Ya era un atardecer que tocaba la noche cuando ella por fin abrió los ojos. En la penumbra acogedora de la habitación, Lorette pudo ver como Lawrence se encontraba a su lado.
No la observaba, por eso ella pudo contemplar a placer los signos de nerviosismo en él. Su rostro estaba vuelto hacia un costado, con la mandíbula apoyada en el dorso de su mano y un mohín pensativo en los labios. Con la mano libre, sostenía la suya. Los dedos le acariciaban inquietos sus nudillos y la pierna no dejaba de moverse. A ella le preocupaba que ese nerviosismo fuera la antesala a uno de sus ataques. —¿Estuviste aquí todo el día?— le preguntó con un susurro. Como si lo estuviera esperando, al oírla. Lawrence levantó la vista con rapidez. De haber podido, habría saltado del silloncito para abrazarla. Pero, algo le decía que mejor se estuviera quieto y mantuviera la compostura.—A decir verdad… realmente, no estaba enojada. Solo tomé distancia porque no había forma de hablarte o, bueno, es lo que me recomendó Roxana. Además, resultaba escalofriante verte con esa sombra que te seguía a todos lados y te tapaba los ojos y oídos cuando te hablábamos… hasta Audrey la podía ver…— dijo Lorette con toda sinceridad. Lawrence entornó los ojos con incredulidad. Algo de eso también le había explicado su tía. Pero, había algo que seguía sin tener sentido. Por eso, intentó hacer memoria. Recordaba que, durante esa semana, le había sido muy difícil mantener la atención cuando alguien le dirigía la palabra. De hecho, no recordaba absolutamente nada de lo que hubiera hablado durante ese tiempo. Pero, si podía estar seguro de que, en las raras ocasiones en las que ella se dignaba a hablarle, él la había escuchado a la perfección. Incluso, había sido por ella que se había enterado de aquel extraño olor que no
«¿Qué pretendes hacer ahora, Lawrence?¡Déjame en paz!¡Ingrato!¡Solo lárgate de una vez!» Estalló la voz furiosa de Lorette en la mente de Lawrence, como si todo aquello no fuera más que un sueño. Uno muy real, dicho sea. «¡Lo mismo que tú! Con la clara diferencia de que al menos yo sí comunico mis impresiones… ¿Ingrato yo?¡Oye! ¡Que no se te olvide quien de los dos está haciendo un berrinche por malos entendidos!» Replicó él, dandole a entender que lo que había oído no le caía en gracia alguna. Sorprendida, Lorette rompió con aquel beso, volviendo a la realidad y observando los ojos azules más gélidos que pudiera haberle visto. Quiso apartarse, pero esta vez, fue él quien se lo impidió. La tomó por la barbilla y la volvió a besar. De pronto, todo cuanto había a su alrededor se transformó en una nebulosa multicolor que la envolvía y mareaba a la vez. En ese mundo extraño, ell
—Puedes abrir los ojos… nada te lo impide, chavori…— aseguró Lawrence susurrando con suavidad en su oído. Era cierto. La niebla multicolor que la envolvía fue desapareciendo, transformando la confusión, en calma y lucidez. Al abrir los ojos, Lorette pudo observar el enorme dosel de terciopelo azul que pendía sobre su cabeza. Pestañeó confusa, como si recién despertase de un extraño sueño. «¿Qué diantres fue todo eso?» Se preguntó mientras se llevaba la mano al pecho sintiendo una especie de vacío en su interior. Un vacío que comenzaba a molestarla. —¿Cómo te encuentras?— susurró Lawrence que parecía no querer apartarse de su lado. Ella lo observó de reojo, sin saber que responder. Él por su parte, simplemente sonreía con calma. Como si nada hubiera ocurrido. Por alguna razón, eso la molestó. «¿Qué pretendes hacer?¿Acaso solo juegas conmigo?»
