¿Puede ser que…?

De camino a la comisaría, O’Neill observó cómo Alahan salía de las dependencias de los peritos en tecnología, como si hubiese sido escupido por un huracán.

Sin pensárselo dos veces, se encaminó hacia él y, bajando la ventanilla y sintiendo cómo el gélido aire del otoño se adentraba en el coche, gritó:

—¡DOYLE!

El aludido miró alrededor de él, desconcertado, hasta que sus ojos dieron con el coche patrulla en el que se encontraba Howard O’Neill.

—¿Qué sucede? —preguntó el comisario, una vez Al se subió en el asiento del copiloto.

—No tenemos ni una puta mierda —escupió con odio.

—¿Cómo? Pero ¿y los móviles? ¿Los videos?

—No hay nada. Nada de nada.

—Eso es imposible, como mínimo deberíamos poder saber cuándo fue grabado el video.

—Howard, cuando digo nada es nada —dijo, apretando los dientes. Se sentía completamente impotente—. No sé si lo sabes ya, pero lo único que lograron los forenses fue hallar dos muestras de ADN, con una amplia coincidencia entre ambas.

—Sí, lo sabía —dijo O’Neill
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