Fenicio comenzó a vislumbrar una posible verdad detrás de esta compleja situación. Parecía que el primer Javier había sido secuestrado por su hermano, quien había trabajado para la empresa contraria durante un tiempo. Ahora debía encontrar pruebas que respaldaran estas afirmaciones y determinar quién estaba diciendo la verdad.—Sí, fui yo el que le vendí los floreros a Imelda, pero no me sirvieron de mucho, no podía captar el audio, ni lo que hacían en las computadoras—afirmó el segundo.—Y si es así —dijo mirándolo fijo—, ¿qué hacías haciéndote pasar por un mendigo en Capitalia para acercarte a la señora Sofía sabiendo que ella, por haberse criado en un orfanato, de seguro te emplearía, como fue el caso? Además, te hacías una falsa cicatriz en tu ceja y cojeabas de un pie. El segundo Javier pareció sorprendido por la pregunta o por ver que sabía todo de él, pero rápidamente recuperó la compostura.—Lo siento, pero no sé de qué está hablando. Yo nunca me hice pasar por un mendigo e
Elvira al sentir como Sofía se había quedado mirándola en silencio, levantó la mirada y se la sostuvo, luego con un suspiro comenzó a hablar con seriedad.—No sé exactamente qué sucedió con la familia López, pero lo que sí sé es que los Cavendish no son todos terribles —dijo Elvira sosteniendo su mirada—. Hay bondad en algunos de ellos, sobre todo en Alexander que es el que tiene que ver con nosotros. Y de mi hijo no tengo que hablarte, lo crió Javier, que aunque cometió errores fue un padre ejemplar. Le supo inculcar buenos valores y no fue envenenado por los Cavendish. Sofía miró agradecida a Elvira, pero al mismo tiempo se dio cuenta de que algo le ocultaba. Aunque no obtuvo las respuestas que buscaba, no quiso insistir. Le tocaría a ella averiguar la verdad, y sabía que contaba con el apoyo de César para averiguar todo. —Sofi, hija. La ciudad de Capitalia está llena de historias y secretos de todas nuestras familias como puedes ver. Pero mi consejo es que no te dejes tragar po
Teresa Vivaldi estaba sentada en la cárcel, disfrazada. Montenegro se sorprendió cuando le anunciaron que su esposa había ido a visitarlo, aunque no tenía ninguna. Sin embargo, decidió salir y ver de quién se trataba. Se encontró con una extraña mujer que no reconoció. Tomó el teléfono y se lo colocó en el oído.—Soy yo —dijo Teresa, bajando sus espejuelos oscuros. Montenegro quedó perplejo al escuchar esas palabras. Reconoció la voz de Teresa, pero no podía entender cómo estaba allí. Teresa, manteniendo la compostura, continuó hablando con voz firme pero controlada.—He venido a hablar contigo, Montenegro —susurró al teléfono— tengo asuntos que necesito resolver. Montenegro, aún sin comprender del todo lo que estaba sucediendo, decidió escuchar lo que Teresa tenía que decir. Estaba seguro de que había algo más detrás de esta visita inesperada.—Soy todo oídos querida, ¿a qué debo el honor de tu visita? ¿Y como hiciste para regresar a este país donde te están buscando? Teresa man
Todos siguieron a Sir Alexander sonrientes al comedor de la familia Cavendish, una estancia que rezumía historia y opulencia. Las paredes estaban adornadas con retratos al óleo de antepasados distinguidos, cuyas miradas parecían seguir a los comensales con una mezcla de aprobación y curiosidad. La luz tenue de las velas de un candelabro de cristal centenario se refleja en la plata pulida y los cristales tallados, proyectando sombras danzantes sobre el mantel de lino blanco inmaculado. La mesa, larga y de caoba maciza, estaba meticulosamente puesta con porcelana fina y cubertería que relucía bajo la luz suave. Los centros de mesa con arreglos florales bajos, permitiendo la conversación fluida entre los comensales sin obstruir sus vistas. El ambiente estaba impregnado del aroma a madera antigua mezclado con el perfume fresco de las flores y el olor tentador de los platos que estaban por servirse. El mayordomo, con movimientos precisos y discretos, supervisaba al servicio mientras llen
