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Imi y Jordi están sentados ahora ante el escritorio de Victoria. Imi ha tenido la gran ocurrencia

de no comerse la tarta y de llevarla a la reunión como demostración de su buena fe. La tarta ahora

se encuentra allí, rota, inmóvil, marcando la peligrosa frontera entre director y empleado. En ese

momento, ambos tienen miedo de lo que pueda ocurrir, aunque –a decir verdad– Jordi tiene un

poco menos.

Victoria no tarda en asestar el primer golpe.

–A ver, Jordi, ¿desde cuándo dispones arbitrariamente de nuestros productos?

–¡Victoria, vamos! No me puedo creer que se esté montando este alboroto por una simple

porción de tarta...

–Jordi, contesta a la pregunta.

–Pues verás, ha ocurrido todo por casualidad: estaba sirviendo la tarta de fresas a un cliente, ¡y

ya sabes que se deshace con un suspiro! El trozo se me ha resbalado, ha caído sobre la barra y se

ha roto. Imi se estaba yendo a comer y se me he ocurrido que lo mejor era dársela a él. ¿Qué es lo

que habría debido hacer? ¿Tirarla a la ba
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