El persistente sonido del móvil sacó a Denise de su tranquilo sueño. No sabía cuánto tiempo había dormido, pero sentía que no había sido lo suficiente como para recuperarse del todo. Durante los primeros minutos, intentó ignorar la penetrante música de su teléfono, hasta que no pudo soportarlo más, por lo que, bostezando, se sentó en la cama, tomó el bendito aparato y atendió la llamada, sin siquiera ver de quién se trataba.—Hola —dijo con la voz adormilada y los ojos cerrados.—Buenos días. ¿Señorita Isaurralde? —preguntó en castellano la grave voz de un hombre.Denise abrió los ojos de par en par, dejando atrás cualquier vestigio de sueño. ¿Buenos días? Si no eran más de las cinco de la mañana como mucho. ¿Señorita Isaurralde? ¿Castellano? ¿Voz de hombre? ¿Qué demonios estaba sucediendo?—S-sí, soy yo —respondió con un leve tartamudeo.—Le habla el comisario Martínez.—¿Comisario? —preguntó, cada vez más desconcertada.—Así es, señorita. El comisario Gastón Martínez de la Comisaría
Liam se despertó sobresaltado. Había soñado que su teléfono sonaba con insistencia, pero aquello era imposible. Tenía el nebuloso recuerdo de que lo había apagado mientras se encontraba con Mary, pero ¿y si incluso eso era un sueño? En su cabeza fluctuaban miles de fragmentos difusos y sin sentido, excepto por uno. Una frase se había quedado grabada a fuego en su mente y, hubiese sido o no un sueño, era incapaz de ignorarla.—La fe y la esperanza jamás nos abandonan, aunque en ocasiones creamos que sí. Búscalas. Busca las hojas de tu Shamrock. Hay dos que siempre han estado y estarán en ti. Recuerda, la fe y la esperanza son lo último que se pierden, sobre todo, cuando hay amor de por medio.Estaba prácticamente seguro de que la voz que resonaba en su cabeza era la de Mary y le resultaba mucho más real que si la hubiese oído en un sueño.Colocó las manos a ambos lados de su cuerpo, se sentó en la cama, notando que se encontraba completamente desnudo, y tomó el móvil de la mesilla de n
Luego de que Adam la ayudara a cargar su equipaje en el maletero, Denise se montó en el coche y suspiró, intentando sosegar los sentimientos encontrados que estaba experimentando en su interior.—¿Estás bien? —le preguntó Adam, sentándose tras el volante y poniendo el BMW en marcha.—No —respondió con total sinceridad.—Lo siento por la pregunta estúpida. —Sonrió, posando una mano sobre el hombro de Denise—. Tranquila, sé que podrás con esto.—¿Podré?—Sí —asintió—. Perder a una madre no es nada fácil, lo sé por experiencia, pero podrás con ello. Eres fuerte.—Adam, la última vez que nos dirigimos la palabra, mi madre me lanzó a la cara la peor de las revelaciones —dijo con libertad, dado que, durante el viaje hasta Waterford, se había dedicado a contarle toda la verdad. No tenía sentido continuar ocultándoselo. No cuando sentía que había superado ese evento desafortunado de su vida, llegando a perdonar a su madre y a estarle agradecida por lo mucho o poco que le había dado—. No creo
Liam estaba decidido a hacerlo. No podía dejarla sola y no lo haría. Siempre, o casi siempre ―cuando no se había comportado como un estúpido―, había estado allí para ella y ese momento no sería la excepción. Tendría que postergar varios asuntos de trabajo, pero no le importaba. Todo valía la pena si se trataba de Denise. Por suerte, no tenía que entregar ningún encargo urgente, salvo el de Michael McCord, el cual podía realizar esa misma mañana, sin ningún problema. Por lo demás, la mayoría de los pedidos no tenían fecha de entrega cercana, lo que le permitía tomarse un tiempo sin inconvenientes.Bostezó, mientras se llevaba la taza de café a los labios. Después de que Denise se marchara, había bajado las escaleras y se había sentado a la mesa de la cocina, con su portátil, una taza de café y su teléfono móvil, para inmediatamente comunicarse con la aerolínea con la que siempre viajaba, consiguiendo un vuelo para aquella misma tarde. Por ese motivo, tras preparar su maleta y llamar a