Sir Alexander lo miró por un instante, antes de beber de nuevo de su copa de vino para contestar a su hijo que esperaba impaciente.—Lord Henry — comenzó con una voz más baja —era un personaje complejo, lleno de carisma y encanto, pero también de impulsos temerarios. Era el hijo menor de tu tío abuelo, Lord William Cavendish, y desde joven mostró poco interés en los negocios familiares o en seguir las tradiciones que tanto valoramos. Tenía una pasión por la aventura y la vida bohemia, lo que lo llevó a frecuentar círculos artísticos y literarios que eran vistos como poco convencionales en aquellos tiempos. Era un alma libre, un soñador, pero su espíritu inquieto a menudo chocaba con las expectativas de nuestra familia. Sir Alexander hizo una pausa, se veía que hacía un esfuerzo para contar la historia de la oveja negra de su familia. Suspirando profundamente antes de continuar. —Su relación con Lady Lorena fue la gota que colmó el vaso. Ella era una mujer de gran belleza y pertenec
Después de que Sir Alexander le contara todo lo que sabía sobre el joven Lord, quien estaba decidido a ser el único heredero de su fortuna y se había convertido en su peor enemigo. César decidió llevar a Javier y a Sofía a sus habitaciones. Antes de hacerlo, le dio instrucciones a Fenicio para que resolviera el problema de los gemelos idénticos y aceptó la idea de su jefe de seguridad de utilizar a Airis.—Javier, es tarde, debes ir a tu habitación—, le pidió a su hijo pequeño, quien insistía en dormir con ellos. —Mamá y papá necesitan descansar, mañana podrás dormir con nosotros, te lo prometo.—Deja que duerma con nosotros, César —intervino Sofía al ver la determinación de su hijo—. Siempre ha dormido conmigo, solo será hoy.—Hoy necesitamos estar solos, Sofi. Prometo que mañana dormirá con nosotros—, respondió César, acompañando a Javier a su habitación. El niño no soltaba su mano, como si tuviera miedo de quedarse allí. —Está bien, no me iré hasta que te duermas—, aceptó César, a
En la vida, todos cometemos errores. Algunos son pequeños y fácilmente perdonables, mientras que otros son tan profundos y devastadores que son imperdonables. Estos errores, pueden llevarnos a cometer actos que nunca podríamos imaginar. ¿Qué nos impulsa a tomar decisiones tan drásticas? ¿Qué nos hace perder la perspectiva y lastimar a aquellos que más amamos? Por lo general somos impulsados por la ira y la sed de venganza, esos sentimientos poderosos y arrolladores. Nos consumen y nos ciegan ante las consecuencias de nuestros actos. En nuestra sed de justicia, podemos llegar a cometer atrocidades que nunca podríamos imaginar. Pero es importante recordar que cada acción tiene una reacción, y que nuestros errores pueden tener un costo demasiado alto. Nadie es perfecto. Todos cometemos errores, grandes y pequeños. En Capitalia Lord Henry sostenía el resultado de las pruebas de paternidad en sus manos, sintiendo cómo su corazón se llenaba de una profunda conmoción. Las palabras escr
Mía se había quedado observando a Fenicio ante lo que había dicho. Éste seguía vigilando al francotirador por lo binoculares como si lo que dijera no fuera nada. —¿En serio me estás proponiendo matrimonio aquí detrás de un muro, vigilando a un francotirador Fenicio? —preguntó con la voz entrecortada— ¿Tan poca cosa te parezco para que no merezca que me hagas una linda proposición? Se puso de pie alejándose furiosa ante la mirada incrédula de Fenicio, que no sabía que había hecho mal, pensó que se alegraría cuando le dijera que se casarían. No podía seguirla, por lo que vio cómo se alejaba y se introducía en la mansión sin mirar una sola vez hacía detrás. ¿Qué diablos había hecho mal? Se le daba muy mal esto de las relaciones serias, y con Mía lo quería todo, pero sobre todo hacerla feliz. La imagen de Mía se desvanecía con cada zancada que la alejaba. Fenicio permanecía inmóvil, con los prismáticos aún en sus manos y la mirada fija en el espacio vacío que ella había dejado. La in