En la mansión, la dinámica familiar había cambiado, todos se habían involucrado en la crianza de Javier. Habían decidido que no tomarían otra gobernanta, y que cada miembro de la familia participaría en su educación. Sofía, proporcionaba a su hijo un sentido de normalidad y alegría, mientras que César, con su charla firme pero justa, había establecido un marco de disciplina y educación equilibrada al que todos debían ajustarse. Lo más sorprendente, sin embargo, era el programa que Bee, junto a Airis, había desarrollado. Era un sistema educativo digno de la nobleza, diseñado para moldear a Javier en una figura refinada y educada. Y contra todo pronóstico, Airis había logrado ganarse el respeto y la obediencia del niño, educándolo con una dedicación que rozaba lo maternal. La llegada de Lord Henry y su hijo, al cual nadie había visto antes, se sumó a la atmósfera ya cargada de la casa. El doctor familiar, quien había cuidado a Sir Alexander por años, se encargaba de Hanriet en su co
Fenicio, con la precisión y estrategia de un militar retirado, había orquestado un plan audaz, uno que palpaba con emoción y nerviosismo, seguro de que dejaría a Mía sin aliento para su propuesta de matrimonio. Con una determinación inquebrantable, tras delegar a César la misión crítica de la seguridad, se dirigió hacia donde Mía conversaba animadamente con Sofía.—Mía, necesito que me acompañes ahora mismo —su voz con seriedad que no admitía réplica—. Señora Sofía, César se ocupará de todo. Vamos, Mía —dijo, y con un giro, se encaminó hacia la puerta, seguido por una Mía cuya curiosidad se había encendido. Abordaron un vehículo imponente, con hombres vestidos en uniformes negros de campaña. Mía también recibió su atuendo que incluía una máscara. El corazón de Mía latía al ritmo de una marcha desconocida mientras el auto devoraba el camino hacia un destino incierto. Finalmente, se detuvieron en una explanada donde una avioneta los esperaba. Fenicio, con la concentración de un maes
En la penumbra de las pasiones humanas, el egoísmo se yergue como una torre que, aunque majestuosa, está construida sobre cimientos de arena. Lady Sabina, nacida en el seno de la opulencia y el privilegio, es un espejo de esta oscura realidad. Su vida, tejida con hilos dorados de riqueza y estatus, nunca satisfizo la voracidad de su ambición. Como una llama que consume sin cesar, su deseo de poseer más, siempre más, la llevó por un sendero oscuro y solitario. El egoísmo, esa bestia insaciable, puede llevar a un alma a mirar todo a través de un prisma distorsionado donde los demás son meros escalones hacia un pedestal personal. Lady Sabina, con su corazón envenenado por la codicia, vio en Lord Henry Cavendish no un compañero para la vida, sino un cofre del tesoro andante. Un cofre que ella estaba dispuesta a forzar, sin importar el costo. La ambición, cuando se despoja de toda ética y compasión, se convierte en una fuerza destructiva. Lady Sabina, con su mente maquinando en las somb
Sofía abrió y cerró la boca, incapaz de articular palabra. La revelación del joven Lord la había dejado sin habla. Con un esfuerzo titánico, logró encontrar su voz, aunque le salió entrecortada.—¿Por… por qué me hiciste eso?El joven trató de incorporarse en la cama, pero una oleada de dolor le recorrió el cuerpo y su frente se perló de sudor. Sofía, movida por un impulso de compasión más allá de la traición confesada, lo ayudó a recostarse nuevamente. Tomó un paño y con cuidado secó la frente del joven Lord, notando el calor febril que emanaba de su piel.—Mejor voy por el doctor, tienes mucha fiebre —dijo Sofía, preocupada a pesar de todo.—No —gimió él, aferrándose a una de sus manos con una urgencia que trascendía su debilidad— no te vayas. Quizás esta sea mi única oportunidad de disculparme contigo. Fue... Eres solo un peón en el juego de mi madre que yo llevé a cabo. Debías tener un heredero Cavendish...—¿Un heredero Cavendish? —repitió Sofía, confundida— ¿Sabías entonces que
