El apellido de mi familia estaba escrito en letras doradas bajo la pintura de Diane, el amor eterno del Alfa. ¿Cómo podía ser? ¿Era una coincidencia? —¿Crees que ella y yo seamos... parientes lejanos? —aventuré, mirando a la chica en el cuadro. Entonces, como una luz, noté de nuevo esa familiaridad. Pero, por primera vez, noté que era porque físicamente me resultaba conocida. —No lo sé. Pero, Cyra, no creo en las coincidencias. Mirando a la mujer, vi que teníamos rasgos similares, no iguales, pero si muy parecidos. —¿Tarren lo sabía? —inquirí. Arawn negó enseguida. —Él nunca supo el apellido de Diane. Ella nunca se lo dijo, y cuando se volvió Luna, adoptó el apellido de él. Por algún motivo, eso me hizo sentir mejor. —Aunque, ya lo sabe. Yo ayer se lo dije, pues quería averiguar que tanto sabía de ti. Lo miré. Y de pronto todo comenzó a encajar. Desde su visita a Tarren en prisión, Tarren había cambiado conmigo, su carácter e incluso su forma de hablarme eran otras.
Esa noche, tal cual ya esperaba, Tarren no volvió para cenar. Y tampoco vino al día siguiente. Al tercer día sola en esa fortaleza vacía, rompí su orden y tras vestirme con discreción, salí de allí y fui al pueblo en busca de Makya. Arawn se había marchado prometiendo ayudarme, pero yo también debía hacer algo. Sí el Alfa estaba averiguando sobre mi origen y el de mi apellido, yo averiguaría sobre el suyo y sobre su bella dama muerta. Y ya veríamos quien daba el jaque mate. —Makya —la saludé entrando a su pequeña clínica. Ella se giró y, como siempre, en cuanto me vio entrecerró los ojos. Se quitó los guantes de látex y la mascarilla. —¿Qué haces aquí? Todos saben que el Alfa mantiene a su Luna encerrada en su fortaleza por temor a que escape otra vez. Corrí el seguro de la puerta para que nadie nos interrumpiera, luego le solté todo: —Sé bien que antes de mi llegada, tú y el Alfa mantenían... encuentros casuales. Ella abrió ligeramente la mirada, pero no enrojeció. Y pas
Un humano y un lobo no podían tener descendencia juntos, era imposible, antinatural... Pero ¿qué había de Diane Dane, la primera Luna del Alfa, quien se enamoró de un humano y traicionó a su manada por él? Sí el rumor de que ella había logrado embarazarse de ese chico resultaba ser verdad, eso lo cambiaría todo. Cambiaría mi vida, mi pasado y mi destino por completo. Aunque, ¿cómo saber sí fue real o solo era parte de una vieja historia? Todas esas preguntas inundaron mi cabeza por los próximos días. Sola en esa enorme fortaleza parecida a un castillo, solo pude pensar en Diane y en mí. En esa Luna. En la maldición que había caído sobre el Alfa por proteger y amar a una traidora... Un ruido fuerte y repentino me hizo abrir los ojos. Y sin pensarlo demasiado me senté en la cama, miré en torno. La habitación estaba vacía y a oscuras, como era habitual. El silencio era absoluto, no había más ruido que mi propia respiración nerviosa. Con una mano en el pecho, después de medio m
—¡Perra! ¡Sal de una vez o te mataré! —gritó el hombre, sonando cada vez más cerca—. ¡Vamos zorra, ven aquí! Entre estremecimientos me apreté contra Tarren. —Debemos irnos —dije en voz baja, aun asustada de ese tipo—. Él no está solo. Vino a … matarme. Es el hombre del accidente... Pero tranquilamente Tarren deshizo nuestro abrazo y me besó en la coronilla. —Todo está bien ahora, Cyra —dijo con calma—. Ya estoy aquí, no dejaré que él se te acerque. Lo miré, aun ansiosa por irme de allí. —Tarren, por favor... Sin dejarme acabar, me empujó detrás suyo, a resguardo en su espalda. Luego tomó del suelo la navaja que yo le había arrebatado al hombre. Empuñó el arma con habilidad, escuchando con atención los pesados pasos de ese tipo acercándose. Frunció el ceño y una mirada helada se apropió de sus rasgos. —Quédate aquí y cúbrete los oídos. Terminaré rápido. Antes de poder detenerlo, dobló la esquina y me dejó sola. Lo escuché alejarse, caminar en la oscuridad con andar
