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34. TODAS ERAN UNAS MENTIROSAS

Sofía, al levantarse al día siguiente, había recibido un mensaje de que no debía ir a su trabajo, porque López había viajado, y le había concedido los días que restaban de la semana. Se sintió muy feliz, porque hacía mucho que quería salir a pasear con su pequeño. Al abrir la puerta de su apartamento, se quedó anonadada al ver la cantidad de bolsas que le habían enviado.

Suspirando se dedicó a entrarlas, decidió desempacar más tarde, el día estaba realmente hermoso. Le llamó la atención una bolsa que decía para el bebé, llena de juguetes, y una nota, diciendo que eran para ayudarla en el cuidado del nieto de la señora Lucrecia, lo cual hizo que suspirara.

¿Debía ahora que le confesó todo sobre Montenegro, hablarle de lo que le había sucedido?

Su jefe creía que el niño era nieto de Lucrecia, aunque si lo veía se iba a dar cuenta que era el que Mía había dicho que era su sobrino. ¡Qué lío! Quizás deba decirle la verdad, y quitarme a esa odiosa de arriba, pensaba en lo que se dirigía
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