En una clínica privada en Santa Mónica, Mía observaba con una mezcla de preocupación y amor a su prometido, Fenicio, quien se encontraba sentado a su lado en el consultorio del ginecólogo. El usualmente imperturbable capitán, retirado de mil batallas con honores, no podía ocultar su ansiedad. Sus pies se movían incesantemente, un claro indicio de su nerviosismo ante la posibilidad de perder a su futuro bebé. Esa mañana, Mía le había confesado, asustada, que había encontrado una mancha de sangre en su ropa interior. Apenas el día anterior, Fenicio se había lanzado con ella en paracaídas desde una avioneta, y ahora temía que esa imprudencia —cometida sin saber de su embarazo— hubiera puesto en riesgo la vida de su primer hijo. —Cálmate amor, me pones más nerviosa —le susurró Mía al oído. —¿No sientes nada? ¿No te duele algo? —fue la respuesta de Fenicio en lo que le tomaba la mano. —¡Tenía que estar loco cuando se me ocurrió lanzarte en paracaídas! ¡Debiste detenerme Mía!—Amor, so
Mientras tanto, Airis analizaba la conversación en tiempo real de Sofía y Teresa, buscando coincidencias de voz y posibles engaños en las palabras de Teresa, pero sobre todo tratando de ubicar de dónde los llamaba. César se mantuvo en silencio, observando y esperando el momento adecuado para intervenir. La situación era delicada; una criminal como Teresa Vivaldi no se pondría en contacto sin alguna razón oculta o un plan en mente. Era crucial manejar la conversación con cuidado y astucia.—No es una broma, Sofía. Verifica tu cuenta y te llamo en media hora. Necesitamos resolver esto tranquilamente —insistió Teresa Vivaldi con un tono que intentaba ser calmado.—Está bien —aceptó Sofía con cautela.Tras finalizar la llamada, César compartió su perspectiva con Sofía, su rostro serio reflejando la gravedad de la situación.—El dinero de la mafia de Teresa Vivaldi ha aparecido en tu cuenta, pero no ha sido un error. Ella autorizó la transferencia a uno de los gemelos López, aunque toda
Los gemelos se mantuvieron en silencio, conscientes de que cualquier palabra adicional podría traicionarlos aún más. César, mientras tanto, sopesaba sus opciones. La información de Airis había sido invaluable; ahora sabía que Javier tenía mucho más que perder en este juego de poder y engaños. La existencia de un heredero directo del gemelo dominante alteraría significativamente el equilibrio de poder dentro de la dinámica familiar y los reclamos sobre las fortunas en disputa. ¿No sabría Javier que tenía un hijo?—De todas formas —continuó César, dirigiendo su mirada hacia Javier —las acciones hablan más alto que las palabras. Y las acciones recientes han sido…, bastante reveladoras. Javier se tensó, consciente de que cualquier pretensión de ignorancia se había desvanecido. Yavier, por su parte, parecía luchar con una tormenta interna, su lealtad dividida entre su hermano y su propia ambición. César se levantó lentamente, su estatura imponiendo una presencia aún mayor en la habitac
Lady Sabina asintió, su mente ya maquinando las posibilidades. Quería pedir los certificados para ver el suyo, Lady Sabina Cavendish, al fin ese apellido sería legalmente suyo, pero se contuvo.—Será un evento sin igual —dijo ella, ya soñando con el esplendor venidero—. Y yo estaré a tu lado, asegurándome de que todo sea perfecto. Lord Henry asintió, ocultando sus verdaderas intenciones detrás de una máscara de complacencia. La justicia estaba en marcha, y Lady Sabina, sin saberlo, había aceptado el papel principal en el acto final que él había preparado meticulosamente.Pero Lady Sabina se detuvo un momento y lo miró seria. Ella era una mujer muy inteligente y había un punto que su esposo no había mencionado. ¿Qué había pasado con Sir Alexander Cavendish, su hijo, y su nieto? Miró fríamente a Lord Henry con la sospecha pintada en su rostro y le formuló la pregunta. Este la miró sin responder primero. Luego lo hizo con calma.—Sir Alexander volvió a caer en coma por un veneno que