Dimitri estaba sentado sobre un árbol en la oscuridad de la noche. Escuchó varias risas masculinas y bufó del fastidio. Se suponía que se había aislado para estar en plena tranquilidad.
El aroma a vainilla hizo que entrecerrara los ojos. ¿Qué hacía ella allí? Su corazón empezó a latir con brusquedad y un punzón en el estómago lo hizo maldecir en sus adentros.
—¡Qué demonios me pasa! —Dejó salir un suspiro y buscó a la causante de su "malestar".
—Oye, Anita —Uno de los guerreros se acercó burlón—. ¿Qué haces por aquí tan solita?—Estoy entrenando. ¿Y ustedes? —contestó alerta, pues no le gustaba el tono que estaban utilizando.
—Solo charlamos. Ya que nos toca estar encerrados en este campamento por un
PasadoEn la oscuridad de la noche se escuchaban galopes que hacían temblar el frío suelo de la calle. Vestida con una capa larga, aquella mujer cabalgaba a toda prisa y sin mirar atrás.—Ula, mi amor. —Ella se dejó abrazar de aquel apuesto pelirrojo. Siempre lo había amado, no solo por su peculiar atractivo, sino por lo dulce y listo que era. Como pasa con cualquier Estrella Verde, aceptar ese amor fue difícil, pero no se arrepentía de haberse convertido en su esposa y estaba feliz por el fruto que llevaba en su vientre. —Dan, debemos escapar o nuestro bebé será arrebatado por las Saprias —dijo con temor en su mirada.—Veo que cambiaste de parecer. —Su esposo le entregó un jarro con té. Era lo único que había en la pequeña choza.—Ahora entiendo la raz&o
Dimitri se paseaba de un lugar a otro dentro de su tienda. Todo su cuerpo temblaba y le fastidiaba que su corazón latiera con tanta intensidad. ¿Así se sentía enamorarse? Entonces, nunca lo estuvo de Leela. Nunca nadie lo había preocupado o inspirado tanto como Ana. Ella lo motivaba a querer ser mejor, a pensar en su futuro y a preocuparse por alguien más que no fuera él mismo. Ella era tan vulnerable que tenía la necesidad de estar a su lado y defenderla de todo y de todos.—¡Rayos! —Apretó su cabello con violencia—. ¡Esto no me puede estar pasando a mí! Tanto que juzgué y me burlé de Jing, ¿para qué? ¡Con un demonio! ¡Para terminar igual que él! —Pateó todo a su alrededor y se sentó sobre su colchón. Se la imaginó allí, debajo de sus sábanas con aquel hermoso sostén de
Doscientos años antes...—Este mundo es justo lo que necesitamos. —Una mujer rubia miró a sus compañeras con una sonrisa retorcida y llena de maldad.—He escuchado que aquí hay un guardián con grandes poderes. Será sustanciosa ese tipo de energía para alimentarnos. —Una morena concordó.***—Maestro, ¿qué escribe? —Una niña se acercó al anciano y éste le sonrió con gracia.—Solo transcribo —contestó con amabilidad.—¿Transcribe? —La chica preguntó llena de curiosidad. Él dejó salir una sonrisita al ver el rostro confundido de la jovencita y por su ignorancia.—Es volver a escribir. Alguien escribe algo y yo lo repito.—Ohhh... —
—¡¡Ulises!! —Leela corrió hacia él con lágrimas en los ojos. No podía creer lo que veía; era él y estaba vivo o... casi vivo. Ella se tiró al suelo y puso la cabeza de él sobre sus piernas, sus lágrimas caían sobre el rostro de pálido de su amigo.Jing, Odiel y el maestro Chan los rodearon y observaban al chico con gran asombro. Aunque ya tenían la información de que vivía, aun no era un hecho hasta verlo en persona. La cadena de Leela brilló y una luz dorada cubrió a Ulises. Su piel pronto recobró su tono natural y sus ojos se fueron abriendo poco a poco. Ulises se incorporó atolondrado y miró a su alrededor confundido. Sus orbes verdes se posaron sobre Leela con expresión incrédula.—¿Chica ruda? —Agrandó los ojos y los frotó varias veces—. ¿
—¡¡Qué rayos!! —Ulises puso sus manos sobre su cabeza entre llantos y gran desesperación—. ¡Eli! Eli mi amor... —Se arrodilló sobre la grama apretando su cabello con rabia.—¡Qué hiciste, muchacho! —El maestro Chan apareció de repente junto a Odiel.—¡Estos chicos enamorados actúan por mero impulso! —El mestizo se quejó—. Ahora tu amada esposa cayó en manos de una Sapria, la misma que ha estado rondando este lugar.—¡¿Qué dices?! —Ulises se dirigió a Odiel espantado.—Estábamos investigando las capas de energía de este mundo porque el maestro sentía una energía negativa por estos alrededores. —Odiel expuso—. Jing nos había informado que hay una mujer que se llama Kiara Bur en la casa de los S
—¡Te extrañé tanto! —Eli acarició su mejilla con ternura y él la miró malicioso.—Eso me quedó muy claro, picarona. Me destrozaste, ya hasta perdí toda la energía que había recuperado.—¡Ja! Te recuerdo que fuiste tú quien me trajo aquí y me atacaste como bestia salvaje. —Eli frunció el cejo y Ulises estalló de la risa.—Ya extrañaba a mi enana peleona y cachonda.—¡Ulises Harrison! No soy ninguna cachonda. Ni siquiera estaba pensando en eso. Yo de inocente y tú con tu perversión por dentro, fuiste a buscarme para quitarte las ganas. Por lo menos te aguantaste y no te revolcaste con otra.—Yo soy fiel a ti, Enana. Nunca, pero nunca, me acostaría con otra mujer. —Ulises dejó un beso fugaz en sus labios. Eli lo abraz&oac
—Bien, cada quien tome su lugar. —Jing ordenó. Eli comandaba a sus hombres junto a Dimitri y Ana, mientras que Jing y Leela hacían equipo con cincuenta líderes y maestros. Odiel y Ulises flotaban por los aires, y Jonah, Miriam y Darian eran los atalayas y espías. El maestro Chan seguía en su labor de buscar la piedra. Los hombres de Leonel Sum habían llegado al mar verde que rodeaba la región del Fuego. Carros voladores aterrizaron en la orilla del océano con Sum y sus hombres principales.Ulises y su equipo fueron al encuentro y cuando iban por la cordillera Rosa, ubicada cerca de la ciudad de Estrella Verde, el estruendo de muchos caballos los puso alerta.Los pocos hombres que llevaban con ellos se amedrentaron ante aquella multitud. Parecían un enjambre de langostas dispuestos a destrozar todo a su paso. Ellos se miraron con temor, enfrentarlos sería
—¿Me esperarás? —preguntó ansioso.—Sí —dijo con alegría. Ulises quitó una de sus pulseras y la puso en la muñeca de ella. La pulsera era dorada y fina, con algunas piedrecitas rojas. Eli miró la joya con una sonrisa de felicidad y tomó un anillo que su padre le había regalado y que era muy especial para ella—. Que tanto la pulsera, como este anillo sean un símbolo de nuestra promesa. —Ella dijo con una sonrisa y Ulises colocó el anillo en una cadena que tenía en el cuello, pues no le servía. Él besó sus labios con ternura y los guardias tocaron la puerta avisando que debían irse. Se besaron con más intensidad y se aferraron en un fuerte abrazo donde ambos se mojaron con sus lágrimas.—Espérame, Eli. —Secó su rostro con ternura—. Ve