capitulo 5

—Llegamos, morrita —dice ella tirando de mi brazo de forma violenta—. Henry, espérame afuera. No te vayas por si intenta escapar esta culera.

—Está bien —cierra la puerta y sale del baño.

Sé que por mi desobediencia me está pasando lo que me está pasando. Si tan solo no me hubiera escondido de las escoltas de papá... Mientras viajaba, uno de los escoltas me envió un mensaje diciendo que ya había llegado a España, por ello me estaba esperando a las afueras del aeropuerto. Me dio tanta rabia cuando lo leí que inmediatamente lo bloqueé. Estaba muy al pendiente de no ser vista por el escolta, quien por su parte no paraba de buscarme con sus ojos. Me escondí como rata y con mi ignorancia fui a la salida del aeropuerto donde supuestamente Sasha me esperaba.

—¿Qué tanto piensas? ¡Rápido! Quítate la ropa.

Me quito toda la ropa que llevo en mi cuerpo de manera rápida, quedando desnuda. Me meto a la ducha y empiezo a bañarme. Al terminar, ella me dice:

—Ten —me entrega una bolsa negra que contiene algo en su interior. La tomo y la abro, y al descubrir lo que hay dentro, de inmediato me niego a ponerme lo que trajo.

—Jamás me pondré esta cochinada —le tiro la bolsa a los pies y arranco la cortina del baño y me la coloco de ropa.

—¡Ostias, no seas terca y ponte eso, o de no llamaré a Carlos!

La miro con odio y empiezo a colocarme la ropa. ¿Qué estoy haciendo? ¿Acaso estoy perdiendo la cabeza? ¿Cómo rayos acepté ponerme esta porquería? Si mi padre me viera así, le daría un infarto. Pero no tengo más alternativas que obedecer a esta gente de España. El vestido es un body negro muy sensual.

—Qué linda te ves, sirena —ella saca su celular y empieza a tomarme varias fotos.

—¿Qué estás haciendo?

—Ya verás cómo los hombres soltarán dinero por ti. Eres fenomenal.

Luego de un par de fotos, ella llama a Henry y este entra para llevarme escoltada hasta una habitación. Al entrar, un suspenso y muchas preguntas invaden mi mente. ¿Qué es esto? Veo varias chicas: algunas morenas, blancas, negras y mestizas sentadas en el piso. Algunas están intactas, otras golpeadas y otras dormidas.

Me siento tan extraña e incómoda. Ellas, al verme, agachan sus cabezas sin darme importancia, menos una de ellas, que me mira detenidamente. Por su apariencia, parece que ha sido maltratada a diario.

Sus ojos están vacíos, sus labios pálidos como hojas y su mirada como un mismísimo cadáver. Me acerco a ella y trato de hablarle, pero me da la espalda y se encoge de brazos.

—Hola, soy Estrella. Mira, solo quiero hablar.

—¿Qué quieres saber, niña? —es la voz más triste y fría que he escuchado.

—¿Cómo te llamas? —pensé que no me diría su nombre, pero luego de algunos minutos, ella responde.

—Maritza. Sabes, llevo aquí tres días, en los cuales no sé si es de día o de noche. Me imagino que eres nueva —gracias a Dios me habló, pero con una voz sin ganas.

—Sí, pero... tengo miedo. No sé qué harán conmigo. Extraño a mi familia. Me quiero ir. No aguanto más —entro en crisis y empiezo a hablar sin parar, hasta que ella pone su mano en mi hombro.

—Tranquila, saldremos de aquí —su voz pasiva cautivó y alivió mi susto, y como si fuera poco, una ligera sonrisa salió de su rostro.

—Gracias, Maritza —somos interrumpidas por una bocina que está en la esquina de la pared.

—Cassandra, Victoria, Tigresa y Maritza, salgan. Las esperan en los cubículos, y mucho ojo en no complacer a los hombres —la voz de Carlos, creo, se hace escuchar mediante la bocina.

—¿A dónde vas, Maritza?

