Imposible

Alahan se adentró en las dependencias de los peritos forenses, hecho una tromba.

Hacía más de dos horas que los dispositivos móviles habían sido enviados para que los analizaran y nadie había sido capaz de aportar un rayo de luz en aquel maldito y oscuro laberinto en el que se encontraban.

Al cruzar las puertas acristaladas, se encontró con que todos los que debían estar trabajando arduamente en los análisis de los móviles se encontraba repantigados en un sofá que se encontraba contra la pared final de las oficinas compartidas, hablando, riendo y bebiendo café, como si allí no hubiese nada importante que hacer.

—¿Qué diablos están haciendo? —preguntó, alzando las cejas y cruzando los brazos.

Los cuatro técnicos detuvieron todo lo que estaban haciendo, en un parpadeo, y se voltearon hacia él, abriendo los ojos de par en par.

—¿Qué te pasa, Al? —preguntó Kiana, sonriendo mientras se acercaba hacia él pavoneándose.

—¿Qué me pasa? ¿En serio lo preguntas? Hay demasiado trabajo que hacer.

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