Sentado en el sillón de orejas de terciopelo rococó, Lawrence ocupó las horas muertas en meditar sobre todo ese asunto mientras distraía su vista con la imagen etérea de Lorette dormida. Su tía bien se lo había explicado. Eso que ocurría, era algo que iba a suceder de todas formas. Era lo normal al inicio de una unión con una hija de la luna. Incluso le había dicho el nombre que recibía aquel transe: Mimetización. Las hijas de la luna por sí solas, no podían entender los sentimientos del otro. Por ese motivo, se mimetizaban con la persona que querían proteger. Es decir, les daban sus emociones a cambio de la de ellos. Por más aberrante que pudiera sonar, esto era necesario. Por desgracia, esa era la única manera que tenían de entender a su protegido. La única forma que ellas conocían para dejar de lado su eterna distancia y conocer el sufrimiento de la persona que tienen a su lado. Claro
El suave llanto de un violín en la cercanía la despertó. Al juzgar por las sombras de la noche, había dormido más de lo normal. Pero, de todas formas, se sentía más cansada, como si no hubiera dormido nada. Para colmo, sentía una extraña sensación de confusión en su mente, que le impedía recordar lo último ocurrido. Se incorporó sobre la cama, tratando de hacer memoria. Sin embargo, el sonido del violín la distrajo. Al parecer, no estaba lejos de su habitación. Lorette se atrevía a pensar que, en realidad, se encontraba en su habitación. Giró la cabeza en su búsqueda. Pero no vio nada. Solo estaba ella y nada más. De pronto, vio el sillón que se encontraba al costado de la cama y recordó lo ocurrido.«¡Oh! ¡Dios mío! ¿Cómo pude actuar así?»Se preguntó horrorizada mientras se tapaba la boca con la mano. Aquello la hizo sentir culpable. Pues realmente no podía controlarse. Volvió a ver hacía el sofá. Se sintió sola al pensar que, quizás,
—Ven, te he estado esperando para cenar…— reconoció Lawrence mientras la guiaba hacia el banco que había en el balcón —… la verdad es que no tengo hambre, pero estoy seguro de que tú sí. Así que ¿Me acompañas? Sé que seguro no quieres comer sola… Lorette sonrió con timidez al escucharlo, lo cierto era que no se equivocaba. Se había despertado con tanta hambre y sed que, de no ser por esas emociones que le encogían el estómago, más que seguro habría pedido a gritos comida y agua. Se sentó junto a él y lo observó en silencio mientras él le servía un poco de agua con limón. Comenzaron a comer en silencio, porque ninguno tenía mucho por decir. O simplemente porque cada uno estaba sumido en sus propios pensamientos. Lawrence, por ejemplo, solo tenía en mente vigilar cada una de sus reacciones. No era por paranoico, sino que sabía de experiencia lo molesto que podría ser esa resaca emocional que ella sentía.
—¿Perdón?— inquirió Lawrence desconcertado —¿Por qué lo dices? Lorette se tomó su tiempo para responder. Intentaba buscar las palabras exactas para expresarse, era lo único malo de ese silencio: decir lo primero que se le viniera a la mente. Además, no quería cometer el error de malinterpretar las emociones que sentía en él. Miró al horizonte con calma, intentando concentrarse. Sonrió al darse cuenta que no había errores en su interpretación, era exactamente eso: él no quería estar allí, no soportaba su carga y tampoco creía que fuera necesario hacerlo. —Ahora que siento tus sentimientos, puedo entenderte un poco más…— explicó con sencillez ante su mirada atenta — ¡Dios mío!¡Es horrible ese peso que te angustia tanto! Y me pregunto ¿Cómo lo soportas? «Buen punto…» Observó él con una breve sonrisa amarga. Esa pregunta también se la había él mismo casi todas las mañanas frente al espejo. Pero por mucho que
Él la tomó por la barbilla y ella, dejó que se fundieran en un cálido beso. Intuía lo que él pretendía hacer. Sabía que explicar algunas cosas eran demasiado difíciles, por eso, prefería simplemente, demostrarlas.De pronto, Lorette volvió a sentir aquel chasquido extraño que ya le comenzaba a resultar familiar, y vio con los ojos de Lawrence el reflejo del propio Lawrence enmarcado en un espejo de plata. Al parecer, no tendría más que diecisiete años y su corazón dolía de pena.Llevaba el cabello un tanto más corto que en la actualidad y sus ojos se veían enrojecidos por las lágrimas. Su ropa de luto le dio la certeza de lo que ocurría: Su madre acababa de morir después de años de sufrimiento y enfermedad. En ese momento, se encontraba en la finca, encargándose él mismo de su velorio.Se estaba lavando la cara, otra vez había vuelto a llorar. Era inevitable, aunque todo el mundo le insistiera que los hombres adultos no lloraban ¿Cómo no iba a derramar un