Cuando hubo estado a solas, a la hora de la cena, entre papeles y platos con comida casi fría, casi sin tocar. Sin poder concentrarse en su trabajo, Lawrence, se dedicó a darle vueltas a ese sueño tan aterrador que su hermana le había narrado ese mismo día en la mañana.
No había dudas de que todo eso era una simple advertencia de lo que se le avecinaba en un futuro muy cercano. Su hermana no lo sabía y, por su bien, esperaba que jamás lo supiera. Pero, lo cierto era que, así como él, ella también poseía grandes aptitudes para la magia y el mundo místico.
Aptitudes que debían agradecer a su sangre gitana por parte de su madre. Aunque, para la mayoría de la familia Armstrong, ese lazo, era un vergonzoso secreto que insistían en ocultar ante los ojos de esa sociedad aristocrática.
Lawrence puso los ojos en blanco, para luego picar fastidiado la comida con el tenedor. Lo cierto era que no tenía hambre, a menudo, el trabajo y ser consiente de la vida hipócrita a la que se veía obligado a vivir, le quitaban el apetito.
—¡Ya quisiera yo poder escapar de este lugar!— refunfuñó dejando el tenedor a un lado.
Miró a sus lados. Tenía la impresión que las paredes se cerraban en torno a él. Inconscientemente, se abrazó a sí mismo, sintiendo que el aire no llegaba a sus pulmones. A menudo, se sentía así. Encerrado dentro de una jaula de oro macizo y de la mejor calidad. Pero, jaula al fin.
Odiaba su vida, no lo pensaba negar. Odiaba con toda su alma todas esas malditas obligaciones que tenía que cumplir. Maldecía todos los días esa ingrata suerte que tuvo al nacer cinco malditos minutos antes que su hermano gemelo.
Receloso, observó los papeles de ese estúpido negocio que su padre lo obligaba a administrar. Odiaba su propia eficiencia en los negocios y su personalidad práctica que lo hacía el blanco de todas las ideas absurdas que su progenitor lo hacía participe.
—Para estas cosas… Tal parece que no estoy mal de la cabeza…¿No es así, padre?— le dijo con desprecio, arrugándole la nariz a la nada de la habitación.
Su mente volvió a ese sueño que tuvo en la noche anterior. Como si estuviera buscando un mínimo refugio a sus pensamientos negativos. Un poco de calma y calor entre tanto caos gélido. Recordó los labios suaves y húmedos de Lorette y su mano se posó en sus propios labios.
Ganas no le faltaban para buscarla. Se lo admitía, en ese momento, ella era como una especie de sirena que lo hechizaba con su esbelta figura y le daba algo remotamente similar a la calma.
Ella era gitana, como él. Quizás era por eso que él comenzaba a sentir la urgencia de correr a su encuentro. A fin de cuentas ¿Acaso no decía el dicho “la sangre es más fuerte que el agua”? Uno siempre volvía a sus raíces y de eso, a esa altura de su vida, a Lawrence, no le cabían dudas de que fuera real.
Pero no se engañaba, por desgracia, era muy poco probable que ese hermoso sueño se hiciera realidad. Al fin y al cabo, el amor y la felicidad, jamás serían amigos de la tranquilidad. Él solo quería vivir tranquilo, bajo ningún motivo pensaba generarse más problemas de los que ya tenía.
Oh, bueno, al menos eso era lo que él se aferraba a pensar. Pues, en amén a la verdad, había muchas cosas que no se le escapaban. La primera, era que, como ya había dicho anteriormente, Lorette, más que seguro, ya estaría comprometida y, cuando eso ocurría ¿Quién diablos le daría la oportunidad a un mestizo como él, de tomar a una gitana como ella por esposa?
Eso sin mencionar que, el principal problema no se encontraba en esos detalles, pues, dinero y estabilidad económica no le faltaba. Al fin y al cabo, él era el mismísimo heredero de una familia de añejo abolengo muy importante en la sociedad aristocrática de ese país. No, el problema era otro y, quizás, más importante que el solo hecho de reclamar a la mujer que se le antojase.
