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Fiesta de cumpleaños pt 2

—Felicidades, Adrienna. Sabemos que hoy es tu cumpleaños. —Dice uno de los chicos, sin embargo, estoy distraída porque mi atención está centrada inexplicablemente en Vicenzo.

—Adrienna, ellos son Iván, Dimitri, Christopher, Liam y Vicenzo. El tono eufórico de Jianna me deja sin palabras. Todos me saludan excepto él, Alexander, el hombre con la mirada incandescente. Idiota, presuntuoso.

—Son de Rusia —Me informa Carlotta. —Eso lo explica todo —Comento mirando intensamente Alexander. Frío. Carente de expresión. Solo podía ser ruso. Un capricho del destino, conozco su país porque siempre he tenido una

Curiosidad incomprensible por su lengua y costumbres. En ocasiones anteriores he confesado a las chicas que me gustaría visitar Moscú y espero que no saquen el tema.

—Es un placer conoceros, chicos.

La profesora tenía razón, el inglés me serviría algún día. Excepto Vicenzo que habla un español fluido, los otros se comunican en inglés. Me siento junto a Carlotta entablando una conversación con el chico que, si no me recuerdo mal, se llama Liam. He descubierto que son hermanos, pero todos son muy diferentes entre ellos. El mayor es Vicenzo. Tiene treinta años, aunque aparenta menos.

Liam es el más hablador y es el único gracioso. Mi atención, incomprensiblemente, sigue dirigida a Vicenzo. Lo reconozco: es muy apuesto. Cabello cobrizo corto, ojos profundos, por no hablar de la cara: perfecta. Debería parar de mirarlo fijamente, pero no lo consigo. Iván propone ir a bailar, dejo que se levanten y se formen las parejas y cuando me doy cuenta de que me he quedado sola en la mesa con Alexander, me agarroto. ¿Y ahora qué hago? Doy vueltas al vaso con las manos bajando la mirada sin saber qué hacer. Es una situación incómoda.

—¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? —Pregunta repentinamente. Levanto la mirada.

—¿Una como yo? —Pregunto sorprendida. Apoya los brazos en el respaldo del sofá observándome. —Se ve que no es tu ambiente. —Argumenta decidido. Río.

—¿Y tú qué sabes? No me conoces. Continúa mirándome serio. Me pregunto si sabe sonreír de vez en cuando. —No se necesita mucho para leer tu interior. Esas palabras son como una pedrada en el estómago. Nadie consigue leerme por dentro, está intentando impresionarme. Me retiro el cabello hacia un lado y me pongo de pie.

—Si lo dices tú… —Murmuro alejándome después de haberle reservado una última mala mirada. Tengo que evitarlo hasta que acabe la noche. No me gusta la reacción que me causa. Deambulo entre la multitud en la pista de baile y acabo bailando la música de My Love.

Bailo sin mirar a nadie, solo la música y yo. Me relajo mientras la tensión desaparece progresivamente. No tengo que pensar que a pocos metros se encuentra Vicenzo, un desconocido que consigue desencadenar en mí emociones encontradas.

—Baila conmigo dulzura. Un chico se me planta delante sonriéndome. No está mal, pero no me gusta. No quiero bailar con nadie. Decido usar la estrategia habitual, la que funciona siempre.

—Lo siento, estoy comprometida.

—Solo un baile. —Insiste. Miro a mi alrededor para encontrar una cara familiar, pero lo único que encuentro es la mirada fija de Vicenzo dirigida hacia mí.

—¿Ves ese que está sentado en la mesa? Es mi chico, no creo que te convenga enfadarlo… —Digo señalando a Vicenzo. No sé por qué lo he hecho. Ha sido la única solución que se me ha pasado por la cabeza. La mirada de Vicenzo se centra en el desconocido, lo está matando sin hacer nada. El chico se aleja sin protestar y no puedo evitar sonreír.

Miro a Vicenzo dándole las gracias con un gesto y sigo bailando como si nada hubiera sucedido. Me muevo al son del ritmo y sonrío disfrutando de la tranquilidad. Libre. Alguien me aferra por la cintura dándome la vuelta de repente. Contengo la respiración cuando me encuentro ante el rostro de Vicenzo.

—Baila con tu chico. —Comenta agarrándome. Su poderoso cuerpo es algo devastador, su presencia es francamente intimidante, esta cubierto de tatuajes hasta donde se alcanza a mirar y sus ojos zafiro son tan profundos y penetrantes que me roba fácilmente el aliento. Me congelo cuando mis manos tocan su pecho hecho de mármol. Me ruborizo incapaz de eliminar el contacto entre nuestros cuerpos. Se mueve lentamente, mi cuerpo acompaña sus movimientos. Me pierdo en sus ojos azules que, gracias a la luz tenue, lo vuelven todavía más tenebroso y fascinante. Me siento desconcertada por lo bien que me siento entre sus brazos. Debería escapar y no desear permanecer allí eternamente.

