En una clínica privada en Santa Mónica, Mía observaba con una mezcla de preocupación y amor a su prometido, Fenicio, quien se encontraba sentado a su lado en el consultorio del ginecólogo. El usualmente imperturbable capitán, retirado de mil batallas con honores, no podía ocultar su ansiedad. Sus pies se movían incesantemente, un claro indicio de su nerviosismo ante la posibilidad de perder a su futuro bebé. Esa mañana, Mía le había confesado, asustada, que había encontrado una mancha de sangre en su ropa interior. Apenas el día anterior, Fenicio se había lanzado con ella en paracaídas desde una avioneta, y ahora temía que esa imprudencia —cometida sin saber de su embarazo— hubiera puesto en riesgo la vida de su primer hijo. —Cálmate amor, me pones más nerviosa —le susurró Mía al oído. —¿No sientes nada? ¿No te duele algo? —fue la respuesta de Fenicio en lo que le tomaba la mano. —¡Tenía que estar loco cuando se me ocurrió lanzarte en paracaídas! ¡Debiste detenerme Mía!—Amor, so
Mientras tanto, Airis analizaba la conversación en tiempo real de Sofía y Teresa, buscando coincidencias de voz y posibles engaños en las palabras de Teresa, pero sobre todo tratando de ubicar de dónde los llamaba. César se mantuvo en silencio, observando y esperando el momento adecuado para intervenir. La situación era delicada; una criminal como Teresa Vivaldi no se pondría en contacto sin alguna razón oculta o un plan en mente. Era crucial manejar la conversación con cuidado y astucia.—No es una broma, Sofía. Verifica tu cuenta y te llamo en media hora. Necesitamos resolver esto tranquilamente —insistió Teresa Vivaldi con un tono que intentaba ser calmado.—Está bien —aceptó Sofía con cautela.Tras finalizar la llamada, César compartió su perspectiva con Sofía, su rostro serio reflejando la gravedad de la situación.—El dinero de la mafia de Teresa Vivaldi ha aparecido en tu cuenta, pero no ha sido un error. Ella autorizó la transferencia a uno de los gemelos López, aunque toda
Los gemelos se mantuvieron en silencio, conscientes de que cualquier palabra adicional podría traicionarlos aún más. César, mientras tanto, sopesaba sus opciones. La información de Airis había sido invaluable; ahora sabía que Javier tenía mucho más que perder en este juego de poder y engaños. La existencia de un heredero directo del gemelo dominante alteraría significativamente el equilibrio de poder dentro de la dinámica familiar y los reclamos sobre las fortunas en disputa. ¿No sabría Javier que tenía un hijo?—De todas formas —continuó César, dirigiendo su mirada hacia Javier —las acciones hablan más alto que las palabras. Y las acciones recientes han sido…, bastante reveladoras. Javier se tensó, consciente de que cualquier pretensión de ignorancia se había desvanecido. Yavier, por su parte, parecía luchar con una tormenta interna, su lealtad dividida entre su hermano y su propia ambición. César se levantó lentamente, su estatura imponiendo una presencia aún mayor en la habitac
Lady Sabina asintió, su mente ya maquinando las posibilidades. Quería pedir los certificados para ver el suyo, Lady Sabina Cavendish, al fin ese apellido sería legalmente suyo, pero se contuvo.—Será un evento sin igual —dijo ella, ya soñando con el esplendor venidero—. Y yo estaré a tu lado, asegurándome de que todo sea perfecto. Lord Henry asintió, ocultando sus verdaderas intenciones detrás de una máscara de complacencia. La justicia estaba en marcha, y Lady Sabina, sin saberlo, había aceptado el papel principal en el acto final que él había preparado meticulosamente.Pero Lady Sabina se detuvo un momento y lo miró seria. Ella era una mujer muy inteligente y había un punto que su esposo no había mencionado. ¿Qué había pasado con Sir Alexander Cavendish, su hijo, y su nieto? Miró fríamente a Lord Henry con la sospecha pintada en su rostro y le formuló la pregunta. Este la miró sin responder primero. Luego lo hizo con calma.—Sir Alexander volvió a caer en coma por un veneno que