«Si ella viene conmigo ¿Cómo puedo yo asegurarme que ella será feliz aquí? Si ni yo mismo lo soy… Como nunca lo fue mi madre…»
Por desgracia, era un hecho, para él que, pese al amor que su madre, en vida, le había profesado a su padre, ella, jamás había encontrado la felicidad en esa horrible jaula de oro que simbolizaba la alta sociedad. No se hacía ilusiones, sabía que ese sería el destino al que estaría condenado a vivir y, eso, no quería que ella lo pasase también.
Aun así, su m*****a mente obsesiva no parecía querer resignarse a la idea de perderla sin antes buscarla. Quizás, fue por eso que, de repente, sus ojos se abrieron con sorpresa, como si acabara de recordar algo muy importante.
Su hermana le había dicho que lo veía feliz en el sueño, pese a estar sangrando. La sangre, indicaba conflictos, esa había sido la primer interpretación que le dio. No obstante, en ese momento, hubo algo más que su mente recordaba:
«Pacto… la sangre no solo implica conflictos y dificultades, implica lo que es, sangre… nuestra unión, es un pacto de sangre… pero ¿cuál pacto?»
Se indagó a si mismo, sin dejar de pensar en todo. Esos sueños, no eran una conexión casual, eso ya lo sabia, todo lo demás, daba paso a tantas preguntas que él se sentía mareado y al borde de un abismo insondable. Apartó la vista del plato, sintiendo asco.
Por un breve instante, tuvo miedo de caer a ese vacío. Pero aquel miedo cedió paso a la curiosidad.
«Boda…»
Pensó, sonriendo con la satisfacción de un idiota, olvidándose de sus miedos iniciales y anteponiendo sus anhelos principales. Una boda en un sueño implicaba una relación, significaba que la conocería, eso seria pronto. Por un momento aquellas dudas le valieron nada ante la perspectiva de tenerla a su lado.
«Pues bien, si así ha de ser la cuestión… Más me vale apurarme.»
Se dijo, viendo la luna llena mostrarse tímida en el gran ventanal de su oficina. Unos golpes suaves en la puerta lo devolvieron a la realidad, seguidos por el ruido de la cerradura al abrirse.
Mary, su vieja ama de llaves estaba de pie junto a la puerta, a su lado, se encontraba una jovencita de aspecto delgado y menudo. Su rostro no lo podía divisar, llevaba una capa de armiño con la capucha levantada.
—¿Qué ocurre?— preguntó Lawrence, con más curiosidad de la que exigía el protocolo de buenas y malditas costumbres de los grandes señores.
La anciana criada dio una leve reverencia adelantándose para entregarle una carta. Él observó el lacre con el sello de su padre en ella. Puso los ojos en blanco, aquello no le daba buena espina. Hizo una mueca de disgusto, pero agradeció que le llevaran aquella misiva.
— ¿Han preparado ya su habitación? — prefirió indagar, toda cortesía.
Se dio por satisfecho de saber que Mary ya se había ocupado de aquello y finalizó aquella breve situación dando la orden de que a la joven se le sirviera algo para comer y beber, puesto que era su invitada.
Cuando hubieron estado a solas, le sonrió con galantería y se levantó de su silla para hacer una leve reverencia en lo que le besaba el dorso de la mano.
—Bienvenida a mi humilde hogar ¿en que puedo servirle?— dijo a modo de saludo.
La joven titubeó un momento, se bajó la capucha y lo miró a los ojos.
Lawrence la observó atónito, tensando su mandíbula en una expresión desencajada.
«¡Oh!¡Aliento de Satanás!»
Maldijo en su interior. La joven tenia una larga melena de risos blancos, que la luz de la habitación sacaba destellos plateados. Su labios pequeños y redondeados eran de un tono similar a las rosas rococó rosadas del gran jardín. Aquella nariz, aquel mentón, todo era conocido para él. Sobre todo aquellos grandes ojos verde esmeralda.
Sintió como si el corazón se le diera vuelta al darse cuenta de la situación. Bajó su mirada a los pies de ella y se mordió el labio inferior. Se sentía desarmado ante aquella joven de cabello de plata.
—Lorette…— susurró quedamente, no era una pregunta, sabia la respuesta. Alzando la vista a ella, con actitud sobrante añadió en una sonrisa ladina. — Que grata sorpresa me das. Me has encontrado antes que yo a ti, mi hermosa señora.
