—Algunas veces sí, hay momentos que desde aquí arriba se ve y se siente todo mejorIrina se aguantaba con los brazos sobre los hombros de su esposo, cruzando las manos tras su nuca. Mueve las caderas y se acomoda bien a horcajadas para poder moverse con más libertad y sentarse sobre su miembro sintiéndose cada vez más llena y empalada. De este modo entraba del todo, sentía la punta, golpearla muy adentro y con cada penetra cien profunda un gemido abandonaba la boca de ella.— Irina…— murmuró buscando su boca para besarla con ansias, para saborear sus labios, succionándolos y bajar nuevamente por su cuello, dándole cabida a sus pechos en las manos, haciendo rodar los pezones entre sus dedos. — Muévete Irina.—Amir, Amir…— repetía ella entre jadeos, echando la cabeza hacia atrás cuando las masculinas manos la agarraron bien de las nalgas.Él se empujaba hacia arriba para hundirse bien profundo en su interior, ayudándola a moverse sobre él, sintiendo como se deslizaba por su erección mie
La mañana amaneció en la mansión, envuelta en una atmósfera tensa que pesaba sobre la mesa del desayuno. Amir había conseguido sentar a desayunar juntos a su esposa y su hermano después de días sin hablarse, pero el ambiente estaba tan cargado entre Irina y Said que amenazaba con arruinar la calma matutina.Amir observaba con preocupación los gestos tensos y los intercambios de miradas frías entre su esposa y su hermano. Trató de desviar la atención del conflicto, iniciando una conversación trivial.—¿Cómo dormiste, Irina? —preguntó Amir con una sonrisa forzada, esperando romper el hielo que había formado entre los dos.Irina asintió con una sonrisa tensa, pero su mirada se desvió hacia Said, quien parecía sumido en sus propios pensamientos, evitando el contacto visual con ella.—Bien, gracias, Amir. ¿Y tú, Said? —preguntó Irina, intentando mantener la compostura a pesar de la incomodidad que sentía.Said levantó la mirada hacia su hermana, su expresión dura y distante.—Dormí lo sufi
Amir no podía dar crédito a lo que sus oídos escuchaban mientras su mirada saltaba de uno a otro. Asad y Said se miraban con recelo, sus ojos cargados de una tensión palpable.—Con permiso, necesito sentarme —dijo Asad, rompiendo el silencio con voz ronca. Se dejó caer en una silla al lado de la mesa, apoyándose en su bastón con gesto de agotamiento. Esa es la razón por la que he estado fingiendo...—¿Fingiendo qué? —interrumpió Amir, su voz cargada de incredulidad.—Fingiendo estar en coma —respondió Asad, clavando su mirada en la de su hijo mayor.— El día que desperté, los escuché…—¿A quiénes escuchaste? —preguntó Amir, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho.—A Said, hablando con ese ruso que siempre acompaña al americano —dijo Asad, su voz temblorosa por la emoción. Decían que... que habían secuestrado a Irina.Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Amir. No podía ser cierto. ¿Su hermano había participado en el secuestro de su propia hermana?—¡No es verdad! —gritó Sa
Amir corrió hacia la salida, con Irina en sus brazos y el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. La sangre en su pantalón era un presagio terrible, una señal de que algo iba muy mal. No podía permitirse perder a Irina y a su hijo. Tenía que llegar al hospital lo antes posible si algo les ocurría el se moriría, estaba seguro de ello.Mientras tanto, Asad y Said se miraban sintiéndose culpables. Sus secretos habían quedado al descubierto, y las consecuencias de sus actos eran devastadoras. Habían puesto en riesgo a Irina y al bebé, y ahora tenían que enfrentar la ira y el dolor de Amir.—Dejemos esto para después —dijo Said, acercándose a su padre para ayudarlo a levantarse y dirigirse al hospital. Sabía que no era el momento para discutir, y que la prioridad era la salud de Irina.—Dejemos esto para después —dijo Said, acercándose a su padre para ayudarlo a levantarse y dirigirse al hospital. Sabía que no era el momento para discutir, y que la prioridad era la salud de Irina.Asad
