Margaret Marshall está en su casa de Sloane Street. El salón-biblioteca, forrado de libros, es unlugar cálido, siempre, incluso en invierno. Un nocturno de Clara Schumann impregna el cuartocomo un perfume antiguo. Las luces encendidas son escasas. A ella le gusta así: vive muy próximaa la oscuridad. Sobre todo hoy que ha debido afrontar una nueva intervención quirúrgica, unenésimo pequeño corte para desfigurarle el rostro, ahora ya lleno de cicatrices.Dentro de poco, el recadero de Harvey Nichols pasará a traerle lo que ha pedido por teléfono:pan, azúcar, medio kilo de peras, unas hojas de menta fresca y un poco de canela.Es un chico originario de Oriente Medio, bastante guapo. Siempre inseguro y cohibido contodos. Especialmente con ella.Antes de entregarle la compra, en el pequeño espejo del ascensor, el mozo se ajusta el nudo dela corbata y comprueba que los cabellos se hallan en armonía entre ellos.Está tenso, se siente incómodo. Nunca sabe qué decir. Sobre todo cuando l
Hoy, el niño que no habla por fin ha hablado. Pero estaba solo en el cuarto y nadie le ha oído.Ha ocurrido hace un momento, mientras jugaba con el hámster de Barnabás, el hámsterpermanecía quieto sobre su mano. Tan solo los bigotes se le movían un poco, con esa especie detemblequeo típico de los roedores. Él ha ido levantando la mano muy despacio, por miedo a queel hámster se asustara, se ha acercado el animalillo a la cara y a media voz le ha susurrado:–Te quiero mucho.9–¡Lynne! ¡Lynne! ¡Ha ocurrido una cosa terrible! –chilla Imi nada más llegar a casa.Como de costumbre, Lynne atiende la llamada de su impaciencia y va a su encuentro conternura.–¿Qué te ha pasado esta vez?–¡La directora del café se ha enfadado conmigo y ya no me habla!–¡Dios mío! ¡Ya te dije que no la contradijeras!–Pero ¡si yo no la he contradicho!–Y ¿entonces por qué se ha ofendido? ¿Qué le has hecho?–¡Nada! Hoy ha venido al café con un nuevo corte de pelo que le sentaba realmente fatal, es laverdad,
A pesar de odiar la alta costura y de detestar el absurdo culto de las pasarelas, Margaret siempreha admirado a Yves Saint Laurent, porque ese hombre melancólico, con sus vestidos un pocoambiguos, ha logrado refinar el mundo, haciendo a la mujer un poco menos mujer y al hombre unpoco menos hombre. «No importa lo que vosotros penséis de mí; lo que importa únicamente eslo que yo pienso de vosotros.» Margaret lo leyó una vez en un enorme cartel publicitario de lascreaciones del estilista argelino. Una frase poderosa contra el juicio de los demás, útil paracualquiera, pero indispensable para un artista.En los años que siguieron, nació entre ellos una amistad construida sobre todo de cartas y dellamadas telefónicas. Dos almas muy parecidas: amantes de la soledad y del arte. Dos almasprivilegiadas, pero condenadas a la incomprensión y a la incomunicabilidad.Con ocasión de la entrega del Nobel, más tarde, Yves Saint Laurent creó para Margaret unvestido realmente especial inspirado
Fuera de la estación, los árboles acogen gran cantidad de anuncios, en su mayoría escritos amano en hojas volantes clavadas de mala manera en la corteza con una chincheta de dibujo. Sevende de todo: desde estufas a cocinas de gas, desde huevos de gallina a leña para hacer fuego.Las calles secundarias no están asfaltadas, y basta un breve temporal para transformarlas enpantanos. Las numerosas viviendas medio en ruinas, protegidas por perros enjutos y agresivos,ocultan historias de dolor y de privación. Algunas han sido abandonadas y la hiedra ha acabadopor enfilarse a través de los cristales rotos y colonizar su interior. Al mirar estas casasespectrales, de siglos de antigüedad, con los tejados inclinados, las chimeneas tambaleantes y losmuros llenos de grietas, uno se pregunta cómo es posible que no se derrumben.En una de esas frágiles casas, la peluquera recibe a su clientela. Horarios y precios estánresumidos en un cartel pegado con papel celo en la ventana de un dormitori
