Sentado en el sillón de orejas de terciopelo rococó, Lawrence ocupó las horas muertas en meditar sobre todo ese asunto mientras distraía su vista con la imagen etérea de Lorette dormida.
Su tía bien se lo había explicado. Eso que ocurría, era algo que iba a suceder de todas formas. Era lo normal al inicio de una unión con una hija de la luna. Incluso le había dicho el nombre que recibía aquel transe: Mimetización. Las hijas de la luna por sí solas, no podían entender los sentimientos del otro. Por ese motivo, se mimetizaban con la persona que querían proteger. Es decir, les daban sus emociones a cambio de la de ellos. Por más aberrante que pudiera sonar, esto era necesario. Por desgracia, esa era la única manera que tenían de entender a su protegido. La única forma que ellas conocían para dejar de lado su eterna distancia y conocer el sufrimiento de la persona que tienen a su lado. ClaroEl suave llanto de un violín en la cercanía la despertó. Al juzgar por las sombras de la noche, había dormido más de lo normal. Pero, de todas formas, se sentía más cansada, como si no hubiera dormido nada. Para colmo, sentía una extraña sensación de confusión en su mente, que le impedía recordar lo último ocurrido. Se incorporó sobre la cama, tratando de hacer memoria. Sin embargo, el sonido del violín la distrajo. Al parecer, no estaba lejos de su habitación. Lorette se atrevía a pensar que, en realidad, se encontraba en su habitación. Giró la cabeza en su búsqueda. Pero no vio nada. Solo estaba ella y nada más. De pronto, vio el sillón que se encontraba al costado de la cama y recordó lo ocurrido.«¡Oh! ¡Dios mío! ¿Cómo pude actuar así?»Se preguntó horrorizada mientras se tapaba la boca con la mano. Aquello la hizo sentir culpable. Pues realmente no podía controlarse. Volvió a ver hacía el sofá. Se sintió sola al pensar que, quizás,
—Ven, te he estado esperando para cenar…— reconoció Lawrence mientras la guiaba hacia el banco que había en el balcón —… la verdad es que no tengo hambre, pero estoy seguro de que tú sí. Así que ¿Me acompañas? Sé que seguro no quieres comer sola… Lorette sonrió con timidez al escucharlo, lo cierto era que no se equivocaba. Se había despertado con tanta hambre y sed que, de no ser por esas emociones que le encogían el estómago, más que seguro habría pedido a gritos comida y agua. Se sentó junto a él y lo observó en silencio mientras él le servía un poco de agua con limón. Comenzaron a comer en silencio, porque ninguno tenía mucho por decir. O simplemente porque cada uno estaba sumido en sus propios pensamientos. Lawrence, por ejemplo, solo tenía en mente vigilar cada una de sus reacciones. No era por paranoico, sino que sabía de experiencia lo molesto que podría ser esa resaca emocional que ella sentía.
—¿Perdón?— inquirió Lawrence desconcertado —¿Por qué lo dices? Lorette se tomó su tiempo para responder. Intentaba buscar las palabras exactas para expresarse, era lo único malo de ese silencio: decir lo primero que se le viniera a la mente. Además, no quería cometer el error de malinterpretar las emociones que sentía en él. Miró al horizonte con calma, intentando concentrarse. Sonrió al darse cuenta que no había errores en su interpretación, era exactamente eso: él no quería estar allí, no soportaba su carga y tampoco creía que fuera necesario hacerlo. —Ahora que siento tus sentimientos, puedo entenderte un poco más…— explicó con sencillez ante su mirada atenta — ¡Dios mío!¡Es horrible ese peso que te angustia tanto! Y me pregunto ¿Cómo lo soportas? «Buen punto…» Observó él con una breve sonrisa amarga. Esa pregunta también se la había él mismo casi todas las mañanas frente al espejo. Pero por mucho que
Él la tomó por la barbilla y ella, dejó que se fundieran en un cálido beso. Intuía lo que él pretendía hacer. Sabía que explicar algunas cosas eran demasiado difíciles, por eso, prefería simplemente, demostrarlas.De pronto, Lorette volvió a sentir aquel chasquido extraño que ya le comenzaba a resultar familiar, y vio con los ojos de Lawrence el reflejo del propio Lawrence enmarcado en un espejo de plata. Al parecer, no tendría más que diecisiete años y su corazón dolía de pena.Llevaba el cabello un tanto más corto que en la actualidad y sus ojos se veían enrojecidos por las lágrimas. Su ropa de luto le dio la certeza de lo que ocurría: Su madre acababa de morir después de años de sufrimiento y enfermedad. En ese momento, se encontraba en la finca, encargándose él mismo de su velorio.Se estaba lavando la cara, otra vez había vuelto a llorar. Era inevitable, aunque todo el mundo le insistiera que los hombres adultos no lloraban ¿Cómo no iba a derramar un
