¡Díganme que fue real!

  —Enana... —Ulises pellizcó su nariz para despertarla.

  —¿Qué? —se quejó con los ojos aún cerrados.

  —¿Cómo dormiste? —preguntó sonriente, pero Eli le pegó con la almohada—. Eres una sádica, Enana. Vas a matarme un día de estos.

  —¡Déjame dormir, tarado! —Tapó su cara con la almohada.

  —Estoy aburrido. Despierta, por favor —dijo removiendo los hombros de ella.

  —¡Ay! ¡Qué fastidio! —Se incorporó molesta.

  —¿Quieres chocolate caliente? —Ulises ofreció sonriente, en cambio Eli quería arrancarle la sonrisita de la cara.

  —Pero lo harás tú. El tuyo queda mejor que el mío. Yo hago los huevos y cor

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