Teresa Vivaldi estaba sentada frente a unos agentes que afirmaban ser del banco, aunque había algo en su actitud que la mantenía en alerta. Esa mañana había recibido un mensaje de Sofía, en el que le advertía de la visita para hacerle ciertas preguntas y, si todo resultaba ser verdad, le devolverían el dinero. Atrapada en una oleada de júbilo inesperado, Teresa no había tomado las precauciones que solía tomar. ¿Había bajado la guardia demasiado pronto?—Señorita Vivaldi —empezó el más serio de los dos agentes—, ¿sabe por qué estamos aquí?—Sí, la señora Sofía me informó hace poco —respondió Teresa con una sonrisa forzada.—¿Es amiga de la señora Sofía?—No exactamente. Diría que somos rivales en el amor; ambas queríamos casarnos con César.—¿Y cómo explica que todo su dinero haya terminado en las cuentas de la señora Sofía? Para ser rivales, eso parece bastante inusual, ¿no le parece? Teresa se removió incómoda en su asiento. La pregunta del agente había iluminado una verdad que ell
El corazón de Sofía se apretó de pronto. Pese a que podían ser meros actores, la mirada de su padre parecía sincera; reflejaba el mismo amor que había sentido aquel día que la abrazó mientras lloraba tendida en el césped. Ese amor que ahora él expresaba con una profunda tristeza en su mirada.—Por favor, hija, solo dame la oportunidad de explicarte. Si después de conocer toda la verdad decides no volver a verme, lo aceptaré —Yavier continuó de rodillas, suplicando mientras sostenía su mirada—. No quiero nada de ti, nada, solo pido que me escuches y, si algún día es posible, que me permitas verte y conocer a mis nietos. Por favor, hija. Sofía sintió cómo el peso de años de incertidumbre comenzaba a desmoronarse ante la genuina muestra de vulnerabilidad de su padre. La brisa suave parecía llevarse consigo las palabras de Yavier, dispersándolas en el aire como si fueran semillas de diente de león, buscando terreno fértil en el corazón de Sofía. Ella se quedó en silencio, observando có
Sofía miró intrigada a Yavier, que desnudaba su alma, revelando las capas de traición y engaño que habían marcado su pasado. La historia era digna de una tragedia clásica, con giros inesperados y revelaciones dolorosas. Y el motivo por el que ella no había crecido con él, parecía que en verdad la amaba.—Sí, escapando, ya llegaremos ahí —dijo y continuó—. Mi hermano al enterarse de la traición de Sabina, con quien planeaba casarse. Decidió volvernos poderosos para ir en su contra. Javier Inclán no había conseguido apoderarse del dinero que nuestro padre tenía en el banco. Tampoco el padre de Sir Alexander había aceptado hacer negocios con él, pero sí con nosotros. Descubrimos que los Cavendish no tenían nada que ver con lo sucedido a nuestra familia; todo había sido orquestado por Javier Inclan y Lady Sabina, la mujer que él amaba con locura. —Yavier hizo una pausa, como recogiendo fuerzas para continuar. —¡Fue terrible saber que habíamos querido a la asesina de nuestra familia!—¡Di
Después de que Yavier terminara de contarle toda la historia, Sofía se sentía desbordada de felicidad. Volvió a abrazarlo, esta vez con un amor genuino, sintiendo que él la había amado toda su vida. Una enorme felicidad la invadió al saber que, a pesar de haber crecido en un orfanato, había sido una niña deseada y amada por su padre.—Padre, ahora que nos hemos reencontrado, quiero pedirte algo —dijo Sofía, con una mirada llena de esperanza.—Lo que sea, hija mía —respondió Yavier, dispuesto a concederle cualquier deseo.—No quiero que nos volvamos a separar jamás. Ya estás entrado en años y no me quedan muchos para disfrutar de tu presencia. No necesito que trabajes; solo quiero que permanezcas a mi lado, no como mi guardaespaldas, sino como mi papá. Disfrutando de nuestra compañía, quiero que me cuentes toda tu vida, y yo te contaré la mía. Quiero que mis hijos conozcan a su abuelo, el padre de su mamá. Por favor, papá, concédeme ese gusto. Ven a vivir aquí conmigo. Es más, no te v
