el alfa en otra sonrisa.
—¿Se puede saber por qué estamos yendo con tanto secretismo hacia Montigraus? —pregunta el lobo sin poder aguantarse más.
Hacía ya un par de kilómetros que se había dado cuenta de su destino.
—¿Por qué piensas que vamos allí? —pregunta Keane echando un ojo por el retrovisor.
—Bueno… este es el único camino para llegar y hay un miembro de nuestra manada que, casualmente, vive allí —comenta Blake dando a entender que no era tonto.
Sólo había una persona allí con poder de suscitar la tención del alfa.
—¿Qué ha pasado con Evans? ¿Ha hecho algo mal y tenemos que ir a recogerla? —pregunta el beta—. Aunque confieso que estoy sorprendido. Santiago suele tener bastante paciencia y no se me ocurre qué puede haber hecho para enfadarle. O quizás, Evans tan sólo quiere volver a hacer otro cambio repentino de manada... —murmura fijando su mirada hacia la carretera.
—No sabía que tenías a Alice tan presente… —comenta Keane de la nada.
Blake le mira de reojo con asombro. Ese era un comentario de lo más curioso por parte de su amigo. Sabía que Keane le tenía cierto aprecio a Alice ya que, según tenía entendido, habían sido vecinos durante su niñez, pero el alfa siempre hablaba de ella como una más. Entonces… ¿qué pretendía insinuar con sus palabras…?
—Sé que a Trish y a ti no os gusta hablar de ello, pero fue todo muy extraño… —le recuerda.
Trish Myers era su tercera al mando, la omega de la manada Fergus quien, junto con ellos, se encargada de todo y de todos. Fue justamente ella la que ayer noche le avisó para venir a la improvisada excursión.
—¿Lo fue? —inquiere Keane como si nada.
—Vamos si lo fue… —responde Blake soltando un bufido—. Creo que es lo más extraño que ha ocurrido en todo este tiempo… —comenta el beta mirando hacia el cielo azul—. En fin, ya que veo que esto tampoco te hace hablar, no insistiré más… —dice relajándose en su asiento y recolocando su cinturón.
—Bien. No tardaremos mucho en llegar… —vuelve a decir Keane con ese tono de misterio.
Blake le mira de nuevo de reojo. Ese día su viejo amigo se estaba comportando de un modo muy pero que muy extraño.
******
Después de dos horas más de camino, Keane y Blake ya se encontraban en el aparcamiento de la oficina principal del pueblo de Montigraus. El sol de invierno empezaba a bajar, ya que tal como ocurría en todo el valle de Mistis, oscurecía muy temprano.
Al salir del coche, la fresca brisa del atardecer baña su cansado rostro y una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios. Siempre le había gustado mucho como olía el aire en esa zona, como a antiguo y a mágico. No sabía muy bien porqué, pero eso siempre hacía que sus energías se cargasen de forma extraordinaria. Blake tenía que reconocer que Montigraus era un lugar bastante bonito y con mucho encanto, medio escondido en las rocosas montañas. Sabía que justamente en allí era donde nacían muchas de las leyendas de los licántropos. Así que se podía decir que ese lugar era, en cierto modo, el corazón de su especie.
Ambos lobos se dirigen a paso lento hacia la oficina donde son recibidos por nada más y nada menos que la beta de la manada y hermana menor del alfa Donovan, Nina Santiago.
—Alfa Daniels... —saluda Nina bastante sorprendida e inclinando su cabeza para mostrar así el lado izquierdo de su cuello a Keane en señal de respeto—. No esperaba su visita en el día de hoy… —comenta extrañada y curiosa.
—Sí, lamento no haber avisado —se disculpa el nombrado—. Traigo los papeles que me pidieron en la carta… —responde con amabilidad Keane ignorando a propósito a la sorprendida loba.
Ella le observa con sus oscuros ojos por un largo instante.
—Si mis cálculos son correctos, la carta debería haber llegado ayer mismo… —dice al fin la beta de Montigraus—. Sé que eran urgentes pero quizás no tanto. Además, nuestro servicio postal no es tan malo como para hacerle venir en persona... —bromea Nina sin poder ocultar su asombro ni su sospecha.
