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Ahora Margaret está muy nerviosa, va y viene caminando por su salón; quiere planearlo todo

hasta el mínimo detalle. No deja de pensar en las palabras más convenientes para dar jaque mate

al señor Carruthers; y cuando cree haberlas encontrado, se las repite en voz alta. Pero nunca le

parecen del todo adecuadas. ¡Qué caramba! No resulta fácil desafiar a duelo a una persona

semejante.

Margaret se detiene. Coge en sus manos el teléfono, llama la librería y pide que le pasen con

Morgan. La cajera lo localiza sirviéndose del pequeño micrófono que tiene delante.

–¿Señora Marshall?

–Buenos días, Morgan. Escucha, ¿podrías hacer que ese chico húngaro se pasara por mi casa?

Mañana, a las seis en punto. Ni un minuto antes. ¡Y que espere abajo donde el portero hasta que

no le diga yo que suba!

–¡Naturalmente, señora Marshall! ¿Ha decidido usted echarle una mano?

–Voy a intentarlo, pero ahora no puedo explicarte nada. Otra cosa, ¿tenéis en la tienda algún

libro sobre Sophia Loren? Una biografía bie
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