Capítulo 88
Y tenía razón, porque yo ahora sentía esa tortura.

Se detuvo frente a mí, y su presencia me resultaba asfixiante.

Extendí la mano hacia él, y Carlos arqueó una ceja, sus labios curvándose en una sonrisa desdeñosa.

—¿Qué se le ofrece, Sra. Díaz?

La expresión sombría de Carlos en este momento me impedía asociarlo con el hombre que, bajo la farola aquella noche, me había dicho con tanta suavidad: —Olivia, tendrás que llevarme a casa.

Retiré mi mano con incomodidad y me puse de pie por mi cuenta.

Si él mirara hacia abajo, vería lo mal que luce mi uña del pulgar mientras vuelve a crecer, pero, a pesar de tantos momentos juntos, incluso en la intimidad, jamás ha notado esos detalles.

Respiré hondo para calmarme y le pregunté, —Carlos, ¿puedo ver tu teléfono?

Él me miró sorprendido, con una ligera mueca de desdén. —Olivia, si tienes algo que decir, dilo sin rodeos.

Asentí. —Sara dice que piensas usar fotos mías desnuda para amenazarme. Quiero ver si tienes esas fotos en tu teléfono.
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