—Lo sé. En realidad veníamos de camino y hemos pensado en traerlo nosotros mismos —miente Keane a lo que Blake responde con una brillante sonrisa siguiendo la farsa de su amigo—. Espero que no sea un inconveniente —prosigue su alfa.
—No, para nada... —responde Nina sin creer ni una sola palabra.
—¿Por casualidad no estará Donovan por aquí, verdad? —inquiere el lobo—. Me gustaría saludarle si es posible… —comenta Keane dispensando otra de sus sonrisas de revista.
—Está de suerte. Justo ahora ha terminado su reunión... —le informa Nina volviendo a sentarse en su silla y deseando perles de vista cuanto antes.
—Qué bien —expresa el alfa satisfecho.
—Lo encontrará escaleras arriba… —añede señalando con su dedo índice una estrecha escalera situada al final de pasillo.
—Gracias. ¿El servicio? —pregunta Keane de repente.
—Primera puerta a la derecha —responde ella con voz monótona.
—Ahora vuelvo —le dice su alfa excusándose un instante para ir al baño.
—Aquí estaré… —responde Blake que se sienta en una de las sillas esperando a que su alfa terminase.
—¿Qué está pasando? —le pregunta Nina entrecerrando los ojos y desconfiando por completo de sus acciones.
Blake alza sus manos al cielo en señal de rendición.
—Ni me preguntes, yo tampoco sé nada... —contesta también en voz cansada.
—¿Me estás diciendo que has hecho un viaje de cuatro horas sin saber tan siquiera por qué? —pregunta la loba incrédula.
—Eso es exactamente lo que estoy diciendo… —afirma Blake moviendo su cabeza.
—Quizás el alfa Daniels no ha autorizado la petición... —murmulla Nina pensativa.
—¿Qué petición? —inquiere Blake sin seguir la conversación.
Su igual le observa un instante con sus ojos oscuros reluciendo con fuerza.
—Alice Evans ha pedido un cambio de manada —le informa Nina con voz seria—. ¿No te lo ha comunicado? —pregunta de modo increpante.
Blake también la observa por un instante. Estaba claro que decía la verdad.
—No, no lo ha hecho —sentencia el lobo al fin restándole importancia y ocultado su estado de shock.
¿Un cambio de manada? ¿Así que de esto iba todo?
—Estos alfas... —farfulla indignad—. Siempre haciendo lo que les viene en gana... —se queja ella ordenando los papeles de la mesa.
—Blake... —le llama Keane al cabo de unos instantes.
—Voy... —responde el lobo que se levanta y sigue a su alfa escaleras arriba.
Blake observa por unos momentos la espalda de su amigo con la pregunta hormigueando en sus labios.
¿Por qué Keane no le había hablado del traslado de Evans?¿Qué estaba ocurriendo?
Pero al final, el beta de Fergus decide permanecer en silencio hasta oír la conversación entre los alfas. Era poco habitual que su amigo no le comunicase algo tan importante, sin embargo, sospechaba que debía tener sus propias razones. Así pues, Keane y Blake se acercan despacio a la puerta del final del pasillo, y una vez allí, su cabeza de manada llama a la puerta dos veces. Al acto, una grave voz les responde autorizando su paso, y los dos lobos de Fergus son recibidos en el hogareño y acogedor despacho del alfa de Montigraus.
—Vaya, que agradable visita —suelta Donovan Santiago acercándose a Keane para darle la mano y un abrazo, saludo común entre los alfas de las manadas—. Blake... —añade saludando también al beta.
Y él, al igual que había hecho Nina unos hacia tan sólo unos minutos antes, inclina su cabeza mostrado su cuello al alfa de Montigraus en señal de respeto.
—Un placer verle de nuevo, alfa Santiago —responde Blake con educación.
Donovan Santiago era un lobo alto y corpulento. Sus ojos eran rasgados y tan oscuros que uno casi podía verse reflejos en ellos como si de una piedra de ónice se tratase. Su piel, también oscura, resaltaba en él haciendo que una imponente aura de poder emanase de su ser. Su pelo lacio y arreglado, le llegaba hasta sus hombros enmarcado su duro rostro. En general, podía decirse que era un lobo bastante atractivo, o al menos, eso pensaba Blake.