En el despacho de la mansión de Sir Alexander en Santa Mónica, Lord Henry exhibía una sonrisa de satisfacción. Ante él, se desplegaban las pruebas que César y Bee, con la ayuda de Airis y el Joven Lord, habían meticulosamente buscado y organizado. Todo estaba documentado con esmero; solo faltaba un último detalle por concretar.—¿Estás convencido de que vendrá? —inquirió Lord Henry, su preocupación evidente—. Me detestan, están convencidos de que yo soy el artífice de las tragedias que han asolado a su familia, tragedias de las cuales yo era completamente ajeno. Sabina me confesó que su padre había adquirido todo aquello tras la ruina provocada por el incendio.—No dudes de que vendrá —aseveró Sir Alexander, cuya salud había experimentado un giro radical gracias al nuevo tratamiento prescrito por el médico y a los entrenamientos diarios supervisados por César y Airis—. Lo recuerdo claramente, aún éramos unos mozalbetes. Ellos se alistaron en el ejército de Su Majestad y nosotros tom
Era la primera vez desde la traición de Sabina que Javier sentía un calor reconfortante en su pecho, una sensación que había creído perdida para siempre. Había amado a Sabina, había estado dispuesto a sacrificarlo todo por ella, sin saber que mientras se entregaba a sus brazos, ella era la mente maestra detrás del exterminio de su familia y la usurpación de su apellido y legado. Y ahora, este joven delante de él, un hijo que le había sido ocultado y que podría haber sido una fuente de alegría en su vida, estaba derritiendo con esa simple palabra: "Padre," el hielo en que se había convertido su corazón.—Eres mi padre biológico y tienes todo el derecho a que te llame así —explicó el joven Lord con una calma que contrastaba con la turbulencia interna de Javier—. No estamos intentando comprar su silencio; al contrario.—¿Qué quieres decir? —Javier preguntó con una mezcla de desconfianza y una esperanza cautelosa, observando cómo el joven Lord le extendía la mano, que él tomó con nervi
Después de que todos se pusieron de acuerdo en la mansión de los Cavendish en Santa Mónica, y de que los gemelos López, todavía incrédulos ante lo que sucedía, fueran acomodados por el mayordomo en unas habitaciones de la familia en la segunda planta, descendieron al comedor para cenar antes de partir. Los corazones de todos estaban aprensivos, repasando una y otra vez las medidas de seguridad que habían tomado.—Mi Lord —habló Fenicio, el más preocupado dirigiéndose a Lord Henry—, ¿está seguro de que se instalaron todas las cosas que indicó César?—Sí, señor Fenicio, esa amiga suya, ¿cómo se llama?, ah sí, Bee, apareció allá con un ejército de personas peculiares y en una noche instalaron todo. Es muy buena, nadie se dio cuenta de nadie, entraron y salieron como sombras —contestó Lord Henry.—Bien, bien —luego Fenicio se giró a su derecha—. César, en cuanto lleguemos pones a Airis a funcionar.—Fenicio, tranquilízate. Bee ya integró a Airis al sistema, sólo será cuestión de llevar m
La luz del amanecer se colaba por los amplios ventanales de la mansión Cavendish, tiñendo de oro cada rincón y anunciando el comienzo de un día que sería recordado en la historia de la alta sociedad. Lady Sabina, ya despierta y expectante, contemplaba su reflejo en el espejo, ensayando la sonrisa que ofrecería a sus invitados, una mezcla perfecta de gracia y poder. El bullicio en la mansión no cesaba. Los sirvientes se movían con una eficiencia casi militar, cada uno conocedor de su papel en la sinfonía que era la preparación del evento. Lady Sabina, como una directora de orquesta, marcaba el compás, asegurándose de que cada flor, cada vela, cada detalle estuviera en su lugar preciso. A medida que el sol ascendía en el cielo, los regalos comenzaron a llegar. Joyas que parecían haber sido arrancadas de cuentos de hadas, esculturas que eran la envidia de coleccionistas y vinos cuyos años de añejamiento superaban la edad de los más viejos árboles del jardín. Cada presente era un tribu