LUNA ARTEMIA:Desde mi lugar, pude ver toda la batalla entre Kaesar y mi padre, ese momento justo en que Kian, loco de furia, le rasgó la garganta. Aunque me enfrentaba a él y sabía que no era su favorita, verlo caer muerto hizo que mis rodillas flaquearan. Ahora no había marcha atrás; mi familia nunca me perdonaría, y cuando Kaesar se enterara de lo que había hecho, estaba segura de que seguiría el mismo destino que mi padre.Por eso, debía ser muy astuta. Tenía que ganarme la confianza ciega de mi hijo para que no creyera a nadie más que a mí. Lo ayudaría a acabar con toda mi familia, especialmente con aquellos que conocían mis secretos. En particular, mi hermana Artea y su hijo Arteón. Me levanté y corrí hacia las mazmorras, decidida a acabar con sus vidas, solo para descubrir que los habían liberado y logrado escapar.Eso no era nada buen
KAELA:La luz de la luna bañaba la escena frente a mí con una claridad espectral, donde cada sombra parecía cobrar vida con la esencia de historias no contadas. Nina, con sus ojos moviéndose rápidamente, esperaba mi reacción.—Nina —la llamé, deseando entender la profundidad de su presencia todavía en mi manada—. Pensé que te habías marchado. ¿Qué haces aquí? Eres una Arteona, deberías ir a ver qué sucederá con tus padres.—¿Qué sucedió en la batalla? ¿Ganaron o perdieron los Arteones? —preguntó con un hilo de voz.—¿Crees de verdad que si ellos hubieran ganado estaría aquí? ¿Por qué no me dijiste que tu alfa me quería para él y que planeaba atacar a Kaesar? —pregunté, mirándola furiosa. Si hubiera hablado a tiemp
KAELA:Cerré los ojos, recostando mi cabeza en el respaldo, con las manos descansando sobre el libro cerrado y los espejuelos a un lado. Lo acaricié y luego lo olfateé, sintiendo el olor de mi adorado padre en él. Abrí sus páginas para descubrir anotaciones hechas con su impecable caligrafía. Eran palabras de consejo y advertencia, escritas para guiarme más allá de lo que sus brazos nunca podrían. Pero lo que más llamó mi atención fue cómo mi nombre aparecía en cada página del libro. Papá me extrañaba tanto como yo a él; podía percibir marcas de lágrimas secas en las páginas y supe cuánto había sufrido por tenerme lejos y por haber perdido a mamá, el otro nombre que estaba escrito en todas partes. —Oh, papá, no debiste mandarme lejos, debiste dejarme aquí contigo —dije, abrazando el libro y soltando el llanto que había retenido desde que escuché al abuelo de Kaesar decir que estaba ayudando al asesino de mi padre. ¿Sería verdad o solo una mentira más par
KAESAR:Después de terminar la reunión con mi madre, que se esforzó en hacerme creer que estaba de mi lado, aunque yo podía oler desde donde estaba las mentiras en sus palabras, mandé un aviso a mi Luna con el omega de mi Beta Otar. Me dediqué a recorrer los límites de mi territorio. El gran ejército de veteranos que había reunido el Alfa Ridel se ubicó entre mi manada y la de mi Luna.Luego regresé al palacio. Aunque moría de ganas de ir a hablar con mi Luna, no era el momento de abandonar a mi manada. Acababa de sostener una guerra y de enviar el cuerpo de mi abuelo a su manada, por respeto a que era de mi sangre y no podía dejar que se lo comieran los buitres. Además, debía organizar toda la defensa, aunque el consejo decía que debía aprovechar el apoyo de Kaela para acabar con todos los Arteones.Pero antes de la guerra, quer&iacut
LUNA ARTEMIA:Un leve sonido me despertó; venía de la ventana. Había tomado la precaución de cerrar todos mis aposentos muy bien. Esa noche era peligrosa y no quería correr riesgos. Me di cuenta de que Kaesar no confiaba completamente en mí, pero tampoco desconfiaba. El gesto de enviar a mi padre para que le dieran sepultura me sorprendió. Me levanté despacio y caminé hasta la ventana.—Mi Luna, soy yo, el omega Ilán —escuché que susurraba.—¿Qué haces en mi ventana a esta hora de la noche? —pregunté sin abrir.—Alguien atacó al Alfa Kaesar en el palacio y me manda a avisar que se cuide, y que no se preocupe, está bien.No podía creerlo. Abrí la v
KAELA:No respondí a lo que dijo Kaesar; vi cómo se le cerraban los ojos, así que lo cubrí con una sábana. Sequé despacio mi largo cabello mientras lo observaba preocupada.—Debemos dormir con él para que sane más rápido —escuché a mi loba Laila—. Fue una suerte que trajeras todos esos antídotos humanos.—Sí, dijeron que últimamente habían escuchado que los licántropos los estaban usando. Morían muchos porque no los conocían; es algo sintético que inventaron los humanos —contesté suspirando, recordando cuánto extrañaba esta casa y la vida de lobos. Y en ese momento, deseaba estar en ese mundo donde mi única preocupación había sido estudiar.Mientras el crepitar del fuego iluminaba suavemente la habitación, los pensamientos se arremolinaban en mi mente como la
KAELA: Papá me había obligado a volver. Después de tantos años viviendo entre humanos, lo exigió. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que me convertí en loba que ya ni siquiera recordaba cómo se sentía. Me había despojado de mi esencia con tal de cerrar las heridas. Por desgracia, jamás logré que sanaran. El camino hasta la casa estuvo marcado por el silencio. Una figura esperaba en el porche: mi madrastra Artea. De lejos, su sonrisa parecía un intento forzado de cordialidad. —Vaya, pero si no es nuestra lobita perdida —dijo, cruzando los brazos—. Pensé que llegarías antes. No respondí. No iba a darle el placer de provocar una reacción. Subí los escalones mientras ella me observaba. Sin dejar de sonreír y con el tono de quien emite una sentencia, lanzó lo que ya sospechaba: —¿Lista para casarte? ¿Te acuerdas de lo que es ser una loba? Ahí estaba el verdadero motivo por el cual mi padre había insistido tanto en que regresara. Mis dedos se crisparon, pero hice ac
KAESAR: Mi lobo, Kian, no me dio tregua durante todo el día. Desde el amanecer, se retorcía con una inquietud que no lograba descifrar. Su urgencia crecía con cada minuto, impidiéndome concentrarme, mucho menos disfrutar de la cena que me había servido. Al final, me rendí. Me transformé, dejando que Kian tomara el control. La ventisca era cruel, la nieve caía con fuerza, cubriendo cada centímetro del bosque. Pero Kian corría con determinación, sin importarle el frío que cortaba como cuchillas ni las ramas que arañaban mi pelaje mientras pasábamos a toda velocidad entre los árboles. Sabía a dónde iba, aunque me costara admitirlo. Reconocía esa dirección. A cada zancada, la verdad se volvía más clara en mi mente: el refugio de la madre de Kaela. Mi respiración se agitó. ¿Había vuelto? ¿Después de tantos años buscando señales, podría ser cierto? El pensamiento me estremeció tanto que incluso Kian disminuyó su marcha un instante. Recordé aquel pacto con el Alfa Ridel, su padre. La