Todos siguieron a Sir Alexander sonrientes al comedor de la familia Cavendish, una estancia que rezumía historia y opulencia. Las paredes estaban adornadas con retratos al óleo de antepasados distinguidos, cuyas miradas parecían seguir a los comensales con una mezcla de aprobación y curiosidad. La luz tenue de las velas de un candelabro de cristal centenario se refleja en la plata pulida y los cristales tallados, proyectando sombras danzantes sobre el mantel de lino blanco inmaculado. La mesa, larga y de caoba maciza, estaba meticulosamente puesta con porcelana fina y cubertería que relucía bajo la luz suave. Los centros de mesa con arreglos florales bajos, permitiendo la conversación fluida entre los comensales sin obstruir sus vistas. El ambiente estaba impregnado del aroma a madera antigua mezclado con el perfume fresco de las flores y el olor tentador de los platos que estaban por servirse. El mayordomo, con movimientos precisos y discretos, supervisaba al servicio mientras llen
Sir Alexander lo miró por un instante, antes de beber de nuevo de su copa de vino para contestar a su hijo que esperaba impaciente.—Lord Henry — comenzó con una voz más baja —era un personaje complejo, lleno de carisma y encanto, pero también de impulsos temerarios. Era el hijo menor de tu tío abuelo, Lord William Cavendish, y desde joven mostró poco interés en los negocios familiares o en seguir las tradiciones que tanto valoramos. Tenía una pasión por la aventura y la vida bohemia, lo que lo llevó a frecuentar círculos artísticos y literarios que eran vistos como poco convencionales en aquellos tiempos. Era un alma libre, un soñador, pero su espíritu inquieto a menudo chocaba con las expectativas de nuestra familia. Sir Alexander hizo una pausa, se veía que hacía un esfuerzo para contar la historia de la oveja negra de su familia. Suspirando profundamente antes de continuar. —Su relación con Lady Lorena fue la gota que colmó el vaso. Ella era una mujer de gran belleza y pertenec
Después de que Sir Alexander le contara todo lo que sabía sobre el joven Lord, quien estaba decidido a ser el único heredero de su fortuna y se había convertido en su peor enemigo. César decidió llevar a Javier y a Sofía a sus habitaciones. Antes de hacerlo, le dio instrucciones a Fenicio para que resolviera el problema de los gemelos idénticos y aceptó la idea de su jefe de seguridad de utilizar a Airis.—Javier, es tarde, debes ir a tu habitación—, le pidió a su hijo pequeño, quien insistía en dormir con ellos. —Mamá y papá necesitan descansar, mañana podrás dormir con nosotros, te lo prometo.—Deja que duerma con nosotros, César —intervino Sofía al ver la determinación de su hijo—. Siempre ha dormido conmigo, solo será hoy.—Hoy necesitamos estar solos, Sofi. Prometo que mañana dormirá con nosotros—, respondió César, acompañando a Javier a su habitación. El niño no soltaba su mano, como si tuviera miedo de quedarse allí. —Está bien, no me iré hasta que te duermas—, aceptó César, a
En la vida, todos cometemos errores. Algunos son pequeños y fácilmente perdonables, mientras que otros son tan profundos y devastadores que son imperdonables. Estos errores, pueden llevarnos a cometer actos que nunca podríamos imaginar. ¿Qué nos impulsa a tomar decisiones tan drásticas? ¿Qué nos hace perder la perspectiva y lastimar a aquellos que más amamos? Por lo general somos impulsados por la ira y la sed de venganza, esos sentimientos poderosos y arrolladores. Nos consumen y nos ciegan ante las consecuencias de nuestros actos. En nuestra sed de justicia, podemos llegar a cometer atrocidades que nunca podríamos imaginar. Pero es importante recordar que cada acción tiene una reacción, y que nuestros errores pueden tener un costo demasiado alto. Nadie es perfecto. Todos cometemos errores, grandes y pequeños. En Capitalia Lord Henry sostenía el resultado de las pruebas de paternidad en sus manos, sintiendo cómo su corazón se llenaba de una profunda conmoción. Las palabras escr