—Sentaros por favor… —les ofrece el lobo con cortesía—. Y bien... ¿qué asuntos os traen por aquí? —pregunta sin andarse con rodeos.
—Creo que ya lo sabes... —susurra Keane en una sonrisa.
—¿Evans? —pregunta Donovan azando una ceja y acertando de lleno—. ¿No deseas su traslado? —prosigue inclinando su cabeza y apoyando sus manos en su barbilla estudiando las reacciones de su amigo.
—Eso es algo evidente, a ninguno nos gustar perder miembros de nuestra manada —dice con absoluta honestidad Keane.
—Cierto —concuerda Donovan.
—Dime… ¿habla Alice alguna vez de Fergus? —pregunta Keane de repente.
—No mucho que yo sepa —responde el alfa Santiago sorprendido por tal pregunta.
—Sí, eso pensaba... —murmulla el lobo—. ¿Puedo preguntar sobre su adaptación? —insiste su cabeza de manada.
—Por supuesto —responde Donovan quien se acerca al ordenador para abrir el historial de Alice—. Al principio estaba un poco recelosa y parecía un tanto distante, aunque eso es normal. Como sabréis, aún no conocía a nadie en la manada. Su estado de estrés al llegar era también bastante alto, pero al mes pareció calmarse bastante y a partir de allí todo fue a mejor. Creo que ha forjado una amistad bastante buena en este último año con la manada. Además, por lo que tengo entendido, en su trabajo también la aprecian mucho. Resumiendo, su adaptación ha sido más que favorable —resuelve Donovan con rapidez.
—Comprendo... ¿y sabes el motivo real de su cambio? —pregunta Keane sin dejar el tema—. ¿Ha encontrado Alice una pareja quizás? —cuestiona con evidente curiosidad.
Donovan, por su parte, le mira unos instantes intentando encontrar las palabras adecuadas.
—No parece ser el caso. Creo que simplemente quiere participar en las actividades de la manada como todos los demás. Ya sabes que si no eres miembro oficial algunas cosas están restringidas... —dice con voz calmada.
Los dos lobos de Fergus se quedan en silencio unos momentos.
Era cierto que durante los ciclos de luna, aquellos que no pertenecían al grupo no podían ir con la manada y tenían que hacerlo apartados, pero también sabía que eso no suponía ningún problema para la loba.
—Es curioso que digas eso. Alice no solía participar mucho en las actividades de nuestra manada... —le hace saber Keane calmado mientras Donovan lo mira sorprendido.
—¿De veras? —pregunta el alfa ciertamente extrañado.
—Así es... apenas la veíamos... —confirma Blake respaldando las palabras de su alfa.
—Lo cierto es que su comportamiento en los últimos meses fue un poco errático y anormal... —comenta de nuevo Keane.
—¿A qué te refieres? —inquiere el otro alfa.
Keane clava sus ojos de acero en él antes de responder.
—Habrás notado que su olor corporal es inusualmente bajo... —empieza a decir con el rostro serio.
Eso era algo que todavía nadie había sido capaz de explicar.
—Sí, lo sé... —responde Donovan con una expresión difícil de descifrar.
—En el último mes de su estancia su esencia era casi inexistente… como si de algún modo, se hubiera desvanecido por completo —sigue contando Keane—. Y las pocas cosas en las que Alice participada, cesaron de repente. Sabrás que es muy reservada y rara vez da problemas. Al fin y al cabo, cada lobo tiene su propia forma de adaptarse dentro de la manada. Así que no quisimos presionarla y le dejamos su espacio aunque confieso que todos estábamos muy sorprendidos por su actitud —recuerda su alfa—. Por desgracia, un día sin más, Alice vino a pedir el traslado temporal a Montigraus. Como ya sabrás, fue todo muy repentino… —recuerda su amigo.
—Lo fue —concuerda Donovan de nuevo.
