Capítulo 90
La cirugía duró un día y una noche. La condición de María se estabilizó temporalmente, pero la posibilidad de que despertara aún era incierta. Los médicos no tenían una expresión muy alentadora; cuando les pregunté sobre sus probabilidades de recuperación, simplemente negaron con la cabeza.

Mi tobillo estaba hinchado y morado. El asistente, al verme, no pudo evitar sugerir: —Señorita, ¿por qué no la llevo a que le hagan una radiografía en traumatología?

Bajé la mirada hacia mi pie, pero ya no sentía dolor, solo una extraña indiferencia. Negué con la cabeza, inmóvil junto a la cama de mi madre. —No duele.

El asistente apretó los dientes. —Perdóneme.

En el siguiente segundo, me levantó en brazos y me sacó de la habitación. No quería dejar a mi madre, así que comencé a resistirme, con lágrimas cayendo de mis ojos sin poder detenerlas.

—Señorita, si María estuviera aquí, no querría verla así. Ella la ama, también sufriría viéndola sufrir.

Al escucharlo, dejé de resistirme. Una amarga
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