Ella se acomoda su ropa, más sexy que como estaba antes. Luego va al nochero, se coloca un poco de maquillaje y pinta sus labios de color rojo pasión. Para terminar, rocía un poco de perfume en todo su cuerpo.

—Pues... verás, niña, voy a ganarme la vida, trabajando —murmura y sale del cuarto en compañía de otras chicas. Miro a mi alrededor y las demás chicas empiezan a ponerse de pie, a acomodar sus vestidos y a hacer lo mismo que hizo Maritza. Qué tristeza da ver a estas chicas jugarse la vida de esta manera tan miserable.

Me salgo de mis pensamientos al escuchar la voz de la cachetona.

—Oye tú, sirena, ven rápido —camino hasta la entrada de la puerta—. Este es Johan, él será el cirujano que realizará tus implantes de culo y tetas.

—Pero ¿no era mañana? —ella me hace callar chasqueando sus labios ovalados.

—Para mañana es tarde, tonta. Y tú, Henry, atála y llévala al auto —ordena.

—Sí, señora —me ata de los brazos y me empuja para que camine, pero yo me niego.

—¡Que camines, hija de perra!

—No quiero. No quiero ponerme eso que llaman implantes. Así como estoy, soy perfecta. Prefiero morir antes que colocarme eso —la cachetona saca un arma y me la pone en la cabeza.

—Si no te mueves, te disparo. Rápido, pedazo de estúpida.

—Entonces, mátame.

—Cachetona, por favor, sé más pasiva —dice el hombre llamado Johan—. Niña, colabora, ¿sí? Ven —me toma del brazo de manera frágil y tierna, insistiendo en que dé el primer paso. Yo asiento con miedo y empiezo a caminar. Antes de salir del club, Henry me pone una cinta en la boca junto con una capucha.

Ya vamos en el auto. ¿Para dónde? No sé, lo que sí sé es que apenas mi padre se entere, no les va a alcanzar la vida para pagar todo lo que me están haciendo.

—Llegamos, “sirena” —dice Henry y me baja del auto. Él me guía hasta lo que imagino es la entrada, abre la puerta y entramos. A mi nariz llegan muchos olores: cigarrillo, perfume, lavanda y menta. No sé exactamente qué es esto, si una casa, un hospital o simplemente una casa clandestina donde se realizan los implantes.

—Sirena, no te va a pasar nada. Solo vas a sentir una pinchadita en tu brazo y te vas a dormir en cuestión de segundos —dijo Johan, el malnacido que se presta para estas porquerías. Me acuesta en una "cama" y me pide que respire profundo. Luego siento una punzada en mi brazo, y es verdad, un sueño arrepentido se apodera de mí, tanto que mi cuerpo se afloja.

Yo, en mi ignorancia, le dije a la cachetona que prefería morir, pero no, la realidad es que quiero vivir, para volver a ver a mis padres. Y si me toca jugarme la vida como aquellas chicas, lo haré, lo haré con todas las de la ley. Pero eso sí, quiero ver a carne viva cuando mi padre venga y los masacre en frente de mí. Porque de eso sí estoy segura: sé que mamá siempre me mintió cuando yo le decía que quería visitar a mi abuelo para Navidad, pero ella siempre me dijo que en otra ocasión, ya que mi abuelo estaba enfermo. Sabía que era mentira; solo no íbamos porque el nombre de mi padre había hecho historia con respecto a bandas criminales, extorsión, tráfico de drogas y muchas cosas más. Por ello nos fuimos a Turquía a comenzar de cero. Claro está que en ese entonces yo estaba en la panza de mi madre. ¿Cómo lo supe? Pues mi hermoso hermano Tayyar me lo contó.

... Una hora después ...

—Levántate, sirena. Los tiburones te esperan —despierto de aquellos recuerdos vividos con mi familia luego de escuchar la repugnante voz de Henry. Intento levantarme, pero me es imposible, ya que siento mi pecho comprimido y mis caderas pesadas.

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