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A pesar de odiar la alta costura y de detestar el absurdo culto de las pasarelas, Margaret siempre

ha admirado a Yves Saint Laurent, porque ese hombre melancólico, con sus vestidos un poco

ambiguos, ha logrado refinar el mundo, haciendo a la mujer un poco menos mujer y al hombre un

poco menos hombre. «No importa lo que vosotros penséis de mí; lo que importa únicamente es

lo que yo pienso de vosotros.» Margaret lo leyó una vez en un enorme cartel publicitario de las

creaciones del estilista argelino. Una frase poderosa contra el juicio de los demás, útil para

cualquiera, pero indispensable para un artista.

En los años que siguieron, nació entre ellos una amistad construida sobre todo de cartas y de

llamadas telefónicas. Dos almas muy parecidas: amantes de la soledad y del arte. Dos almas

privilegiadas, pero condenadas a la incomprensión y a la incomunicabilidad.

Con ocasión de la entrega del Nobel, más tarde, Yves Saint Laurent creó para Margaret un

vestido realmente especial inspirado
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