—¡Grata alegría, me ha dado al encontrarme…— Exclamó Lawrence, escudándose detrás de una sonrisa que aparentaba seguridad en si mismo —… Aunque, debo confesar que siento pena por el hecho de no haber sido yo quien la haya encontrado, mi bella señora…Lorette podía notar a la perfección que él, por más seguro que se encontraba, solo hablaba con una armadura de cortesía puesta. Supuso que, siendo él, el hijo de un gran aristócrata, esa actitud seria más que habitual en momentos como ese.Ser consciente de esas diferencias, la desilusionaba un poco ¡Cuánto hubiera dado ella porque, él, la abrazase en ese momento! Se lo admitía, irónica como era, después de aquel sueño y tras haber escuchado los consejos de su hermana escritos en las runas, ella se habría atrevido a esperar otro tipo de recibimiento por su parte.«¡Ama eres cuando el niño mama! Después, no ama ni nada… ¡Qué triste realidad es esa! ¿Será que los payos no saben lo que es amar?¿Será que lo he desilusionado con mi baja estatu
Se quedaron en silencio, por largo rato, cada uno metido en sus propios pensamientos. Para él, era mejor así. No se sentía capaz de generar una conversación interesante que a la vez, pudiera resultar natural. ¿De qué podría hablar?¿De su aburrido día a día, encerrado en esas cuatro paredes tapado hasta el cuello de papeles con los datos numéricos de los negocios de su padre? Dudaba mucho que eso le fuera a interesar ¿De sus sentimientos pasionales descubiertos a lo largo de esos meses de verla en sueños? No estaba seguro que eso fuera prudente. A decir verdad, él podía ser una persona muy apasionada si se dejaba llevar por sus emociones y, eso, siempre le jugaba en contra. Por eso, prefería mantener esa distancia, al menos de momento, mientras buscaba la manera para que ella se sintiera cómoda a su lado. Todavía no tenía interés en leer esa carta. Intuía que, las palabras que vería impresas en el papel, no le gustarían en absoluto. Además ¿Para qué romper con esa pequeña burbu
—Me disculpará, usted que sea demasiado sincero con esto…— habló Lawrence, a la vez que arqueaba una ceja en una expresión cínica y desdeñosa que a Lorette no le agradó en lo más mínimo — …Pero… Presiento que me disgustará lo que leeré en ella. Verá, mi relación con mi padre no es muy buena. Y, honestamente, no quisiera amargarme la velada… Escucharlo hablar con aquel tono natural que indicaba ya estar acostumbrado a evadir ciertas normas de decoro y responsabilidades familiares, a Lorette, le generaba rechazo e indignación. Tentada estuvo de reprenderlo, pues en su vida había visto tanto descaro. Para un gitano, no había nada más importante que la familia. En especial, el respeto a los ancestros y a los padres. No obstante, se obligó a recordar que, él, a fin de cuentas, no dejaba de ser un simple mestizo criado entre payos de alta sociedad. —Chamuya, ostre, balsami misto la chippi cali, mangue garlochin…— susurró entre dientes, casi para sí misma, sin poder evitarlo, demostrando
— Hablas mucho, mangue cale, y eso aburre ¿Sabes? …- admitió al ver como él seguía en sus negativas.—… mis hermanas dicen que, los hombres son criaturas tan simples que, basta con un coño rosado y apretado junto a un par de mentiras que sean como la miel susurradas al oído, para mantenerlos contentos. Así que, asumo que contigo será lo mismo ¿Por qué te niegas tanto, entonces? «Mal empezamos, mi pequeña mujer de plata… Mal empezamos…» Reconoció Lawrence, con cierto desdén al oír aquellas suposiciones. Ya sabía que ella desde el principio lo estaba subestimando. Al comienzo, no le molestaba eso. Por el contrario, pese a ser muy orgulloso, encontraba actitud caprichosa y altanera como algo divertido. Hasta que ella tuvo la osadía de decir esas palabras. Odiaba que creyeran que él solo era un simple hombre. Odiaba que lo asumieran. Porque, si tenía que ser sincero, él, durante todos esos años de su vida, se había esforzado mucho en no ser justamente eso. La tomó con fuerza y la
