Capítulo XXI

Le gustaba Andrés para que fuera el primer hombre en su vida, ¿y por qué no? ¡El único! ¿Y qué mejor lugar que una caballeriza para culminar su más ferviente deseo?

Ese lugar que para ella era como su segundo hogar. Se imagina­ba a sí misma, recostada en un montón de paja, luciendo su esplén­dido cuerpo, completamente desnudo, y expuesto abiertamente a las miradas abrasadoras de él. Seguramente de la Ronda sabría apreciar aquel hermoso tributo que se le brindaba.

Toda su piel se estremeció al pensar que él pudiera recorrer su piel lentamente, con los oj|os y con las manos, deteniéndose en los lugares más íntimos y pasionales que encontrara a su paso, y luego, mientras se besaban y se abrazaban. El acoplamiento perfec­to, la comunión de sus cuerpos, en la entrega, subyugándose, amándo­se sin condiciones ni prej

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