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Capítulo 5 Teatro.

Mónica se observó en el espejó, por tercera ocasión o, quizás cuarta. No estaba segura del atuendo que había elegido ponerse para ese día, pese a que William le había dicho que podía ir de manera casual. Aunque era una reunión de negocios, estarían en una casa de campo.

Se había puesto unos pantalones largos, una blusa blanca un poco holgada que dejaba al descubierto uno de sus hombros y unas botas cortas de color marrón. Se estaba debatiendo en si usar una blusa de otro color o no cuando su teléfono le notificó que tenía una llamada.

Miró la pantalla y se sorprendió al ver que el identificador mostraba la palabra «cariño», por supuesto que no recordaba haber tenido un contacto con ese apelativo. Solo pudo haber sido…

—William —musitó antes de contestar.

—Estoy abajo —dijo él.

Tenía tantas ganas de dejarlo esperando y esconderse en su departamento por el resto del fin de semana, en lugar de hacer lo que estaba pensando, dijo:

—Voy en un minuto.

Sin más tiempo para decidirse por otra prenda se dio una última mirada en el espejo antes de tomar su bolso y una chamarra que hacía juego con sus botas. Y salió de su pequeño departamento.

Al salir del edificio, William la esperaba apoyado sobre su auto con las manos dentro de sus bolsillos. Él estaba viendo hacia el suelo como si fuera la cosa más entretenida del mundo.

En cuanto escuchó sus pasos, él alzó su mirada. Primero él sonrió, abrió su boca como si fuera a decir algo, pero de sus labios no salió ni una palabra. Su sonrisa se esfumó y su ceñó se frunció.

Ella interpretó su reacción como una desaprobación a su atuendo.

—Sabía que debía cambiarme de ropa —musitó.

—¿Qué? —Su voz lo sacó de las fantasías que habían formado en su mente al verla. Tardó unos segundos para darse cuenta de lo que había dicho.

—No estoy segura de que deba ir vestida así. —volvió a decir ella.

—Estás… preciosa —dijo. Y ella lo miró incrédula.

—La cara que pusiste me…

—Eso fue porque será inevitable que todo el mundo ponga sus ojos sobre ti. Y no me gusta.

Se miraron directamente a los ojos sin decir nada por algunos segundos hasta que ella rompió con ese silencio.

—¿Estás ebrio? Solo dices tonterías.

—Puedo asegurarte que todos mis sentidos funcionan perfectamente bien. —acortó la distancia con ella— Y lo repetiré solo porque si, estás muy hermosa.

Un sonrojo iluminó el rostro de Mónica. Se inclinó y depositó un beso en su mejilla. Se tardó a propósito solo para disfrutar de su aroma y su cercanía. Sonrió satisfecho cuando la vio hacer un esfuerzo por mantenerse imperturbable. Pero él ya había sentido su cuerpo estremecerse bajo su tacto.

—¿Estás listas?

«Para nada», quiso responder.

—Sí, vamos antes de que me arrepienta.

Ella intentó rodearlo, pero él se giró de inmediato y colocó su mano en su espalda. Abrió la puerta del copiloto para ella. Luego rodeó el auto y se subió detrás del volante.

La observó mientras se colocaba el cinturón de seguridad. Era una lástima, esa habría sido la excusa perfecta para acercarse nuevamente a ella.

—¿Qué? —cuestionó cuando terminó y lo atrapó observándola.

—Nada —respondió él.

—Entonces conduce.

—Y después dices que es a mí a quien le gusta dar órdenes. —Se aseguró de sonreír para mostrarle que estaba bromeando.

Ella alzó sus hombros restándole importancia.

—No se siente tan mal.

Los primeros minutos viajaron en silencio. Con cada minuto que pasaba podía sentir su nerviosismo crecer. Puso algo de música a volumen bajo y minutos después la sintió relajarse un poco.

Mónica estaba disfrutando del paisaje y casi se había olvidado de hacia dónde se dirigían.

Casi una hora después de viaje llegaron a una enorme propiedad fuera de la ciudad. Conversó con un hombre y luego de decirle su nombre, los enormes portones se abrieron para ellos. William ingresó con el auto y condujo por un camino hasta llegar a una enorme casa rustica, pero bastante elegante.

El nerviosismo que había sentido antes, regresó a ella y William pareció percibirlo.

—Tranquila —dijo su falso novio colocando una mano sobre la de ella luego de que estacionará el auto— No será nada del otro mundo.

—Quizás para ti no.

—No lo será para ti tampoco. Seremos como una pareja enamorada. Te tomaré de la mano, —dijo entrelazando sus manos— me dirigiré a ti con cariño —alzó una mano y acunó su rostro— Y es posible que en algún momento bese tus labios. —Mónica no pudo evitar deslizar su mirada hasta los labios de él y recordar la primera vez que se besaron. Después de tanto tiempo aún podía recordar su sabor y textura.

William se inclinó dejando claras sus intenciones, esperó que ella lo rechazara. Y cuando no lo hizo, unió sus labios. El roce fue delicado. Mónica apoyó su mano libre sobre su pecho, debía alejarlo, pero otra vez, no pudo hacerlo y se dejó llevar.

