Esta historia la cuento por mi y por vosotros.
Yo ya he aprendido lo que es querer a alguien y que te demuestre que siente exactamente lo mismo que tú.
La misma intensidad.
El mismo deseo.
Ya he aprendido que es mirar a esa persona y pensar que no quieres que se marche nunca.
No es una historia de amor, por lo menos, no una convencional. No hay bombones ni rosas, no hay promesas a la luz de las velas...
Solo espero que sientas cada palabra, cada emoción y cada risa tanto como lo he hecho yo.
Creo que solo así, entenderás el porque de mis palabras.
—El nuevo cambio de director no afectará vuestros puestos de trabajo —dice mí ahora exjefa. —¡Pero si el salario! —replica la chica de contabilidad. —Es todo, chicos, gracias por todos estos años —Grace se acerca a mí— voy a echarte de menos... —suspira poniéndome un mechón tras mi oreja. —Nos seguiremos viendo —me da una lástima perder a mi jefa... Después de quince años llevando a la compañía a lo más alto, un capullo ricachón la ha comprado a los jefazos. Así que ella tiene que marcharse de la empresa y de la sede aquí en Nueva York. Se llama Erik Dagger y cómo se atreva a despedirme le paso la factura de mi piso y le transmito todo lo que me dirá Mark. —Llegará en cualquier momento —murmura— viene de Alemania —está destrozada, pero eso no lo va a admitir, estamos hechas de la misma pasta. Nada de debilidades en la empresa. En un mundo de hombres los sentimientos están prohibidos. —¿Qué vas ha hacer...? —Mi marido necesita una secretaria. —Puedo darte algún consejo —le gu
Abro la puerta de casa y mis chicos vienen a saludarme. —Hola princesita —le doy un beso a Maya en la cabeza— hola Max ¿Y a quién tenemos aquí? hola Sombra —los tres me saludan con entusiasmo— ¿Me habéis echado de menos? ¿Habéis echado de menos a mami? —digo con voz chillona.—Son perros, no bebés —me dice Mark con su tono cansado— ¿Cómo ha ido el trabajo?—Bien —respondo sin más. Mis pequeños siguen contentos porque haya vuelto, mueven sus colas y esperan sentados a mi lado a que les siga dando mimos. —Mami tiene que irse —les digo a mis tres preciosos Huskys.—¿Dónde? —pregunta Mark.—Mi nuevo jefe ha preparado una reunión con los alemanes —voy hacia nuestra cama y empiezo a desnudarme. Todo es muy frío, soy consciente de ello, pero nuestro matrimonio está pasando por un bache tremendo. Se vino a vivir conmigo cuando llevábamos solo tres meses casados… nos casamos con veinte años. Muy jóvenes, eso también lo sé. Pero el amor te hace cometer estupideces. Visto de esta manera es
—Mi jefe —me apresuro a aclarar. —Erik Dagger, su jefe —extiende su mano. —Mark, su marido. Mark procura que las palabras queden claras, en cuanto a la mano de Erik, la mira con desprecio y marca más su terreno apretando su mano contra mi cadera. Incluso me hace daño.Erik también se percata de eso. Retira su mano y la mirada de mi cadera, me mira directamente a mi, casi puedo leer su mente. “¿De verdad permites eso?”—Esto... llegas tarde, cariño —Mark se mira el reloj que le regalé para su cumpleaños la semana pasada. —Es verdad ¿Pero él no llega tarde también? —no me lo pregunta a mi. —Soy mi propio jefe, y el jefe de tu esposa. Así que no, yo no llego tarde, pero ella sí. —Mark —intento de nuevo—. Nos vemos luego. —Claro —Mark me planta un beso más largo y más cercano de lo normal. —Hasta luego —murmuro cuando acaba. —Un placer —suelta Erik sarcástico. Escapo de ahí al mismo tiempo que Mark. Subo con los chicos a casa. Me cambio y les pongo la comida, antes de que se la
De camino a casa ya a las ocho y media Liam me llama al teléfono, le cuelgo y guardo mi teléfono. En el almuerzo he tenido una discusión con Mark por teléfono y no tengo ganas de explicarla, mentir a Liam no es una opción, me conoce. Abro la puerta de casa y los chicos me saludan eufóricos, saltan, corretean y se tiran al suelo. Mark está sentado en el sofá viendo el partido de fútbol. Me pongo una camiseta de tirantes y un culotte negro de estar por casa, me recojo el pelo en un moño y me siento a su lado. —Hola cielo —intento. Como respuesta se lleva el botellín de cerveza a sus labios sin decirme nada— ¿Qué pasa? —veo cuatro botellines vacíos.—Hoy he echado a perder un cuadro sin querer. —No pasa nada. —Sí que pasa, Alex quería los cuadros para mañana.Alex es su mecenas, nunca le mete prisa, no entiendo el problema. Por lo que sé es un buen tio. —Cielo, lo solucionarás pronto… pero necesitamos el dinero cuanto antes...—Lo sé. —Bueno, ahora trabajando más podremos llegar a