Imi y Jordi están sentados ahora ante el escritorio de Victoria. Imi ha tenido la gran ocurrenciade no comerse la tarta y de llevarla a la reunión como demostración de su buena fe. La tarta ahorase encuentra allí, rota, inmóvil, marcando la peligrosa frontera entre director y empleado. En esemomento, ambos tienen miedo de lo que pueda ocurrir, aunque –a decir verdad– Jordi tiene unpoco menos.Victoria no tarda en asestar el primer golpe.–A ver, Jordi, ¿desde cuándo dispones arbitrariamente de nuestros productos?–¡Victoria, vamos! No me puedo creer que se esté montando este alboroto por una simpleporción de tarta...–Jordi, contesta a la pregunta.–Pues verás, ha ocurrido todo por casualidad: estaba sirviendo la tarta de fresas a un cliente, ¡yya sabes que se deshace con un suspiro! El trozo se me ha resbalado, ha caído sobre la barra y seha roto. Imi se estaba yendo a comer y se me he ocurrido que lo mejor era dársela a él. ¿Qué es loque habría debido hacer? ¿Tirarla a la ba
De Lyme Regis, lo que más les gusta a Morgan y a Susan es la explanada gris de arena lisa yblanda que dejan con regularidad las mareas.En esta época, la playa está vacía y no se tropiezan nunca con nadie.Ahora están caminando a contraviento, y en silencio, para escuchar el sonido del mar y losgritos de las gaviotas. Uno a uno, sus pasos se hunden en la arena húmeda de la orilla y dejan sushuellas: un doble sendero de pisadas destinado a desaparecer pronto, plasmado por la recientepresencia del agua.De Lyme Regis, a Morgan y a Susan les gusta también el pequeño embarcadero, el mismo por elque desaparece Meryl Streep al final de una célebre película de los años ochenta. Cada vez que sedesencadena una tormenta, a Susan le gusta sentarse ante la ventana de su hotel (el que escogendesde la primera vez que vinieron) para admirar la furia de las olas: los cristales, a estas alturas,son un collage de costras creadas por el adarce. Sobre el alféizar, inmóviles, las conchas y losfós
Ayer Morgan le contó a Imi que en la isla de Jersey crece una hierba muy especial. Las vacasque pastan con ella producen una leche deliciosa, y del sabor de la nata.Sirviéndose de esta leche y de una excelente mezcla de café cubano, una cafetería tradicional deCovent Garden prepara el mejor capuchino de todo el Reino Unido.Imi y Jordi sienten una enorme curiosidad por probarlo.Ahora acaban de entrar en esta vivaz cafetería de Monmouth Street, por todas partes reina ungran desorden, la gente fuma y, a primera vista, las mesas no parecen excesivamente limpias.Imi y Jordi se acercan a la barra. El camarero lleva la barba larga y sus rastas huelen amarihuana (Jordi se da cuenta, Imi no).–¿Qué queréis? –pregunta el chico expeditivamente.–Dos capuchinos y dos brownies bien calientes –pide Jordi con su marcado acento español.Imi nota en seguida que el camarero no limpia la boquilla del vapor antes de levantar la espumaa la leche y no puede resistirse a la tentación de hacérselo n
Ahora Imi está lleno de rabia y dolor. Quieto sobre el puente de Embankment, no deja dellorar. Todos pasan a su lado con indiferencia, sin mirarlo siquiera. Tal vez tengan miedo de suslágrimas, o tal vez estén envidiosos porque, desde hace ya demasiado tiempo, son incapaces dellorar. Los ingleses son así. Muy corteses. Si te tropiezas con uno por la calle, es él quien te pidedisculpas. Y dicen continuamente «lo siento». Pero casi nunca es verdad.Es hora punta, hay un montón de gente con prisa que está atravesando el puente. En medio detodos ellos, Imi no se ha sentido nunca tan solo. Esa es la razón por la que, en ese momento,necesita abrazar a alguien y corre hasta la librería en la que trabaja Morgan.Quiere compartir su dolor, ha aprendido a hacerlo en el orfanato. Una eficaz técnica desupervivencia. Una red de protección necesaria ante la ausencia de padres.Morgan lo ve entrar jadeando y va a su encuentro de inmediato.Imi se lo cuenta todo. Su voz está rota por el llanto