De buena gana, Lawrence se hubiera quedado allí, en el invernadero, junto a los rosales y nomeolvides. Junto a los centinelas de sombras que, a esas alturas, parecían ser los únicos capaces de entender todo ese odio que le quemaba por dentro y hacía que la toda esa fauna mística bullera al compás de sus emociones. Pero, no podía. Tenía demasiadas cosas por hacer como para darse el lujo de quedarse. Miró a su hermana, quien llevaba pintado en el rostro todo el terror que le daba aquellas sombras sobrevolando enloquecidas por encima de su hermano. Inspiró hondo, intentando relajarse. Los centinelas respondían a sus emociones y sí él se enfurecía, cabía la posibilidad de que éstos la atacaran. Tenía que calmarse o, cuánto menos, dejar bien en claro que no era ella el motivo de su furia. Tenía que calmarse y con urgencia. O esos centinelas comenzarían a atacar a todos. Aunque, si lo pensaba un poco mejor, quizás, le convenía dejar que se descontrolase
En ese momento, él se encontraba contemplando una delicada cajita de marfil con detalles de oro y plata en sus bordes. La observaba con cariño. Por nada en el mundo pensaba dejar que su padre se la arrebatase de las manos. —¿En serio era necesario traer eso aquí, Lawrence?— inquirió Audrey observándolo preocupado desde la cama —¿En serio, estás seguro de que no había otro lugar donde dejar eso?Lawrence rodó los ojos con fastidio maldiciéndose internamente por haber hecho participe de sus planes a Audrey. No era que no confiara en él. Lo que ocurría era que, por desgracia, su hermano no sabía mantener la boca cerrada. Ni tampoco parecía entender la importancia de “Eso”.“Eso”, esa cajita tan hermosa y costosa de marfil con detalles de oro y plata en la tapa, era nada más y nada menos que la urna que contenía las cenizas de su madre. Suspiró cansino y dejó la urna con mucho cuidado sobre la repisa que compartía con su gemelo. —¡Oye, oye!
Desde el funeral de su madre, la situación había ido de mal en peor. En especial cuando su padre decidió tomar el mando del hogar y mantener a todos bajo una estricta vigilancia. Aunque, referirse a todos podía llegar a resultar un poco exagerado.Pues, Lawrence estaba seguro que en realidad solo lo vigilaba a él y que los demás simplemente sufrían las consecuencias secundarias de esa absurda vigilancia. O, al menos eso era la explicación que él se había dado para tantos cambios. Para empezar, su hermana Lilly de un día para otro y sin explicación alguna, había preferido volver al instituto para señoritas, reusandise a explicar sus motivos. Ni siquiera había querido que él la acompañara a tomar el tren. Cosa que lo desconcertó e hirió demasiado, porque ella jamás había actuado de esa forma. Por otra parte, desde que llevaba el tatuaje en la espalda para protegerse en los sueños o cuando no tuviera el puñal encima, su hermano Audrey le había retira
Ajeno a todo los temores de su hijo, el señor de la casa Armstrong le extendió la cajita. Pero cuando Lawrence estuvo por agarrarla, echó la mano hacia atrás. Solo lo estaba provocando.Lawrence rodó los ojos con fastidio. Su padre siempre era así, en especial con él. Su padre era como uno de esos estúpidos matones de instituto que gustaban molestar a los demás por el solo hecho de sentir que, por una vez en su vida, ellos tenían el poder. Y, como uno de esos estúpidos matones de instituto que gustaban molestar, jamás se paraba a pensar en las consecuencias de sus actos. Pero, eso tenía sentido en la cabeza de esos matones. Ya pues, si las cosas salían mal, esto solo era porque la culpa era de los demás y no de ellos. Como sabia Lawrence que él iría a hacer en caso de que fuera necesario.—¿Qué llevas aquí?— le preguntó mirándolo con los ojos entornados y sin asomo de mueca alguna.Lawrence no respondió. No era de su incumben