Lord Henry apretó suavemente la mano de su hijo, sintiendo la intensidad de sus emociones compartidas. Sus ojos reflejaban una mezcla de amor paternal y determinación inquebrantable.—Hanrriet, nunca dudes de mi amor por ti. Eres el único hijo que me queda y haré todo lo que esté a mi alcance para asegurarme de que estés a salvo —afirmó Lord Henry con voz firme—. No puedo soportar la idea de perder a otro hijo. No permitiré que tu madre te haga más daño. El joven Lord asintió, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para expresar su gratitud hacia su padre en ese momento. —Padre…, yo…, hay algo que necesito decirte —murmuró el joven Lord con un nudo en la garganta, deseando encontrar el coraje para compartir sus secretos Lord Henry lo interrumpió suavemente, acariciando su mejilla con ternura. Aunque era un hombre de apariencia dura y fría, sabía que en su corazón era un alma sufrida. Conocía cada detalle de su personalidad, sus pasiones y sus sueños. Hanrriet era un joven ta
Lady Sabina se quedó pensativa. Sentía que algo no estaba bien, pero por el momento no podía hacer más que esperar a que su hijo se pusiera en contacto con ella. Su mirada se posó en su dama de compañía que entró presurosa. —¿Y bien, lo hizo? —preguntó ansiosamente.—Mi Lady, me temo que le tengo malas noticias —dijo la dama temblando de miedo ante la mirada de su señora. — Reginald no solo falló en inyectar el veneno a Javier, sino que lo atraparon y se suicidó con la pastilla de cianuro en su muela. Con la noticia impactante de su dama de compañia, Lady Sabina se quedó sin palabras. No podía creer lo que estaba escuchando.—¡No puede ser! —exclamó Lady Sabina, sintiendo una mezcla de ira y miedo. —¿Cómo pudo fallar Reginald? ¡Y ahora se ha quitado la vida ese imbécil! La dama de compañía bajó la mirada, temerosa de la reacción de su señora. Sabía de lo que era capaz cuando algo no salía como ella planeaba —Lo siento mucho, mi Lady. Lady Sabina se sentó en una silla cercana,
En la mansión, la dinámica familiar había cambiado, todos se habían involucrado en la crianza de Javier. Habían decidido que no tomarían otra gobernanta, y que cada miembro de la familia participaría en su educación. Sofía, proporcionaba a su hijo un sentido de normalidad y alegría, mientras que César, con su charla firme pero justa, había establecido un marco de disciplina y educación equilibrada al que todos debían ajustarse. Lo más sorprendente, sin embargo, era el programa que Bee, junto a Airis, había desarrollado. Era un sistema educativo digno de la nobleza, diseñado para moldear a Javier en una figura refinada y educada. Y contra todo pronóstico, Airis había logrado ganarse el respeto y la obediencia del niño, educándolo con una dedicación que rozaba lo maternal. La llegada de Lord Henry y su hijo, al cual nadie había visto antes, se sumó a la atmósfera ya cargada de la casa. El doctor familiar, quien había cuidado a Sir Alexander por años, se encargaba de Hanriet en su co
Fenicio, con la precisión y estrategia de un militar retirado, había orquestado un plan audaz, uno que palpaba con emoción y nerviosismo, seguro de que dejaría a Mía sin aliento para su propuesta de matrimonio. Con una determinación inquebrantable, tras delegar a César la misión crítica de la seguridad, se dirigió hacia donde Mía conversaba animadamente con Sofía.—Mía, necesito que me acompañes ahora mismo —su voz con seriedad que no admitía réplica—. Señora Sofía, César se ocupará de todo. Vamos, Mía —dijo, y con un giro, se encaminó hacia la puerta, seguido por una Mía cuya curiosidad se había encendido. Abordaron un vehículo imponente, con hombres vestidos en uniformes negros de campaña. Mía también recibió su atuendo que incluía una máscara. El corazón de Mía latía al ritmo de una marcha desconocida mientras el auto devoraba el camino hacia un destino incierto. Finalmente, se detuvieron en una explanada donde una avioneta los esperaba. Fenicio, con la concentración de un maes
