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164. LA ANTESALA DEL DESENLACE

Después de que todos se pusieron de acuerdo en la mansión de los Cavendish en Santa Mónica, y de que los gemelos López, todavía incrédulos ante lo que sucedía, fueran acomodados por el mayordomo en unas habitaciones de la familia en la segunda planta, descendieron al comedor para cenar antes de partir. Los corazones de todos estaban aprensivos, repasando una y otra vez las medidas de seguridad que habían tomado.

—Mi Lord —habló Fenicio, el más preocupado dirigiéndose a Lord Henry—, ¿está seguro de que se instalaron todas las cosas que indicó César?

—Sí, señor Fenicio, esa amiga suya, ¿cómo se llama?, ah sí, Bee, apareció allá con un ejército de personas peculiares y en una noche instalaron todo. Es muy buena, nadie se dio cuenta de nadie, entraron y salieron como sombras —contestó Lord Henry.

—Bien, bien —luego Fenicio se giró a su derecha—. César, en cuanto lleguemos pones a Airis a funcionar.

—Fenicio, tranquilízate. Bee ya integró a Airis al sistema, sólo será cuestión de llevar m
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