CAPÍTULO 4

De camino a casa ya a las ocho y media Liam me llama al teléfono, le cuelgo y guardo mi teléfono. En el almuerzo he tenido una discusión con Mark por teléfono y no tengo ganas de explicarla, mentir a Liam no es una opción, me conoce. 

Abro la puerta de casa y los chicos me saludan eufóricos, saltan, corretean y se tiran al suelo. Mark está sentado en el sofá viendo el partido de fútbol. Me pongo una camiseta de tirantes y un culotte negro de estar por casa, me recojo el pelo en un moño y me siento a su lado. 

—Hola cielo —intento. Como respuesta se lleva el botellín de cerveza a sus labios sin decirme nada— ¿Qué pasa? —veo cuatro botellines vacíos.

—Hoy he echado a perder un cuadro sin querer. 

—No pasa nada. 

—Sí que pasa, Alex quería los cuadros para mañana.

Alex es su mecenas, nunca le mete prisa, no entiendo el problema. Por lo que sé es un buen tio. 

—Cielo, lo solucionarás pronto… pero necesitamos el dinero cuanto antes...

—Lo sé. 

—Bueno, ahora trabajando más podremos llegar a final de mes más tranquilos —comento pensando en mi horario ampliado. 

—¿Puedes parar? —dice con tono agresivo. 

—Cielo, lo digo sin... 

—¡Sin que! Claro, soy un mantenido y ya tienes derecho ha hablarme así. 

—Lo que me dices no tiene sentido. No he dicho eso. 

—¿Qué no has dicho eso? Llevas toda la semana recordándomelo ¡Y encima te vas con tu “jefe” por ahí!

—¿Crees que te pongo los cuernos?

—¡Soy el cuernudo del año!

—Entre mi jefe y yo no hay nada. 

—¡Esta mañana te has ido con él! ¿Estaba bueno el desayuno? ¿Eso es lo que te gusta ahora? ¿Irte por ahí?

—¿Me has seguido?

—¡Pues claro! y no me equivocaba. 

La discusión evoluciona a gritos, malas palabras, reproches y molestias anteriores no solucionadas. Maldigo que nuestro hogar no sea mas grande para mandarlo a dormir al sofá y castigarlo como se merece. 

He aguantado mucho, siempre he aguantado. Es mi marido pero su tono de voz es horrible. Siempre le he apoyado en su carrera como artista ¡Pero sí es un mantenido! sus cuadros dan dinero, pero dan dinero durante un periodo de tiempo. 

Lo hago dormir en el sofá a pesar de que el espacio abierto me hace saber que está ahí. 

A las dos de la madrugada me despierto por un terrible estruendo y un grito agudo. Mark enciende la luz y vemos tanto a Sombra como a Maya asomados a la ventana que va a la escalera de incendios. 

—¿Dónde está Max? —digo al borde de un ataque de pánico.

—Creo que ha salido. 

—¡Te he dicho que cerraras la ventana! —salgo a la escaleras de incendio y lo veo en el ultimo tramo de escaleras llorando, gritando— ¡No, no, no! —llego a él, empiezo a llorar cuando veo su sufrimiento— vamos, cielo, levántate —lo hace, no apoya la pata derecha. Y llora, llora, llora y llora. Lo cojo en brazos y subo arriba— tengo que llevarlo al veterinario. 

—No nos lo podemos permitir. 

—Dejaremos de comer si es necesario —mascullo— mira, no quiero ni que vengas. Egoísta de... 

—Olvídame —me espeta. 

Maya y Sombra se pegan a mi como diciendo: ni de broma nos dejas aquí. 

Dejo que me acompañen y vamos hasta el parking, dejo a Max en el asiento del copiloto que se queja con el mínimo movimiento y Maya y Sombra se quedan detrás obedientes. 

Conduzco hasta la clínica veterinaria de urgencias más cercana. Mientras espero en un semáforo el móvil de la empresa suena. 

—¿Qué narices quieres ahora? —lo cojo— ¿Sí, señor Dagger? —giro a la derecha. 

—Necesito que mañana vengas antes a la oficina. 

—¿A qué hora? —giro a la izquierda y un impresentable se salta un stop, freno de golpe y Max chilla dolorido— ¡Pero serás desgraciado! —le enseño el dedo corazón y me contesta con un insulto más sonoro.

—¿Se puede saber que haces?

