La recién llegada, cuya dignidad trascendía la simplicidad de su vestimenta, se acercó al estrado con una serenidad que delataba su ascendencia noble. Su saludo, una reverencia ejecutada con elegancia, no dejaba lugar a dudas: estaba versada en las más refinadas normas de etiqueta, despertando un vivo interés entre los presentes.—Vuestras Majestades —proclamó ella, con una voz que parecía hacer eco a través de los mismos muros de la mansión Cavendish—, me presento ante ustedes como la verdadera Lady Sabina de Altagracia y Murillo, la tercera descendiente del ilustre linaje de los Condes Altagracia. En ese instante, el tiempo pareció detenerse. Las risas se extinguieron, las copas detuvieron su camino a los labios y hasta el más mínimo gesto se congeló en un retrato de incredulidad. La nobleza, acostumbrada a las intrigas y secretos, encontró en esta revelación algo que superaba cualquier susurro o rumor previo. Era como si una máscara hubiese sido arrancada del rostro de la histori
La falsa Sabina se mantenía imperturbable, un oasis de calma en medio del caos que se desataba a su alrededor. Su postura era la de una estatua, inmóvil y aparentemente desconectada de la tormenta de revelaciones y acusaciones que se cernían sobre ella. En su rostro, no había rastro de la conmoción que sacudía a todos los demás; sus ojos, que deberían haber reflejado el pánico o la desesperación, permanecían fríos, casi distantes. A pesar de las pruebas irrefutables que Airis y Bee habían presentado, desenredando la compleja red de sus engaños, ella se aferraba a su papel con una tenacidad que rayaba en lo surrealista. Era como si estuviera convencida de que, si se mantenía lo suficientemente quieta, el mundo simplemente pasaría de largo. Sin embargo, esa quietud no era más que la capa exterior de su defensa. Bajo esa superficie impasible, era difícil no imaginar la turbulencia de emociones y cálculos que debían estar agitándose. La falsa Sabina estaba atrapada en el ojo del huracá
Fenicio solo miró un segundo a Mía para tranquilizarla. Fue solo un movimiento rápido de sus ojos que la llenaron de paz. Ella lo supo, su prometido dominaba la situación y la seguridad volvió a su corazón. Con paso seguro y sin miedo ante el gran silencio tenso que se había apoderado de la sala, después que el rey se negara a abdicar. Fenicio siguió avanzando, sus pasos resonaban como si fueran toques de guerra. El ministro de justicia giró su arma contra Fenicio que cubrió con su cuerpo la visión del rey, retrocediendo instintivamente ante él. Viendo asombrado y casi con admiración por ese hombre que no le tenía miedo a su arma y seguía avanzando haciendo que fuera él, el que retrocediera ante su mirada que lo observaba con ojos de un halcón al que nada se le escapa y estaba listo para saltar sobre su presa. La mirada de Fenicio se cruzó con la de César que protegía a su familia con su cuerpo, y en ese intercambio silencioso y fugaz, se transmitió un mensaje claro: era hora d
En la compleja partida de ajedrez que era la alta sociedad, el juego había alcanzado su clímax. Solanine, la reina de este tablero, había maniobrado sus piezas con una habilidad que rozaba la maestría, manejando los hilos desde un velo de discreción. Sin embargo, sus movimientos habían sido meticulosamente observados, cada táctica prevista por adversarios resueltos a descubrir la verdad: César con Airis y Fenicio. La mano de la justicia, como la de un gran maestro del ajedrez, había avanzado su torre, su alfil y su caballo con una coordinación implacable, acorralando a la reina adversaria hasta dejarla sin escapatoria. Había sido superada, su era de engaños y maquinaciones había llegado a su fin. La intriga que rodeaba a la falsa Lady Sabina y sus esfuerzos por socavar la monarquía en favor de una nueva era había sido como una grieta silenciosa que se extendía a través del hielo de un lago congelado; nadie había previsto el momento en que todo se quebraría. El rey, cuya autorid