Ellos no podían creerse que Amir fuera capaz de amenazarlos tan libremente, sobre todo Said, quien no había contado con la posibilidad de que su hermano se pusiera en su contra, para él no había nada que pudiera hacer que Amir se pusiera en su contra, pero no había contado con hacer daño a Irina sabía que era lo que más le importaba en el mundo.Asad y Said se alejaron en silencio, sin poder defenderse. Sabían que se merecían la ira de Amir, así que ni siquiera Asad protestó por aquella amenaza.Nadia y William llegaron al hospital, impulsados por la preocupación y la incertidumbre que se apoderaba de ellos ante la noticia del estado de salud de la hermana de Said. Al entrar al pasillo, se encontraron con Asad y Said, quienes parecían ir en dirección contraria a la que debían. De hecho, daba la impresión de que se dirigían hacia la salida.—¡Asad, Said! —exclamó Nadia, sorprendida al verlos—. ¿Qué están haciendo aquí?Asad y Said se detuvieron al escuchar sus voces y se giraron para e
Un joven cruzó el umbral del hospital. Sus ojos, ávidos de respuestas, buscaron entre la multitud hasta que se encontraron con los de Nadia. Un instante, una mirada, y el mundo se detuvo a su alrededor. La sorpresa los dejó petrificados, cada uno atrapado en un torbellino de emociones. William era un testigo silencioso de la escena, no pudo evitar esbozar una sonrisa enigmática, intuyendo lo que sucedía.El joven, recuperando la compostura, se dirigió hacia Nadia con pasos apresurados, como si el tiempo apurara el encuentro. Ignorando por un momento la presencia de William, toda su atención estaba centrada en Nadia. Le dirigió una breve mirada inquisitiva a William, buscando descifrar su papel en esta historia inesperada. Finalmente, con la voz entrecortada por la emoción, preguntó:—¿Nadia? ¿Eres tú?Nadia, con el corazón latiendo con fuerza en el pecho, asintió. Las palabras parecían fallarle, incapaces de expresar la avalancha de sentimientos que la inundaban. Un torbellino de rec
Amir la observó con profunda admiración, conmovido por la conexión inquebrantable que se había formado entre madre e hijo. La maternidad había transformado a Irina, dotándola de una aura de serenidad y plenitud que lo cautivaba.—Los dejaré un rato solos y me acercaré a avisar a sus familiares, pero debo llevarme al bebé en una hora —explicó la enfermera, con cierta tristeza en su voz—. Debe pasar el mayor tiempo posible en la incubadora los próximos días.Irina asintió, lo comprendía, pero a la vez odiaba tener que separarse de su bebé. Se aferró a él con más fuerza, impregnando su aroma en su piel y disfrutando de cada instante a su lado.Amir titubeó… no quería compartir ese momento con nadie, no quería el resto de su familia cerca de su bebé ni de su esposa. No cuando solo la habían dañado y precipitado el nacimiento de su bebé dos meses.— Espere… no avise a nadie. Si solo tenemos una hora prefiero pasar este rato en familia los tres— pidió, con una mezcla de emociones en su voz.
La tenue luz de la incubadora bañaba los frágiles rasgos del pequeño. Amir e Irina se encontraban a su lado, observándolo con una mezcla de ternura y preocupación. Sus diminutas manos se movían con torpeza, y sus ojitos aún cerrados parecían soñar con un mundo desconocido.—¿Crees que me reconoce, Amir? —preguntó Irina en voz baja, acariciando con delicadeza la mejilla del bebé.—Por supuesto que sí, mi amor —respondió Amir con una sonrisa cálida, tratando de tranquilizar a Irina—. Siente nuestro amor, nuestra presencia. Para él, somos su universo.Irina asintió con la cabeza, conmovida por las palabras de su esposo. En ese instante, sintió una conexión profunda con su hijo, una conexión que trascendía las barreras físicas.—¿Recuerdas cuando lo imaginábamos en el vientre? —preguntó Amir, con una mirada nostálgica en sus ojos.—Sí, como si ya lo conociéramos —respondió Irina, cerrando los ojos y reviviendo aquellos dulces recuerdos.—Soñábamos con este momento, con tenerlo en nuestros