Más allá de los árboles realmente había un rio. Corría pacifico entre las rocas, reflejando la gran luna el cielo, rompiendo solo por poco el silencio de la noche. Me paré a la orilla, observando mi reflejo en el agua clara. Tarren posó una mano en mi cintura y desde atrás apoyó su mentón en mi hombro. Ignoré el olor a sangre que emanaba de sus ropas. —Entra al agua conmigo, Cyra —me pidió en un tono suave. Recorrí nuestro entorno con la mirada, pero Tarren negó y sonrió. —No te preocupes, nadie nos vera. Estamos a solas. Llevó su brazo a mi cuello y me abrazó, pegándose a mí como si de repente estuviese feliz conmigo. Pero yo sabía por qué lo hacía, por Diane. Me lo quité de encima con brusquedad, girándome para poder verlo. —¿Qué crees que haces? —le pregunté a su confusa expresión. Estaba más molesta de lo que debería, pero ¿cómo no estarlo? Mi vida había peligrado y acababa de verlo matar a un hombre. —¿Realmente quieres que me bañe contigo para cerciorarte de qu
Bostecé y me giré en la cama con dificultad, apresada por un asfixiante abrazo caliente. Como pude desenredé mis piernas de las suyas y de una patada me quité las sábanas de encima. Medio somnolienta y acalorada, miré la iluminada habitación del hotel. El techo era de vigas y ladrillos rojos, pero las paredes eran blancas y espaciosas, y los muebles eran rústicos pero bonitos. El lugar era acogedor, igual que un pintoresco destino turístico para parejas en luna de miel. A mi lado, Tarren exhaló y me pasó un brazo por la cintura. Sus ojos seguían cerrados. —¿Qué haces despierta? —inquirió arrastrando las palabras—. Duerme conmigo. Medio sonreí, mirando su apuesto rostro medio dormido. Su cabello rizado era una maraña desastrosa, mucho peor que el mío. —Ya es tarde y creo que tú tienes asuntos que tratar, ¿o no? Gruñó a medias, apretando los párpados y frunciendo el ceño. —No debiste recordármelo. Negué con suavidad y salí de la cama, mientras él abría los ojos y estiraba los br
Cuando ese lobo salió del bosque e impactó en el coche, realmente no supe qué paso. Solo recordaba los cristales estallar, los gritos y el sonido de las llantas girando. Luego de eso, mi cinturón de seguridad se había roto. Y yo había terminado desmayada sobre la carretera, inconsciente por quién sabe cuánto tiempo, hasta que Tarren apareció. En realidad, nunca pude comprobar que Zaid hubiese muerto. —No encontraron a nadie en el coche —dijo Arawn—. Nadie se quemó. Por más que averigüé, esa noche no hubo ningún fallecido. Me separé de él por completo y fui a sentarme sobre la cama. Mi mente estaba totalmente conmocionada. En realidad, nunca vi su cuerpo, no escuché sus gritos. Pero en un accidente así, donde el coche ardió y yo casi terminé muerta, ¿cómo es que había logrado sobrevivir? —¿Sabes dónde está? ¿Lo viste? —inquirí de pronto, mirando a Arawn. Él negó y arrodilló frente a mí, a los pies de la cama. —Según el reporte, los pasajeros del coche abandonaron el lugar d
Dejé de sentir el suelo en mis pies, el flujo de la sangre, los sentidos, incluso dejé de respirar. Diane Dane había sido una mujer lobo, la pareja del Alfa, y después una traidora que le había condenado a una vida que aún no terminaba. Pero, sobre todo, ella había vivido hacia más de 300 años. 3 siglos, varias décadas antes que yo. Ella estaba muerta. Sin embargo, junto con ese remolino de negación, me vino a la mente la cambiada actitud de Tarren. Sí él creía que yo era Diane, eso justificaba su amoroso trato hacía mí, tan distinto al de antes. Para él, yo era la conexión más estrecha que tenía con su gran amor. Yo era el puente que lo unía a ella. —No puedo... ser igual que ella. Le dirigí una mirada suplicante a Arawn, rogándole negar lo que acababa de decirme. Pero él apretó los labios y se mantuvo callado. —Es imposible que yo sea como ella —repetí con la garganta contraída. Arawn acercó una mano a rostro y lo acarició. —Sé que es sorprendente. Yo tampoco lo creí al inici