—La verdad es que hay algo que deseo preguntarle. No voy a estar tranquilo hasta oírlo por mí mismo. Necesito saber el por qué de su partida, pero voy a necesitar tu ayuda. Creo que estará más cómoda si vamos los dos. No deseo asustarla —desvela Keane—. Dejo todo lo que me has pedido aquí, es tuyo, pero antes de firmar y de tomar una decisión, me gustaría hablar con ella. Desde que está aquí nadie de los nuestro ha vuelto a verla y ni tan siquiera ha ido a visitar a su familia… creo que estarás de acuerdo conmigo si te digo que es un tanto extraño... —murmulla su alfa.
—Por supuesto —asiente Donovan—. Entiendo tu posición y lo cierto es que yo también tengo muchas preguntas sobre este tema, así que te ofrezco mi ayuda sin problemas —contesta al finel alfa Santiago—. Vamos… os mostraré donde vive. Seguro que a estas horas ya estará en casa —murmura mirando la hora.
Blake, quien aún permanecía en silencio, observa a los dos alfas atentamente. Sin duda alguna, algo grande estaba a punto de ocurrir pero no tenía ni el más mínimo conocimiento del qué. Lo único que sabía a ciencia cierta, era que implicaba a Alice Evans.
Si no… ¿por qué los dos alfas estaban tan interesados en todo este asunto?
******
—¿Te importa quedarte por aquí? No creo que tardemos mucho… —le pregunta Keane con voz suave.
—Claro —responde Blake que aún no había descubierto qué era exactamente lo que tramaba su viejo amigo—. Aprovecharé para pasear un rato, hace una noche espléndida —comenta mirando hacia el bosque que se extendía a su alrededor.
—No vayas muy lejos, nos iremos justo al terminar… —le dice su alfa.
—Sí… nos encontramos aquí… —contesta mientras se aleja para ir hacia el coche. Lo cierto es que estaba empezando a hartarse de todo este asunto.
Así pues, los dos alfas entran en el edificio donde vivía Alice, y de mientas, Blake se deshace de su ropa y la deja en el coche para cambiar a su forma de lobo liberando así a su otra mitad.
«¡Sí!», exclama de júbilo el lobo feliz de gozar de un poco de libertad.
«Tenías ganas de esto, ¿verdad?» , le pregunta dentro de su consciencia.
«Tener muchas ganas», responde el lobo feliz.
Blake sonríe. Al contrario de lo que muchos creían, la consciencia del hombre y del lobo se mezclaba en completa simbiosis en su interior. Ninguno de ellos gobernaba por encima del otro sino que eran dos seres coexistiendo en un mismo cuerpo. Se complementaban y se necesitaban para funcionar.
Además, mutar a su forma de lobo era una sensación de la que siempre disfrutaba mucho. Por eso mismo, poco a poco, deja que su cuerpo encuentre la sintonía con su naturaleza y empieza a cambiar hasta que siente la suave tierra debajo de sus cuatro patas. El beta de Fergus sacude su cuerpo acostumbrando así sus sensaciones a sus agudos y refinados sentidos. Y una vez encuentra la sintonía, el lobo deja guiarse por los aromas del bosque y corre con libertad disfrutando de esa calmada noche sin alejarse demasiado, tal y como había prometido.
Pero de repente, cuando apenas llevaba unos treinta minutos paseando por el pequeño bosque de Montigraus, un olor repentino nubla sus sentidos y todo su mundo desaparece.
Blake y el lobo se quedan unos instantes paralizados y expectantes ante la inesperada situación.
¿Qué era? ¿Qué era ese delicioso aroma?
El lobo cambia de rumbo y sigue su rastro como un ciego, simplemente no podía detenerse. El desconocido olor le empujaba y le atraía como nunca antes había sentido. Notaba como su otra mitad se impacientaba a medida que el olor se acercaba e iba concentrándose en su hocico.
¿Pero qué era exactamente lo que estaba ocurriendo? Blake no lo comprendía.
Sus erráticos pasos le guían hasta una carretera contigua que conectaba los dos pueblos. Entonces, en ese borde de la carretera y por primera vez en su existencia, su lobo toma el control completo de su consciencia quedando al mando de la situación y empieza a correr como un loco hacia la embriagadora esencia.