—Max se ha roto una pata, estoy yendo a urgencias —caigo en la cuenta de que es mi jefe y eso le importará menos que nada— lo siento, señor Dagger ¿A qué hora me necesita mañana en la oficina?

—A las siete —dos horas antes— ¿Como se ha roto una pata? 

—Lo siento, señor Dagger, tengo que dejarle. 

—Dime donde estás. 

Cuelgo y vuelvo a coger a Max en brazos. Maya y Sombra andan a mi lado obedientes. Están muy bien educados, no necesita correa, a veces se la pongo porque hay gente que le incomoda. 

—Buenas noches —dice la recepcionista. 

—Creo que se ha roto una pata —una mujer vestida de rosa aparece. 

—¿Cómo se lo ha hecho?

—Se ha caído por unas escaleras… no sé des de que tramo ni… no lo sé. 

—¿Cómo se llama? —Max grita cuando le dejo en brazos de la enfermera, los ojos se me llenan de lagrimas. 

—Max, tiene un año y medio. Nada de alergias ni ninguna operación anterior. 

—Muy bien —quiero pasar con él pero la recepcionista no me deja. 

—Tiene que esperar en la sala de espera. Haremos todo lo posible —dice la secretaria. 

Maya y Sombra inquietos lloran delante de la puerta por no poder ir con él. Es increíble cómo se cuidan entre ellos…

—Chicos, venid aquí —obedecen con la cabeza gacha y con una expresión de tristeza. 

Me siento en una de las sillas y ellos se ponen a mi lado. Menudo día. Mark y yo no paramos de discutir, mi jefe me saca de mis casillas todo el tiempo, pero tengo que callar y hoy me he comportado como una tonta con Liam. 

Llamo a Liam llorando a moco tendido. 

—¿Qué pasa? —dice de inmediato. 

—Max se ha roto una pata —gimoteo. 

—¿Cómo?

—Mark, se ha dejado la ventana abierta.  

—¿Está contigo?

—Hemos discutido. 

—¿Dónde estás?

—Estoy en un veterinario de urgencias… 

—Voy ahora mismo, mándame la dirección —le digo la dirección y me cuelga antes de que pueda decir nada más. 

Liam tarda en llegar cinco minutos, eso es que ha corrido mucho. 

—¿Qué ha pasado con Mark? —Me echo a llorar como una cría. Nunca me ha gustado llorar delante de nadie. Liam me abraza y no dice nada, deja que llore. Cuando me tranquilizo un poco me veo capaz de hablar. 

—Hemos empezado a discutir. Llevamos toda la semana discutiendo y algún tiempo con una tensión en casa… El muy incrédulo cree que le engaño con Erik.

—¿Quién es Erik? 

—Nuestro jefe. 

—¿Y por qué...? 

Le explico que anoche cené con él, pero que fue estrictamente profesional y que esta mañana he desayunado con él. Omito nuestro tema de conversación.

—… así que hoy cuando he llegado a casa estaba borracho otra vez, y hemos empezado a discutir.

—¿Había estado borracho alguna otra vez?

—Sí, pero eso no importa.

—Claro que importa. Me prometiste que Mark no se ha portado mal contigo nunca. 

—No es lo mismo. 

—No lo es ¿Alguna vez te ha pegado? ¿Faltado el respeto? 

—Liam... 

—Responde. 

—Esto es lo último que necesito. 

—Ya… Max se pondrá bien. 

Todo lo que me dice el veterinario de guardia es que Max se ha hecho una fisura algo grave. Por eso el dolor que siente. 

La factura es estratosférica, me dejan pagarla a plazos, lo agradezco. La amenaza de que no comeríamos si hace falta va a cumplirse. Coge a Max en brazos y me acompaña para dejarlo en el coche. 

—¿El jefe ha intentado algo? —su pregunta me pilla desprevenida. 

—No, Liam —me apresuro a decir— solo ha sido amable. La oficina se la quita por completo, es todo —asiente. 

—¿Te acompaño?

—Estaré bien sola —y si vuelvo con Liam a casa si que me llamará infiel. Está celoso de Liam, es un hecho. 

—Nos vemos mañana, preciosa —me da un beso en la mejilla y sube a su coche. 

Conduzco hasta casa y cuando llego pongo a Max en el lugar de Mark. Me lame la mano como agradecimiento y Sombra y Maya se ponen a su lado. Mark me mira des del sofá. 

—Cariño… —intenta.

—Ni me hables. 



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