Me preparo lo último comestible que tengo en la nevera. El alquiler es demasiado alto, tenemos la nevera vacía, y ahora hay que pagar esas pastillas de Max y el veterinario. Mark va a la ducha y me dan ganas de decirle que vaya a ducharse a casa de su madre. —Nos tendremos que ajustar el cinturón, chicos —Maya ladea su cabeza— eso significa que los premios se han acabado, os queda esa media bolsa —vuelve a apoyar su cabeza en la espalda de Max. Mientras cocino los miro de reojo y veo como Sombra le lame la cabeza a Max mientras duerme. Tuve que adoptarlos a los tres, eran los tres de la camada que siempre estaban juntos. El cuidador me dijo que Max había nacido el último y que Sombra y Maya siempre estaban encima de Max. Se me hizo imposible separarlos. Meto la mano en mi bolso y mientras como los últimos filetes de pollo consulto mi teléfono. No tengo más llamadas que la de Liam hace horas y de Kate.Son las once, no es hora de llamarlos. Cojo el teléfono de la empresa y veo nada
Y Erik sigue con sus preguntas que me dejan algo desconcertada. —¿Tu marido puede cuidar de tus perros una semana?—¿Porqué…? —Responde. La. Pregunta.Resoplo frustrada. —Sí, podría. —Tenemos que ir una semana a Alemania y necesito que vengas conmigo. —¿Para qué?—Eres mi ayudante, eres traductora ¿Hace falta que te lo aclare más?—¿Sabes? no tienes que ser tan borde conmigo —sonríe y decido darle un trago al vino antes que darle un puñetazo en la cara— ¿Para qué tenemos que ir? El trato con Müller está prácticamente cerrado.—No es por Müller ¿Conoces a la empresa Dagmar? —Claro que la conozco.—Christa Dagmar me llamó ayer por la noche. Cuando tendría que haberte llamado a ti —me reprocha— y me dio la posibilidad de que nuestra empresa distribuyera sus productos por Europa —me quedo boquiabierta.¿Cómo puede ser? la mismísima Christa le dio carpetazo a la propuesta de Grace. —¿Cómo consigues estos acuerdos? —Consigo todo lo que quiero, Mia —ruedo los ojos molesta por su arro
En casa Mark me espera con la cena en la mesa, velas, una copa de vino y un ramo de rosas. —Hola mi vida —me dice con esa cara de niño bueno. —Mark. —Lo siento… he hecho la cena y… rosas, te he comprado rosas. Hago un gran esfuerzo por apartar todo de mi cabeza y cenar con Mark como hacíamos cuando todavía nos llevábamos bien. Intento reírme de sus chistes, tocar su mano cuando la acerca, beber el vino que me sirve y darle los besos que me pide. Pero cuando en el postre intenta algo más, me invento la gran excusa.—Tengo el período. —Oh, vaya. Y yo que pensaba que los hombres lo calculaban más o menos. —Voy a darme una ducha. —Bien, yo recojo esto. —Gracias cielo. Dejo que el agua fría caiga por todo mi cuerpo antes de darme cuenta de que Mark me está hablando. —Así que mañana cerráis el trato con el alemán —dice. Miro la cortina y veo su silueta al final de mi baño con paredes echas por tres biombos. —Sí —pero no me hagas pensar demasiado en eso… aún sigo sin saber como
Les saludo con amabilidad y les digo que me acompañen a la sala de reuniones donde el señor Dagger les espera. Traduzco ambos saludos y nos sentamos en la mesa. Sigo trabajando en la traducción, es algo que me encanta, pero me agota por completo. Cuando la reunión acaba después de dos horas me duele mucho la cabeza. La reunión tendría que haber durado media hora, por eso no se le pidió al señor Wang que trajera un traductor… —Eres inteligente —dice Erik al entrar a su despacho— en tu ficha dice que sabes ocho idiomas —saco una aspirina de mi bolso y me da un vaso de agua de la máquina que hay al final de su despacho. —Sí, me encantan los idiomas; inglés, español, alemán, italiano, chino, francés, ruso y portugués. —¿Cómo puedes hacerlo?—Siempre se me han dado bien. —¿Qué más se le da bien? Una parte de mi desea que lo diga con un doble sentido perverso. —No hacerle caso, señor Dagger. Sonríe de esa manera tan sexi. —Tendremos que corregir eso… —de nuevo, se acerca a mi. Mi yo