«¡No!», exclama Blake asustado e intentando parar al lobo.
«¡Sí!», responde el otro en un gruñido. «¡Nosotros encontrarla!», anuncia el lobo en completo júbilo.
«¿Qué hemos encontrado?», pregunta Blake sin entender nada.
«¡A nuestra Amara!», dice. «¡Amara estar aquí! » , afirma.
Eso era imposible… Amara era el nombre que le daban los lobos a sus compañeros de vida. ¿Y decía que lo había encontrado? ¿Allí? ¿En Montigraus? Costaba mucho de creer…
«¡No, no puede ser…! » , insiste Blake gritando a su lobo.
«Serlo… » afirma el otro sin dejar de correr.
Blake al final decide esperar. En realidad, era lo único que el lobo le permitía hacer en esos momentos. Estaba seguro de haber encontrado a su Amara y sabía que ya nada, ni nadie, podía pararle. No tenía ni la menor idea de quién podría ser la persona escogida por el lobo pero no importaba, iba a descubrirlo muy pronto…
******
ALICE La música de la radio sonaba suavemente dentro de la cocina donde la loba estaba agachada en el suelo intentando arreglar la maldita cañería del desagüe. Llevaban unos largos quince días intentado solucionarlo pero no había manera de desencallarla. Lo único que deseaba era no montar otro lago en casa como ocurrió el lunes pasado. Ya había fregado suficiente por lo que le quedaba de mes, y además, se moría de ganas de dejar de comer comida para llevar. Estaba absolutamente concentrada en su tarea cuando de forma inesperada, el timbre suena y Alice se golpea la cabeza contra el mármol de la encimera a causa del susto. —¡Maldita sea! —profiere un voz alta y tocando su cabeza comprobando que no había sangre. Eso había dolido mucho—. ¿Quién puede ser? —se pregunta a sí misma en voz baja y extrañada. No estaba esperando a nadie a esas horas. Pero antes de responder, o de tan siquiera llegar a incorporase, dos olores que conocía demasiado bien
BLAKE —¿Cómo…? —pregunta Blake en completo shock. No podía creérselo. ¿Cómo era posible que la loba le hubiera rechazado? —Bromeas, ¿verdad? —inquiere el beta observando su rostro y sus apetecibles labios apenado por la negación de su beso. Todo su cuerpo hormigueaba por sentir a Alice. Cada centímetro de su piel estaba envuelto por una energía electrizante y un anhelo crudo y febril que nacía desde su estómago, y se esparcía como un torbellino por todos lados, tenía a su lobo interior al borde del colapso. Necesitaba con urgencia que la loba le tocara, le mordiera o le masturbara, lo que quisiera, pero no que lo apartarse. Si hacia eso iba a acabar con él. Blake no paraba de preguntarse cómo era posible que en todo el tiemp
ALICE El ruido del nuevo día despierta a la loba quien, poco a poco, abre los ojos bañándose con la luz de los rayos del sol. Un suave ruido llama a su aún adormilada atención y todo su ser se tensiona ante la visión de Blake tumbado a su lado. “Aún seguir aquí...”, murmura
BLAKE —Positivo… —murmura Alice casi sin voz y con los ojos muy abiertos. Parecía bastante en shock y su rostro estaba extremadamente pálido. Hasta podría jurar que sus labios temblaban ligeramente y Blake no sabía si estaba más cerca de sufrir un desmayo, o un ataque de nervios. —Te dije que los lobos nunca se confunden… —le recuerda el beta con voz calmada. “Ver. Yo tener razón. ¡Tocar a Amara ya!”, exige su lobo al tener al fin los resultados. La criatura que anidaba en su interior hace aumentar su instinto a propósito y Blake necesita hacer un largo suspiro para contenerse. Sabía que sus ojos estaban violetas en ese momento. “Sí, tenemos razón pero espera un poco más. ¿No ves que está procesando la situación?”, inquiere a su irritable lobo. Era agotador discutir con él y contenerle constantemente, ¡y eso que apenas hacía un día que había empezado el reclamo! Desde que se había levantado por la mañana, la Alice hambr