—Felicidades, Adrienna —susurra con los labios mientras rozan mis mejillas. Las piernas me tiemblan.

—Gracias, Vicenzo.

Su mano sube hasta mi hombro y haciendo presión hace que su pecho se pegue al mío. Su aliento caliente llega a mi rostro y una extraña electricidad nos envuelve haciéndome perder todas mis seguridades. Estoy deseando que me bese un hombre del que solo sé su nombre. Estoy buscando una explicación a todo esto, pero no la encuentro. Suspirando intentando rehusar lo que estoy deseando, pero mi cuerpo no coopera.

Permanezco entre sus brazos con las manos apoyadas en su pecho y sin percatarme suben hasta acariciarle el cuello. Contengo la respiración cuando veo que sus labios se acercan a los míos. El corazón me late a mil por hora. La mente grita que me aleje antes de que sea demasiado tarde. Está a punto de besarme. ¡Cielos!, ¡está a punto de besarme! Retrocedo empujándolo en el pecho y me mirada contrariado.

—Lo siento, tengo que marcharme… —Digo con un hilo de voz y me alejo sin volverme. Me estoy ahogando, necesito aire. No me sigue y por lo que parece una parte de mí querría que me detuviera, que me besara. Salgo al exterior del local y respiro profundamente cerrando los ojos.

¿Qué rayos me sucede? Permanezco inmóvil con los ojos cerrados durante varios minutos, pensando. No tiene sentido todo lo que me está pasando esta noche, no me reconozco. Espero que esta tortura acabe cuanto antes. Me armo de valor y entro vacilante. Decido ir a sentarme a nuestra mesa, pero ver a mis amigas en actitudes muy cariñosas me deja paralizada. Cerciorándose de mi presencia intentan cuidar las apariencias, pero ya es demasiado tarde.

—Necesito hablar con ustedes. ¡Ahora! —Exclamo evitando la mirada de Vicenzo. Puedo sentir sus ojos encima, me queman la piel. Nos desplazamos algunos metros, la distancia necesaria para que los chicos no escuchen nuestra conversación.

—Chicas, creo que es hora de dar por terminada la noche. No considero que sea una buena idea seguir hablando con esos tíos. —Digo. —Liam me gusta, no veo por qué debamos marcharnos. —Murmura Carlotta.

—Ya lo he visto, ¡parecías una anguila! —Comento molesta. —Escucha Adrienna, nosotros solo queremos conocerlos, no hay nada de malo. —Protesta Jianna. —Y, además, ¿hablas tú? Hemos visto como os miráis, le has permitido incluso que baile contigo. En silencio observo a mis amigas sin saber cómo responder. Tiene razón, no me he comportado mejor que ellas.

—Están fuera de nuestro alcance, no hablamos de chicos, son hombres. ¿Les habéis dicho los años que tenéis? No creo. —Solo queremos divertirnos un poco. ¿Qué puede suceder? —Insiste Carlotta. La fulmino con la mirada, pero decido no insistir. Están convencidas de su elección.

—Solo os pido que prestéis atención, no sabemos nada de ellos. Sharon me abraza fuerte.

—No te preocupes, no pasará nada malo. Esta noche nos divertimos y mañana volveremos a nuestras vidas. —Dice. Volvemos, nos acomodamos, sin embargo, yo me quedo al margen y observo el lugar vacío en el sillón: el de Alexander. Me pregunto dónde está, aunque no debería interesarme. Decido que es mejor evitarlo hasta que la noche acabe, es mejor así. Pasan minutos en los que soy la única que no participa en la conversación, en realidad no sé siquiera de lo que están hablando. Mi mente está en otro lugar. —¡Adrienna! —Me llama Gina.

—¿Qué dices si mañana vamos todos juntos a la playa? La observo inquieta. ¿No habían decidido que sería la diversión de una noche? Teóricamente mañana todo esto debería de haber desaparecido.

—Yo mañana no puedo, pero ustedes id igualmente. Tessa tuerce la nariz, pero no dice nada. No puedo soportar la presencia de Vicenzo durante todo un día, correría el riesgo de perder el control y no puedo hacerlo. —Vicenzo, mañana vamos a la playa. —Informa su hermano Liam. Al escuchar ese nombre me enderezo y me giro hacia él. Estaba a mis espaldas. Aguanto la respiración mientras me repito a mí misma que no debo mirarlo a los ojos.

—Tú vienes —dice pasando a mi lado para después acomodarse en el sillón. —Como acabo de decir, mañana no puedo. Levanta su mirada amenazante hacia mí.

—No era una pregunta. —Responde mientras un camarero posa una botella y unos vasos en la mesa. Me muerdo la lengua evitando ser la voz de mis pensamientos. Arrogante y estúpido. No es nadie para decidir lo que debo hacer.

—¿Quién se toma una ronda de Fuego conmigo? —Pregunta a sus hermanos. Ninguno parece dispuesto a aceptar. Miro con curiosidad la botella con líquido verde.

