capitulo 6

—¡No puedo levantarme, me duele el cuerpo! —exclamé, aferrada a las sábanas. Por cierto, puedo hablar; me imagino que ellos quitaron la cinta de mi boca mientras dormía.

—Déjame y te explico. En estos momentos, tus implantes fueron colocados con éxito, por ello te quedarán en reposo durante dos meses —dijo Johan, como siempre, con su voz pasiva.

—Señor, me siento mareada —él se echó a reír. De momento, siento que mi capucha es retirada de mi cabeza y es ahí donde por fin veo mi cuerpo.

¿Qué es esto? Mis senos están súper grandes y mis nalgas son anchas y gruesas. Esta no soy yo, definitivamente no soy yo.

—Te ves muy linda, es más, ahora sí pareces una sirena —dijo Henry, quien me mira de forma morbosa.

—Bueno, Henry, ya ella está lista. Llévala y me haces el favor y me traes a Fernanda, la que trajeron hoy.

¿Qué? ¿Acaso todos los días traen chicas nuevas? ¡Qué hijos de perra! Pobres niñas indefensas, mira que venir aquí engañadas.

—Ah, Johan, esta mañana recibí un mensaje de Sasha diciendo que Fernanda, la chica nueva, había fallecido.

—¿En serio? ¿Y qué le pasó?

—Pues sufría del corazón, y al enterarse que vino engañada, le dio un infarto.

—Qué tristeza, bueno, no por ella sino por el dinero que hubiéramos ganado con ella —verdaderamente las apariencias engañan. Ese Johan, quien aparenta ser amable, es peor que Satanás; es un codicioso estratega.

—Ven, vamos —Henry me carga entre sus brazos. Mientras salíamos del lugar, me di cuenta de que tenía toda la razón al pensar que era una casa donde me habían ingresado. Lo único extraño es que no reside nadie en ella; es más, ni vecinos hay por aquí. Al parecer es un sitio abandonado en el cual traen chicas a realizarles estas porquerías.

Henry me sube al auto delicadamente para después subirse él.

—Ven para acá, zorra —me pone otra vez la sucia cinta en la boca—. Esto es por si se te ocurre abrir la bocota.

Luego de algunos minutos, llegamos al club. Él me ayuda a bajar del auto y después llegamos a la entrada. Al entrar, mi carne se puso de gallina tras oír el sonido de la música. En la noche se escucha más alto que en el día, tanto que el piso vibra y la multitud de personas es inmensa.

Camino con algo de dificultad, ya que mi cuerpo tiembla como gelatina después de la operación. Algunos hombres que están a mi alrededor me miran como si quisieran devorarme, mientras que otros solo me ignoran.

—Por favor, Henry, ve más despacio, me duele el cuerpo —le pido, ya que él me lleva de arrastre. Él asiente y su velocidad disminuye de a poco.

Mientras vamos de camino a la misma habitación donde horas antes había conocido a Maritza, veo parado a un hombre bastante alto de espaldas.

—Señor, está prohibida la entrada al cuarto de las trabajadoras —dice Henry de manera exagerada. El hombre se voltea ante el reclamo y esboza una sonrisa.

—Disculpa, estaba perdido. Es la primera vez que vengo a este lugar —su voz es gruesa y su perfume intenso cautiva mi olfato. Pero ¿qué estoy diciendo? Tengo que pedir ayuda. Creo que es el momento.

Le hago señas con mis cejas una y otra vez para captar su atención, pero no. Henry lo tiene haciéndole centenares de preguntas y él me ignora.

—Con permiso, señores, me retiro —se marcha del lugar. Creo que hubiera sido una muy buena oportunidad. *Me volteo para ver al hombre por última vez y él está parado al fondo, mirándome extraño. Pero siento un jalón de brazo que me hace voltear de frente otra vez.

—¿Qué tanto ves a ese tipo? ¿Dime, acaso te gustó? —niego con la cabeza.

... Por otro lado ...

—Señor, discúlpenos, pero su hija escapó —dice Junior.

—¿Qué tonterías dices? Ella jamás haría eso.

—Pero, señor, la azafata nos dijo que Estrella Lember sí ingresó al avión —me explica, asustado.

—Mira, si sigues hablando m****a, te juro que te voy a matar, porque de mi hija nadie habla mal.

—Señor, la encontraremos.

—¡Maldita sea! Busquen a mi hija ¡YA! ¡Rápido!

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Escucho la voz de Yusuf resonar por toda la casa. Salgo de la cocina y me dirijo a la sala de estar. Al entrar, lo encuentro llorando con sus puños apretados y maldiciendo una y otra vez.

—Amor, ¿qué pasó? —me acerco a él e intento abrazarlo, pero él me rechaza.

—Cariño, nuestro bebé está desaparecido. Esos hijos de perra no la encuentran. ¿Viste? ¿Viste por qué no quería que se fuera?

—¿Qué? —algo se me subió a la cabeza y mis nervios salieron como un auto sin freno. Estoy desesperada; no me quiero ni imaginar cosas malas, pero eso es lo que siempre uno se imagina: lo fatal.

—Te juro que la encontraré. Es más, hoy mismo me voy para España —me dice entre lágrimas. Mi esposo no quiere fiestas con Estrella; él dice que ella es la luz de sus ojos.

—No, amor, si vas puedes ir preso —sostengo su brazo para detenerlo, pero él me abraza con fuerza y ​​sus sollozos ablandan mi corazón tanto que termino llorando junto a él.

—Amor, por mi hija hago lo que sea y tú lo sabes. Si es de volver a lo que años antes renuncié, lo hago, pero tengo que traer a mi hija sana y salva.

—Pero, amor, esperemos hasta mañana. Quizás ella esté bien, y si se fue con Sasha, su amiga de la que ella me habló.

—Princesa, ella nos hubiera llamado para avisarnos, tal y como lo prometió. Además, su celular está apagado y tú sabes que ella jamás lo apaga. Sé que mi hija corre peligro.

—Yo voy contigo —él me mira con tristeza y acaricia mi mejilla.

—No, amor, de esto me encargo yo.

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