ALICE —¿De verdad había un atasco? —les pregunta Keane sin dejar de mirar primero a Blake y luego a ella con sus formidables ojos de acero. El alfa Daniels estaba apoyado en la mesa de Donovan con los brazos cruzados sobre su pecho haciendo que sus bíceps se marcaran y viéndose un tanto escéptico. —Lo juro —dice el beta con solemnidad—. Simplemente hemos tenido que hacer una parada técnica para discutir un asunto... —comenta de pasada sin entrar en detalles. Alice se sentía bastante avergonzada por presentarse delante de Keane oliendo por completo a sexo, pero la situación se les había ido de las manos. Si tenía que ser sincera, no se arrepentía para nada de haber tenido relaciones con Blake. El lobo había estado increíble, mucho mejor de lo que su limitada imaginación podía haber ideado nunca, y su pene… ¡oh señor su pene! Era malditamente delicioso. Sabía que durante el reclamo el sexo de los lobos sufría un considerable aumento de tamaño, p
BLAKE —¿Querrán los señores un vino para acompañar? —pregunta la camarera del restaurante con amabilidad después de apuntar los platos que habían ordenado para cenar. —¿Te apetece? —le pregunta a Alice que estaba entregando la carta de vuelta a la muchacha. —No bebo, soy abstemia. Además, hoy conduzco… —dice con voz suave. Blake la observa por un instante, no sabía que ella no tomaba alcohol. —Con un agua tendré más que suficiente… —responde Alice en una pequeña sonrisa. —Para mí una copa de vino tinto… —le pide Blake a la camarera. —Sí, señores. Enseguida les servimos —asiente la muchacha de inmediato y en otra sonrisa. —Gracias… —responde el beta con amabilidad. Así pues, la atenta camarera marcha para comunicar su pedido dejándoles solos. —¿Te gusta el lugar? —le cuestiona a su reservada compañera. Estaba complacido de que no hubiera muchas mesas en el restaurante esa noche pues se estab
BLAKE El lobo se revuelve despacio en la cama sintiendo la agradable calidez de otro cuerpo a su lado y sonríe de inmediato. Abre los ojos pesadamente para observar el rostro de su compañera de vida. Anoche se había quedado dormido aún con su pene en la vagina de su dulce compañera, anudado y entregado. Cuando Alice le había pedido con esa crudeza al lobo que la tomase, había perdido la cabeza por completo y ya no había podido resistirse, y aún menos, parar. Señor, poseerla y amarla sin restricciones había sido espectacular. Blake suspira un instante y se acerca despacio para besar y lamer su hombro izquierdo con delicadeza. Su lobo le había dado una buena mordida cuando estaba inmerso en la pasión de su coito, cosa que no recordaba haber hecho, pero parecía que estaba cicatrizando bien. Suerte tenía de que sus cuerpos estuvieran ya diseñados para sanar con rapidez ese tipo de magulladuras. Sin embargo, al inspeccionar su herida, despierta a Alice sin querer.
ALICE Abre la puerta con sigilo y con sus sentidos en alerta. Era estúpido pero se sentía como una ladrona entrando en su propio piso. La loba pone un pie dentro despacio, y sin hacer ruido, y automáticamente, oye la acusatoria voz de Megan desde la cocina. —Así que… ¿el beta de Fergus? —pregunta su amiga sin darle tiempo tan siquiera a darle los buenos días—. ¿En serio, Alice? —repite como si estuviera en un interrogatorio y ella fuera la criminal más buscada del universo. Alice cierra los ojos y suspira antes de contestar. La había pillado de lleno, además, se sentía como una hija siendo regañada por sus padres. —Así es, el beta de Fergus… —afirma entrando en el piso ya desistiendo de ser discreta. Estaba intentando olvidar con todas sus fuerzas su cargo y verle sólo como Blake, pero era misión imposible. Su compañera de piso estaba en la cocina tomando su desayuno aún con el pijama puesto y el pelo revuelto. Meg la miraba con recelo