Mía se había quedado observando a Fenicio ante lo que había dicho. Éste seguía vigilando al francotirador por lo binoculares como si lo que dijera no fuera nada. —¿En serio me estás proponiendo matrimonio aquí detrás de un muro, vigilando a un francotirador Fenicio? —preguntó con la voz entrecortada— ¿Tan poca cosa te parezco para que no merezca que me hagas una linda proposición? Se puso de pie alejándose furiosa ante la mirada incrédula de Fenicio, que no sabía que había hecho mal, pensó que se alegraría cuando le dijera que se casarían. No podía seguirla, por lo que vio cómo se alejaba y se introducía en la mansión sin mirar una sola vez hacía detrás. ¿Qué diablos había hecho mal? Se le daba muy mal esto de las relaciones serias, y con Mía lo quería todo, pero sobre todo hacerla feliz. La imagen de Mía se desvanecía con cada zancada que la alejaba. Fenicio permanecía inmóvil, con los prismáticos aún en sus manos y la mirada fija en el espacio vacío que ella había dejado. La in
Lady Sabina había sido una mujer de la nobleza con una personalidad retorcida y maquiavélica. Desde su juventud, ha sido conocida por su astucia y su habilidad para manipular a los demás en beneficio propio. Su matrimonio con Lord Henry no fue por amor, sino por conveniencia y con un único objetivo en mente: utilizar el odio de su esposo hacia su propia familia para apoderarse de toda la fortuna de los Cavendish y convertirse en una mujer poderosa. Lady Sabina es una experta en ocultar sus verdaderas intenciones detrás de una fachada de amabilidad y cortesía. Es capaz de sonreír y charlar con gracia en la sociedad, mientras en su interior trama planes retorcidos para lograr sus ambiciones desmedidas. Su mente está llena de estrategias y conspiraciones, siempre buscando la manera más eficiente de alcanzar sus objetivos. No le importa pisotear a cualquiera que se interponga en su camino, incluso si eso significa destruir vidas y deshonrar a aquellos que alguna vez amó. Ella utilizó
El Joven Lord, tras el sombrío retorno del cementerio, se encerró en el silencio de sus habitaciones. A pesar de su impecable atuendo y su porte aristocrático, su rostro era un espejo de hielo, reflejando un alma que no había conocido el calor del afecto genuino. A solas, permitió que la máscara de indiferencia se deslizara por un instante, revelando un atisbo de la turbulencia que yacía debajo. En este espacio privado, los muros eran testigos del único lugar donde él permitía que las grietas en su fachada se hicieran evidentes. Aquí, no había necesidad de mantenerse firme ante la mirada inquisitiva de Lady Sabina ni ante el desprecio apenas velado de Lord Henry. En la quietud de su habitación, el Joven Lord se permitía contemplar su reflejo en el espejo, buscando en sus propios ojos la respuesta a una pregunta que nunca había formulado en voz alta: ¿Qué sería de él si las circunstancias hubieran sido diferentes?El monólogo interno del Joven Lord fluye mientras se acerca a la venta
Después de César asegurarse que su pequeño estaba en buenas manos, llamó a unos guardias de seguridad y los puso delante de su puerta dando órdenes de que nadie podía entrar en esa habitación sin su permiso. No bastando con eso, envió a varios a apostarse en la parte de afuera de la habitación de su hijo. No dejaría que nada le sucediera. Más calmado regresó a su habitación donde Sofía ya dormía algo inquieta. Tomó un baño rápido y luego de tomar de un golpe un whisky, se introdujo en la cama al lado de su esposa abrazándola contra su pecho, para que se sintiera segura y dejara de hablar en sueños. César yacía despierto en la oscuridad, escuchando la respiración entrecortada de Sofía, que poco a poco se fue haciendo más suave y rítmica, señal de que había encontrado la paz en su abrazo protector. A pesar del cansancio que le pesaba en los párpados, la mente de César no dejaba de girar, repasando cada detalle del día, cada sombra que pudiera haber pasado por alto. La habitación est