Las escaleras de mármol que daban a las habitaciones principales, donde ella pasaría la noche, se veían simplemente magníficas. Lorette, observaba aquella magnificencia arquitectónica con sus enormes ojos llenos de curiosidad. Durante el camino, Lawrence no pudo evitar sonreír enternecido por esa reacción de asombro que llevaba ella grabada en su rostro. «¡Y espera nada más a que veas la sala de música! O quizás prefieras nadar en la piscina del invernadero…» Se sintió tentado a comentarle, pero no se atrevía. Una parte suya todavía se retorcía de vergüenza por lo ocurrido minutos antes. Junto con otra parte que le recordaba que era de muy mala educación hablar de lo que se tenía. No fuera cosa que ella confundiera su entusiasmo por complacerla con arrogancia. De modo que, aunque la escuchaba exclamar con asombro por cada mínimo detalle que ella lograba percibir en aquel breve recorrido por la pequeña finca, él se tragó todas sus palabras y caminó en silencio a su lado, haciendo
Las primeras luces del alba se colaban a través de los pesados cortinajes del gran ventanal de su habitación. Tenían el lugar con tonos anaranjados que le dé daban un aspecto etéreo, como si todavía siguiera en el mundo de los sueños.Faltaba una hora para el desayuno y, siendo sincero, no creía que pudiera retener nada en el estomago. En ese momento, observaba el amanecer desde su cama, fumando un cigarrillo para aplacar su nerviosismo. Se estiró con languidez sobre la cama. Si cerraba los ojos podía ver de nuevo el reciente recuerdo de aquel último beso que le diera antes de irse de su habitación. Recordó, con cierta satisfacción, aquellos labios humedecidos y esos ojos implorantes y hambrientos, que parecían pedirle a gritos que no se apartara de ella. Irónicamente , no pudo evitar maldecirse por tomar la decisión de irse, pero sabia que era lo mejor. Al menos por el momento, antes de saber que ocurría, lo mejor era no tomar riesgos. Lo mejor er
Al salir de su habitación, le ofreció el brazo para conducirla al comedor menor, donde tomarían el desayuno. Ella lo aceptó, sonriendo con coquetería, al posar sus manos en él. Mientras caminaban por el pasillo, Lawrence notó como ella tanteaba su brazo y no pudo evitar sonreír divertido mientras ponía los ojos en blanco y hacia de cuenta que no se enteraba de nada. Para él, Lorette, parecía una niña que estaba buscando su próxima travesura. Y, eso le provocaba curiosidad. De modo que esperaría a ver qué sería lo que estuviera por decir o hacer. Solo por darle el gusto, tensó el músculo de su brazo, casi por casualidad, notando como el rostro de Lorette mostraba lo que parecía ser la sorpresa.—¡Oh!¡Vaya! A simple vista, no pareces tan fuerte, Lawrence.— comentó Lorette sin dejar de caminar, completamente ajena a la sonrisa burlona de Lawrence. Una sonrisa que, por cortesía, intentaba reprimir una carcajada de burla. Pero que , por fal
—¿Cómo… Cómo dijo?—preguntó atragantándose con su propia lengua un hombre de unos cuarenta años y calvicie incipiente.—¿Perdón, cómo dijo, señor?Lawrence suspiró resignado, ya estaba acostumbrado a ese tipo de reacciones. Más que nada, porque siempre se le olvidaba la básica formula de cortesía al dar una orden a la servidumbre. No lo hacía con mala intención, solo era un descuido de su parte. Sus empleados lo sabían y no le guardaban rencor. Al contrario, solo se lo recordaban de formas indirectas. Como la que creyó que estaba usando ese hombre en ese momento. —Buenos días, Willan.— saludó forzando una sonrisa en dirección al hombre de unos cuarenta años y calvicie incipiente. —He de pedirte que nos lleves al campamento gitano, al que esta a las afueras de la ciudad.Willan no pudo evitar observarlo con aun más horror en su rostro. Como si creyera que aquel señorito que conocía desde los años en que este aun mamaba de la teta de su ma