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97. Las mentiras tienen patas cortas

Amir no podía dar crédito a lo que sus oídos escuchaban mientras su mirada saltaba de uno a otro. Asad y Said se miraban con recelo, sus ojos cargados de una tensión palpable.

—Con permiso, necesito sentarme —dijo Asad, rompiendo el silencio con voz ronca. Se dejó caer en una silla al lado de la mesa, apoyándose en su bastón con gesto de agotamiento. Esa es la razón por la que he estado fingiendo...

—¿Fingiendo qué? —interrumpió Amir, su voz cargada de incredulidad.

—Fingiendo estar en coma —respondió Asad, clavando su mirada en la de su hijo mayor.— El día que desperté, los escuché…

—¿A quiénes escuchaste? —preguntó Amir, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho.

—A Said, hablando con ese ruso que siempre acompaña al americano —dijo Asad, su voz temblorosa por la emoción. Decían que... que habían secuestrado a Irina.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Amir. No podía ser cierto. ¿Su hermano había participado en el secuestro de su propia hermana?

—¡No es verdad! —gritó Sa
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