El beso fue suave, sin prisa. Él quería tomarse su tiempo para saborearla. Pero pronto dejó de ser suficiente, necesitaba más y el deseo hizo que profundizara el beso. Ella respondió a su demandante beso y gimió en su boca.

Dejó ir sus labios solo para tomar un poco de aire, pero mantuvo su frente unida a la de ella.

—Es mejor de lo que recordaba —musitó William aún cerca de sus labios.

El poco raciocinio que quedaba en Mónica se hizo cargo de ella.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó mientras lo alejaba.

«Porque quise», pensó en responder, pero no lo hizo.

—Estabas nerviosa y quería que te relajarás. —No estaba seguro si lo que vio en su mirada fue confusión o decepción por su respuesta— ¿No ayudé?

—Para nada. Y no vuelvas hacer eso. —Dijo mientras tomaba la manilla para abrir la puerta.

—Alto —William la detuvo— Espera ahí, preciosa —Se bajó primero. Luego abrió la puerta para ella, le extendió su mano y ella la tomó. Era bueno que después del beso que compartieron ella no rehuyó a su tacto. Se sentía bien.

Sin soltarle la mano abrió una de las puertas de atrás y extrajo un portafolio. Luego la condujo por el camino de piedras. Una señora los recibió en la casa y los hizo pasar. Mónica evitó abrir la boca ante lo enorme y hermosa que era la casa por dentro.

—Esta casa es hermosa —Le susurró ella.

Él le sonrió con cariño y eso casi la derritió.

Atravesaron la sala y luego siguieron por un pasillo que los llevó hasta el jardín.

—Pueden esperar aquí —dijo la señora deteniéndose frente a una mesa en la que parecía lista para servir el desayuno— El señor Hazlett vendrá en unos minutos. —Anunció antes de disculpar e irse por donde habían llegado.

William asintió y agradeció. Luego se giró hacia ella, corrió unas de las sillas y la invitó a sentarse.

—Supongo que has hecho esto muchas veces —comentó ella al verlo tan relajado como si fuera el dueño de todo.

—¿Qué cosa? ¿Presentar a mi novia? No, créeme no he tenido tantas.

Mónica arqueó una ceja, no necesitaba decirlo con palabras, ella no le creía.

William no tenía idea del porque había dicho eso.

—Si tú lo dices. Pero yo me refería a una reunión de negocios como esta.

—Ah, sí. Llevo haciendo esto algunos años ya. Al principio acompañaba a mi padre y luego continué solo.

—¿Y él que hace ahora?

—Bueno, supongo que tratar de no perder de vista a mi madre.

—Eso suena muy acosador.

William se inclinó hacia ella.

—No se lo vayas a decir o me lo hará pagar. —Ambos sonrieron mientras sus miradas estaban atrapadas entre sí.

Un carraspeo rompió con su burbuja.

—Señor Green —dijo un hombre como de unos sesenta años.

William se colocó de pie y ella lo imitó.

—Señor Hazlett —ambos hombres se dieron la mano para saludarse— Gracias por recibirnos.

—No tienes que agradecer, es un placer tenerte aquí —La mirada del hombre se posó en ella.

William acortó la distancia con Mónica, pasó su brazo por su cintura.

—Ella es Mónica, mi novia —dijo sin un atisbo de duda que cualquiera podía creerle, hasta ella.

El señor Hazlett se mostró sorprendido por unos segundos antes de sonreír con amabilidad. Ahora podía entender de dónde venía el mal humor de su hija Livvie.

—Señorita…

—Goodwin —dijo ella al mismo tiempo que extendía su mano.

—Señorita Goodwin es un placer conocerla.

—El placer es mío señor.

—No sabía que tenía novia, señor Green. —Dijo regresando su atención a William.

Lukas había invitado a William a su casa no solo porque de verdad le interesaba adquirir el ejemplar de pura sangre que él tenía en venta, sino porque también quería saber que había ocurrido en su cita con su hija. Obviamente ya tenía la respuesta.

—Comenzamos a salir hace algunas semanas —Respondió.

Esa era la respuesta que habían acordado decir. Mónica confirmó sus palabras.

—Entiendo. Tomen asiento, me gustaría que me acompañaran a desayunar.

—Será un honor —dijo William. Ambos caballeros esperaron que ella tomara asiento y luego se sentaron también.

En seguida un par de mujeres se acercaron y comenzaron a colocar sobre la mesa una variedad de cosas deliciosas.

William Tomó su mano y le dio un apretón. Mónica lo interpretó como un agradecimiento. Pero en lugar de dejar ir su mano entrelazó sus dedos. Ella miró sus manos unidas y luego a él. La sensación era agradable, pero sería mejor ignorarla. Aquel teatro terminará pronto.

—Espero no les importe si me uno a ustedes —Dijo una voz femenina. Mónica giró su cuello para ver a la recién llegada. Era una chica rubia de ojos azules, podría jurar que era mayor que ella. Traía un atuendo parecido al de Mónica, la diferencia estaba en el color de la blusa y, por supuesto, su ropa era de diseñador, de eso estaba segura.

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