—¿Qué es el Fuego? —pregunto mirándolo a los ojos. Me estudia sorprendido. —Absenta. Nada adapto a ti, muchacha. —Dice con voz profunda. Lo miro desafiante

—Quiero probarlo. —¡No! —Me reprende severamente mientras vierte el líquido en el vaso.

—¿Tienes miedo de que una jovencita sepa aguantarlo mejor que tú? —Lo provoco. Me mira intensamente escarbando en mi interior con esa mirada devastadora

—Si luego estás mal no esperes que sea yo quien te lleve al hospital… — Murmura llenando un segundo vaso. Saca el mechero del bolsillo.

—¡Fuego! —Dice mientras el líquido en los vasos empieza a arder. Vaya. Tal vez he tenido la peor idea de toda mi vida. No debía desafiarlo. Trago saliva con preocupación. Vicenzo se acerca con altanería. No puedo evitar observar su imponente figura. Su brazo roza el mío, pero no contento con ello coge dos vasos ardiendo, se coloca ante mí a pocos centímetros y me observa intensamente.

Cuando dicen que los ojos hablan y son el espejo del alma, no puedo hacer otra cosa que dar la razón. Veo su interior. Consigo tocar su frialdad, que sirve de escudo a algo más grande que esconde perfectamente.

—Primero las damas —dice provocador. Cojo el vaso de su mano. Nuestros dedos se rozan y me estremezco. Armándome de valor observo la llama que se apaga y sin pensarlo dos veces trago todo el líquido. La boca se inflama, la garganta abrasa y después siento cómo baja hasta extenderse por todo el cuerpo. M****a, estoy ardiendo. Abro la boca para que el aire entre y espero un respiro que no llega. Me humedezco los labios mirándolo directamente a los ojos y finjo tener un valor del que carezco.

—Perfecto. Podría escupir fuego en este momento, sin embargo, intento mantener el control.

—¡Enséñame lo que saber hacer, Vicenzo! —Digo descaradamente.

Su mirada se enciende de deseo. Bésame, suplico dentro de mí. Como si no fuera nada traga el líquido de su vaso. Rellena otros dos vasos, pero esta vez nada de Fuego. Se acerca rozando mi cuerpo.

—¿Podrías beber otro? —Pregunta con sarcasmo. Nos estudiamos, ninguno de los dos parece dispuesto a detenerse. Decido beber también el segundo vaso en un santiamén. Observa bien, Vicenzo, no lloriqueo, no me echo atrás. Siento de nuevo ese ardor infernal que se extiende. De repente la cabeza me da vueltas. Me tambaleo y me agarra atrayéndome hacia él. Alzo la cabeza para observarlo, agacha la cabeza hacia delante, nuestros labios se acarician, escucho su respiración caliente en la piel del rostro.

—¿Quieres que te bese, Adrienna? Sí, locamente. Trato de decir algo, pero mi boca no emite ningún sonido. Mi mente se desconecta, ya no razona y sigue pensando en una única cosa… Bésalo. Cierro los ojos poniéndome en puntillas y lo beso. Sus labios son acogedores, tiernos. Sostiene mi rostro entre sus manos y me besa bruscamente, con violencia. Me deja literalmente sin aliento. Quisiera detenerme, pero no lo consigo. Necesito esto, lo necesito, ahora.

¿Para qué sirve ser racional si al final no logro satisfacer mis deseos? Quería besarlo y lo he hecho. Sin embargo, también soy consciente de que no puedo ir más allá del beso. Me separo de sus labios muy a mi pesar.

—Gracias por la velada, pero debo marcharme… —Digo retrocediendo un paso. Estiro el vestido con las manos intentando evitar la mirada de todos los presentes. El momento ha sido fantástico, sin embargo, ahora deja paso a la vergüenza. Adrienna no hace estas cosas, nunca. Lo que ha tenido lugar esta noche se lo llevará el viento. Vicenzo y sus hermanos volverán a Rusia y yo olvidaré esta historia para siempre.

No creo poder liberarme de los recuerdos, no podré olvidar el beso intenso que nos acabamos de dar. Estoy convencida de que será así, acabará como en una de esas películas con final triste donde ella se desespera y él parte.

—No vas a ningún lado en este estado. Su mano aferra la mía y me atrae hacia él. Me tambaleo y me choco contra el cúmulo de músculos. Lo miro desconcertada mientras me atrapa entre sus brazos. —Escucha ruso, se acabó el juego. Si no te molesta, volvería con mucho gusto a mi vida. Con mirada amenazante me tiene aplastada contra su pecho y me hace sentir todavía más impotente.

—No puedes jugar un juego donde soy el único ganador, Adrienna —Declara serio.

—¡Es mi juego y he ganado yo! —Digo guiñando un ojo. Estoy a punto de rebatir cuando repentinamente comienza a darme vueltas todo. No consigo mantenerme en pie, agradezco mentalmente estar entre sus brazos.

—Vicenzo —digo cerrando los ojos

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