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Reclamos sin sentido

Por la mañana siguiente:

Gabriela había ido muy temprano al supermercado, compró pescado fresco, bayas para dárselo a su esposo.

También trajo avena, miel, huevos y verduras frescas. Empezó a preparar el desayuno mientras todavía dormía el resto de la gente.

Alguien se levantó de su sueño oscuro al olfatear el olor a comida sabrosa, esta era Micaela, ella bajó corriendo y vió a la que consideraba la culpable de su tristeza y desgracia.

—Vaya que te dignaste a salir de tu habitación, ¡mujerzuela! —fue la primera ofensa que lanzará de su boca la tal Micaela.

—No molestes —respondió Gabriela muy enfocada en lo que hacía.

—¡Perra, sabes lo que eres no! —Gabriela dejó de hacer lo que hacía y la miró de frente.

Encontró a su prima con una ojera del tamaño de la Antártida, también estaba toda flaca y mal vestida. Verdaderamente le causó más lástima que otra cosa.

—Si, soy perra, pero con mi perro. —su semblante se había visto rojo, pues ya estaba sin mas paciencia.

—¿Ahora lo traes aquí....
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