En la penumbra de las pasiones humanas, el egoísmo se yergue como una torre que, aunque majestuosa, está construida sobre cimientos de arena. Lady Sabina, nacida en el seno de la opulencia y el privilegio, es un espejo de esta oscura realidad. Su vida, tejida con hilos dorados de riqueza y estatus, nunca satisfizo la voracidad de su ambición. Como una llama que consume sin cesar, su deseo de poseer más, siempre más, la llevó por un sendero oscuro y solitario. El egoísmo, esa bestia insaciable, puede llevar a un alma a mirar todo a través de un prisma distorsionado donde los demás son meros escalones hacia un pedestal personal. Lady Sabina, con su corazón envenenado por la codicia, vio en Lord Henry Cavendish no un compañero para la vida, sino un cofre del tesoro andante. Un cofre que ella estaba dispuesta a forzar, sin importar el costo. La ambición, cuando se despoja de toda ética y compasión, se convierte en una fuerza destructiva. Lady Sabina, con su mente maquinando en las somb
Sofía abrió y cerró la boca, incapaz de articular palabra. La revelación del joven Lord la había dejado sin habla. Con un esfuerzo titánico, logró encontrar su voz, aunque le salió entrecortada.—¿Por… por qué me hiciste eso?El joven trató de incorporarse en la cama, pero una oleada de dolor le recorrió el cuerpo y su frente se perló de sudor. Sofía, movida por un impulso de compasión más allá de la traición confesada, lo ayudó a recostarse nuevamente. Tomó un paño y con cuidado secó la frente del joven Lord, notando el calor febril que emanaba de su piel.—Mejor voy por el doctor, tienes mucha fiebre —dijo Sofía, preocupada a pesar de todo.—No —gimió él, aferrándose a una de sus manos con una urgencia que trascendía su debilidad— no te vayas. Quizás esta sea mi única oportunidad de disculparme contigo. Fue... Eres solo un peón en el juego de mi madre que yo llevé a cabo. Debías tener un heredero Cavendish...—¿Un heredero Cavendish? —repitió Sofía, confundida— ¿Sabías entonces que
En una clínica privada en Santa Mónica, Mía observaba con una mezcla de preocupación y amor a su prometido, Fenicio, quien se encontraba sentado a su lado en el consultorio del ginecólogo. El usualmente imperturbable capitán, retirado de mil batallas con honores, no podía ocultar su ansiedad. Sus pies se movían incesantemente, un claro indicio de su nerviosismo ante la posibilidad de perder a su futuro bebé. Esa mañana, Mía le había confesado, asustada, que había encontrado una mancha de sangre en su ropa interior. Apenas el día anterior, Fenicio se había lanzado con ella en paracaídas desde una avioneta, y ahora temía que esa imprudencia —cometida sin saber de su embarazo— hubiera puesto en riesgo la vida de su primer hijo. —Cálmate amor, me pones más nerviosa —le susurró Mía al oído. —¿No sientes nada? ¿No te duele algo? —fue la respuesta de Fenicio en lo que le tomaba la mano. —¡Tenía que estar loco cuando se me ocurrió lanzarte en paracaídas! ¡Debiste detenerme Mía!—Amor, so
Mientras tanto, Airis analizaba la conversación en tiempo real de Sofía y Teresa, buscando coincidencias de voz y posibles engaños en las palabras de Teresa, pero sobre todo tratando de ubicar de dónde los llamaba. César se mantuvo en silencio, observando y esperando el momento adecuado para intervenir. La situación era delicada; una criminal como Teresa Vivaldi no se pondría en contacto sin alguna razón oculta o un plan en mente. Era crucial manejar la conversación con cuidado y astucia.—No es una broma, Sofía. Verifica tu cuenta y te llamo en media hora. Necesitamos resolver esto tranquilamente —insistió Teresa Vivaldi con un tono que intentaba ser calmado.—Está bien —aceptó Sofía con cautela.Tras finalizar la llamada, César compartió su perspectiva con Sofía, su rostro serio reflejando la gravedad de la situación.—El dinero de la mafia de Teresa Vivaldi ha aparecido en tu cuenta, pero no ha sido un error. Ella autorizó la transferencia a uno de los gemelos López, aunque toda