El joven Lord, aunque sabía que César era su esposo, no pudo evitar que una sombra de celos cruzara su mente al contemplar el abrazo entre los dos. El mayordomo, notó el cambio en la expresión de su señor y decidió intervenir antes de que los celos pudieran convertirse en algo más.—Mi Lord, ¿qué cree que haya pasado para que Lord Henry haya enviado a tantos hombres a cuidarlo? —preguntó, tratando de distraerlo con un tema de importancia. El joven Lord desvió la mirada de Sofía y se giró hacia su mayordomo. La pregunta lo sacó de sus cavilaciones personales y lo llevó de vuelta a las realidades de su posición. —No lo sé, es muy extraño —respondió con un tono reflexivo—. Lord Henry siempre ha sido reservado respecto a sus acciones, pero este súbito interés... Debe ser porque se quedó sin herederos directos o me mandó a vigilar. —No diga eso, mi Lord. Lord Henry siempre lo ha considerado como a un hijo —replicó el mayordomo con un tono suave, pero firme—. Nunca hizo distinción entre
El doctor había sido una sombra en el pasado de Sofía, un eco persistente de aquellos días oscuros en el orfanato. Al verlo junto a su hijo, seguido por su súbita muerte, había superado su capacidad de resistencia emocional. Las lágrimas, una vez contenidas, brotaron nuevamente, y ella se permitió un momento de vulnerabilidad, sollozando en los brazos de César. Él, en un silencio cargado de promesas, se convirtió en su pilar inquebrantable. La repentina aparición del doctor, irrumpiendo en la habitación con una urgencia que les obligó a levantar la mirada y ponerse de pie para recibirlo, aumentó la tensión.—¿Qué ocurre, doctor? —inquirió César, su voz teñida por la ansiedad que le oprimía el pecho.—Tranquilos —dijo el doctor, con una calma que contrastaba con la premura de su entrada—. Los análisis confirmaron que a Javier no le administraron el veneno —explicó—. Y esto que tenemos aquí no es el antídoto; es el veneno mismo. Él estaba a punto de inyectárselo. Todos compartieron
De vuelta a la mansión, después de comprobar que todo estaba bajo control, la familia Cavendish se encontraba trabajando arduamente en las medidas propuestas por César para asegurar la propiedad. Además, habían tomado la decisión de devolver la fortuna a los López, sin importar cuál de los dos Javieres fuera su suegro. En una reunión junto a Sofía, ella había estado de acuerdo con la sugerencia de su esposo. No buscaría más quién era su padre, si realmente la amaban, resolverían esa situación entre ellos y se lo informarían. Hasta entonces, ninguno de los dos se acercaría a ella ni a sus hijos.—¿Estás segura de que esto es lo que quieres, Sofía? —preguntó el primer Javier.—Sí, después de todo, no tengo ninguna relación afectiva con ustedes. Toda mi vida la viví en un orfanato y ninguno de los dos vino por mí. Ahora debo preocuparme por mi estabilidad emocional y la de mis hijos. Cuando decidan ser sinceros y decirme quién es mi verdadero padre y quién es mi tío, entonces los deja
Lord Henry apretó suavemente la mano de su hijo, sintiendo la intensidad de sus emociones compartidas. Sus ojos reflejaban una mezcla de amor paternal y determinación inquebrantable.—Hanrriet, nunca dudes de mi amor por ti. Eres el único hijo que me queda y haré todo lo que esté a mi alcance para asegurarme de que estés a salvo —afirmó Lord Henry con voz firme—. No puedo soportar la idea de perder a otro hijo. No permitiré que tu madre te haga más daño. El joven Lord asintió, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para expresar su gratitud hacia su padre en ese momento. —Padre…, yo…, hay algo que necesito decirte —murmuró el joven Lord con un nudo en la garganta, deseando encontrar el coraje para compartir sus secretos Lord Henry lo interrumpió suavemente, acariciando su mejilla con ternura. Aunque era un hombre de apariencia dura y fría, sabía que en su corazón era un alma sufrida. Conocía cada detalle de su personalidad, sus pasiones y sus sueños. Hanrriet era un joven ta