Todos se detuvieron y giraron para ver quien preguntaban, varios hombres junto a César y el joven Lord se habían colocado frente a Sofía, para encontrarse con una pareja de ancianos que la miraban como si fuera un fantasma. César se adelantó de inmediato.—¿Quienes son ustedes y por qué preguntaron eso? —se adelantó César manteniendo a Sofía cubierta por los demás.—No temas Sir César —dijo la anciana que se sostenía del hombre que había preguntado y que no apartaba la vista de Sofía—. Somos los condes Belmonte, él es el hermano mayor de Victoría, la madre de ella, creo… César ahora al escuchar a Airis en su oído afirmando lo que ellos acababan de decir, hizo un movimiento de cabeza para que dos guardias los revisaran antes de dejar que su esposa se acercara.—Me van a disculpar, pero luego de lo que pasó hoy, creo que me entienden —dijo muy serio—. Sí, ella es la hija de Victoria, mi esposa. Sofía había avanzado asombrada, en todas las búsqueda que hizo Airis no habían encontra
La felicidad, ese estado esquivo y a la vez anhelado, se teje con hilos de momentos, de decisiones, de pérdidas y reencuentros. Sofía, con su vientre abultado y la mano de su padre entrelazada con la suya, entendía ahora que la felicidad no era un destino, sino un viaje; no un punto fijo en el horizonte, sino el calor del sol que los bañaba mientras caminaban juntos. Yavier, por su parte, había aprendido que la felicidad no siempre viene en la forma que esperamos. Había soñado con ver crecer a Sofía, con ser su guía en cada paso, pero la vida les había preparado otro camino. Ahora, al tenerla de vuelta, descubría que la verdadera felicidad radica en el perdón, en la aceptación y en la capacidad de seguir adelante a pesar de las heridas del pasado. Su reencuentro no sólo les había dado una segunda oportunidad para ser familia, sino que también les había enseñado que la felicidad se encuentra en los pequeños detalles: una conversación a la luz del atardecer, el tacto de una mano que
La aparición de Mía, con su vientre redondeado como un globo en plena feria anunciando la próxima atracción principal, seguida por Fenicio con esa mirada de orgulloso futuro papá mezclada con la ansiedad, inyectó una dosis de alegría a la ya emotiva reunión familiar. César y Sofía no pudieron evitar reír al verlos, conocedores de la dinámica entre los dos: Mía, siempre activa y emprendedora, y Fenicio, el eterno guardián preocupado por cada paso que daba su esposa.—¡Dejen que eche un vistazo a esas bellezas! —exclamó Mía, mirando a las gemelas—. ¡Ay, pero si no se parecen a ustedes aunque son muy lindas! Javi, chiquitín, tienes mucho trabajo por delante cuidando a esas hermanitas tuyas, ¿eh? Serán la sensación a donde quiera que vayan.—¡Mía! —Fenicio la reprendió —. No le digas esas cosas al niño; para eso me tienen a mí, que soy el jefe de seguridad. Mía lo miró moviendo su cabeza negativamente, bajo la mirada y las risas de todos los presentes, luego le acarició el rostro como
La vida tiene una manera peculiar de voltear las expectativas, especialmente en los momentos más inesperados. Fenicio, el capitán retirado conocido por su imperturbable calma y control, estaba a punto de enfrentar la misión más desafiante de su vida: el nacimiento de su primer hijo. Mía emergió del baño con los ojos como platos y una palidez que contrastaba vivamente con su usual semblante radiante. Fenicio, al verla, se puso de pie tan rápido que parecía haber olvidado que ya no estaba en el cuartel, sino en la sala de estar de su hogar.—¿Qué sucede Mía? —preguntó con un hilo de voz que apenas se reconocía como el suyo.—Amor, yo…, yo... yo creo que viene el bebé, llama a mamá —balbuceó Mía, aferrándose al marco de la puerta. Pero Fenicio tenía la mirada clavada en el charco que se expandía a los pies de Mía. Su cerebro, normalmente tan eficiente y rápido en situaciones de crisis, parecía haberse tomado un descanso sin previo aviso. Estaba petrificado.—¡Agua! —exclamó finalmente