Denise decidió que lo mejor era irse directamente al hotel, el cual se encontraba en Recoleta, a pocas manzanas del departamento en el que habían hallado a su madre, dado que eso le permitía estar cerca de todo, gastando lo mínimo e indispensable.Le dolía todo el cuerpo y necesitaba asearse y descansar un poco, si no quería que un colapso nervioso se hiciese presente. Durante el vuelo se había tomado uno de los pocos ansiolíticos que le quedaban, pero al parecer su ansiedad y su estrés eran tan grandes que no le había hecho el más mínimo efecto.En cuanto el taxista estacionó frente al edificio, Denise supo que su cartera sufría por ello. Antes de tomar aquel taxi, sabía que no sería nada económico, aún más habiéndolo tomado en Ezeiza, pero, aun así… El taxista le había explicado que todo había aumentado desorbitantemente durante los últimos quince días, cosa que no sorprendió a Denise en lo más mínimo, dado que estaba acostumbrada a la constante inflación en Argentina, que hacía que
Al llegar a las dependencias policiales, no estaba segura de qué hacer ni de cómo comportarse. Era la primera vez que se hallaba en un lugar como aquel y eso la hacía sentir insegura.Después de titubear por varios minutos en la entrada, mordiéndose las uñas, suspiró y cruzó el umbral de la puerta. Si no lo hacía en ese momento no lo haría nunca.Al adentrarse en el edificio de la comisaría, el frío y húmedo ambiente la abofeteó, haciéndola retroceder un par de pasos. El olor que reinaba allí era de todo menos agradable. Frunció la nariz con desagrado y se encaminó hacia el escritorio que se ubicaba frente a la puerta.—Buenos días —saludó, intentando hacer a un lado el rechazo que le producía estar allí.—Buenos días —respondió la mujer de uniforme azul, mirándola con desgano por encima de la montura de sus anteojos, los cuales habían descendido hasta la punta de su aguileña nariz.—Verá… —comenzó a decir y se mordió el labio inferior, para luego suspirar—. Soy la hija de Amelia Isau
Luego de casi treinta horas de viaje, por fin podía ver, a través de la ovalada ventanilla del avión, como el paisaje de la ciudad comenzaba a dibujarse a miles de pies de distancia.Liam bostezó, mientras movía los hombros, intentando aliviar el dolor que había comenzado a aparecer en su espalda por culpa de haber pasado las últimas horas frente al ordenador, volcando todos sus pensamientos en un archivo Word. Aquello no servía más allá de lo catártico, y le había hecho bien retomar esa costumbre que había dejado de lado hacía más de una década.Mientras observaba el extenso y tormentoso cielo, a través de la pequeña ventana, comenzó a notar que el avión empezaba a perder altura, pronto a aterrizar.Liam suspiró, apoyó su cabeza contra el respaldo del asiento y cerró los ojos por un par de segundos, a la espera de que el avión tocara tierra.Deseaba con todo su ser dar con Denise y enfocaría todas sus energías en lograrlo. Conociéndola, intuía que no se encontraría muy lejos del siti
Cuarenta minutos más tarde, cuando le dieron el visto bueno para ingresar al país, Liam se encaminó hacia la zona de taxis, acompañado por uno de los empleados de la aerolínea en la que había viajado.Luego de que el taxista y el muchacho que lo había acompañado guardaran su equipaje en el maletero, Liam se subió al coche y el hombre al volante le preguntó su destino. Él se mordió el carrillo izquierdo, pensativo, antes de suspirar e indicarle la zona en la que sabía que estaba ubicado el departamento que Denise había compartido con su madre. Estaba más que seguro de que no la encontraría allí, pero era un buen punto de partida, si seguía su presentimiento de que su amiga se había hospedado en la zona.Durante los más de cincuenta minutos que duró el viaje hasta Recoleta, Liam intentó comunicarse con Denise, sin obtener respuesta; sin embargo, se obligó a pensar en positivo. Aquello no tenía que significar que lo estaba evitando; quizás, solo se debía a que había silenciado su móvil y