Lady Sabina se quedó pensativa. Sentía que algo no estaba bien, pero por el momento no podía hacer más que esperar a que su hijo se pusiera en contacto con ella. Su mirada se posó en su dama de compañía que entró presurosa. —¿Y bien, lo hizo? —preguntó ansiosamente.—Mi Lady, me temo que le tengo malas noticias —dijo la dama temblando de miedo ante la mirada de su señora. — Reginald no solo falló en inyectar el veneno a Javier, sino que lo atraparon y se suicidó con la pastilla de cianuro en su muela. Con la noticia impactante de su dama de compañia, Lady Sabina se quedó sin palabras. No podía creer lo que estaba escuchando.—¡No puede ser! —exclamó Lady Sabina, sintiendo una mezcla de ira y miedo. —¿Cómo pudo fallar Reginald? ¡Y ahora se ha quitado la vida ese imbécil! La dama de compañía bajó la mirada, temerosa de la reacción de su señora. Sabía de lo que era capaz cuando algo no salía como ella planeaba —Lo siento mucho, mi Lady. Lady Sabina se sentó en una silla cercana,
En la mansión, la dinámica familiar había cambiado, todos se habían involucrado en la crianza de Javier. Habían decidido que no tomarían otra gobernanta, y que cada miembro de la familia participaría en su educación. Sofía, proporcionaba a su hijo un sentido de normalidad y alegría, mientras que César, con su charla firme pero justa, había establecido un marco de disciplina y educación equilibrada al que todos debían ajustarse. Lo más sorprendente, sin embargo, era el programa que Bee, junto a Airis, había desarrollado. Era un sistema educativo digno de la nobleza, diseñado para moldear a Javier en una figura refinada y educada. Y contra todo pronóstico, Airis había logrado ganarse el respeto y la obediencia del niño, educándolo con una dedicación que rozaba lo maternal. La llegada de Lord Henry y su hijo, al cual nadie había visto antes, se sumó a la atmósfera ya cargada de la casa. El doctor familiar, quien había cuidado a Sir Alexander por años, se encargaba de Hanriet en su co
Fenicio, con la precisión y estrategia de un militar retirado, había orquestado un plan audaz, uno que palpaba con emoción y nerviosismo, seguro de que dejaría a Mía sin aliento para su propuesta de matrimonio. Con una determinación inquebrantable, tras delegar a César la misión crítica de la seguridad, se dirigió hacia donde Mía conversaba animadamente con Sofía.—Mía, necesito que me acompañes ahora mismo —su voz con seriedad que no admitía réplica—. Señora Sofía, César se ocupará de todo. Vamos, Mía —dijo, y con un giro, se encaminó hacia la puerta, seguido por una Mía cuya curiosidad se había encendido. Abordaron un vehículo imponente, con hombres vestidos en uniformes negros de campaña. Mía también recibió su atuendo que incluía una máscara. El corazón de Mía latía al ritmo de una marcha desconocida mientras el auto devoraba el camino hacia un destino incierto. Finalmente, se detuvieron en una explanada donde una avioneta los esperaba. Fenicio, con la concentración de un maes
En la penumbra de las pasiones humanas, el egoísmo se yergue como una torre que, aunque majestuosa, está construida sobre cimientos de arena. Lady Sabina, nacida en el seno de la opulencia y el privilegio, es un espejo de esta oscura realidad. Su vida, tejida con hilos dorados de riqueza y estatus, nunca satisfizo la voracidad de su ambición. Como una llama que consume sin cesar, su deseo de poseer más, siempre más, la llevó por un sendero oscuro y solitario. El egoísmo, esa bestia insaciable, puede llevar a un alma a mirar todo a través de un prisma distorsionado donde los demás son meros escalones hacia un pedestal personal. Lady Sabina, con su corazón envenenado por la codicia, vio en Lord Henry Cavendish no un compañero para la vida, sino un cofre del tesoro andante. Un cofre que ella estaba dispuesta a forzar, sin importar el costo. La ambición, cuando se despoja de toda ética y compasión, se convierte en una fuerza destructiva. Lady Sabina, con su mente maquinando en las somb