Los días transcurrían veloces en Capitalia, cada uno llevando consigo el eco de los anteriores, llenos de rituales sociales y la perpetua danza de la alta sociedad. Lady Sabina, envuelta en su mundo de reparaciones palaciegas, compras extravagantes y un sinfín de invitaciones para tomar el té, se regodeaba en la satisfacción silenciosa de sus logros. Los sacrificios del pasado ahora parecían peajes necesarios en el camino hacia su actual reino de influencia y prestigio. Había relegado al olvido al Joven Lord, aquel cuyo destino había estado una vez tan entrelazado con el suyo. Él, que trataba de recuperarse bajo los cuidados atentos en la mansión Cavendish en Santa Mónica, había desaparecido de su mente como una figura en una neblina distante. No había urgencia en su corazón por volver a conectar; mejor que él permaneciera en el ejército, en la guerra, lejos del tablero de ajedrez que ella había dispuesto meticulosamente. La mansión Cavendish en Capitalia, una reliquia de la ant
Sola frente a la habitación de Hanriet, Sofía se detuvo un momento, luchando con sus pensamientos. Los sollozos del Joven Lord traspasaban la puerta, tocando una fibra sensible en su corazón. Con una mezcla de determinación y preocupación, Sofía empujó la puerta y entró.—Levántate, quiero que me acompañes a pasear —dijo de pronto ante la mirada acuosa e incrédula del joven Lord. Era un gesto audaz y posiblemente imprudente, pero en ese instante, Sofía no estaba actuando como Lady Sofía, sino como un ser humano respondiendo al sufrimiento de otro. Quizás este acto de bondad inesperado sería el catalizador que Hanriet necesitaba para empezar a sanar, o quizás sería el inicio de complicaciones adicionales. Lo que estaba claro es que Sofía estaba dispuesta a ayudar a alguien que lo necesitaba desesperadamente. Al tomar el brazo de Hanriet, Sofía sintió la tensión en sus músculos, una rigidez que hablaba de su lucha interna y del esfuerzo que le costaba mantenerse erguido ante el peso
En las calles adoquinadas de Capitalia, donde cada paso resonaba con ecos de un pasado glorioso, la residencia de los Cavendish se erigía como una fortaleza de tradición en medio de la modernidad que la rodeaba. A pesar de que los rascacielos de cristal y acero comenzaban a dominar el horizonte, el hogar de los Cavendish comenzó a levantarse imponente como si emergiera de las brumas como un recordatorio de la historia y el poder que una vez tuvieron. Dentro de sus muros, todo comenzaba a cobrar vida. Capitalia era un eco de la nobleza de antaño, una ciudad donde la alta sociedad se aferraba a un sistema en el que los títulos y el linaje lo eran todo. En el corazón de esta sociedad tradicionalista la residencia de los Cavendish, una familia cuyo honor y reconocimiento en el reino se habían forjado a través de una vasta fortuna acumulada con la explotación de minas de hierro y una notable capacidad para adaptarse a las corrientes cambiantes del comercio y la industria. Se levantó nu
Teresa Vivaldi estaba sentada frente a unos agentes que afirmaban ser del banco, aunque había algo en su actitud que la mantenía en alerta. Esa mañana había recibido un mensaje de Sofía, en el que le advertía de la visita para hacerle ciertas preguntas y, si todo resultaba ser verdad, le devolverían el dinero. Atrapada en una oleada de júbilo inesperado, Teresa no había tomado las precauciones que solía tomar. ¿Había bajado la guardia demasiado pronto?—Señorita Vivaldi —empezó el más serio de los dos agentes—, ¿sabe por qué estamos aquí?—Sí, la señora Sofía me informó hace poco —respondió Teresa con una sonrisa forzada.—¿Es amiga de la señora Sofía?—No exactamente. Diría que somos rivales en el amor; ambas queríamos casarnos con César.—¿Y cómo explica que todo su dinero haya terminado en las cuentas de la señora Sofía? Para ser rivales, eso parece bastante inusual, ¿no le parece? Teresa se removió incómoda en su asiento. La pregunta del agente había iluminado una verdad que ell