En ese momento, él se encontraba contemplando una delicada cajita de marfil con detalles de oro y plata en sus bordes. La observaba con cariño. Por nada en el mundo pensaba dejar que su padre se la arrebatase de las manos.
—¿En serio era necesario traer eso aquí, Lawrence?— inquirió Audrey observándolo preocupado desde la cama —¿En serio, estás seguro de que no había otro lugar donde dejar eso?Lawrence rodó los ojos con fastidio maldiciéndose internamente por haber hecho participe de sus planes a Audrey. No era que no confiara en él. Lo que ocurría era que, por desgracia, su hermano no sabía mantener la boca cerrada. Ni tampoco parecía entender la importancia de “Eso”.“Eso”, esa cajita tan hermosa y costosa de marfil con detalles de oro y plata en la tapa, era nada más y nada menos que la urna que contenía las cenizas de su madre. Suspiró cansino y dejó la urna con mucho cuidado sobre la repisa que compartía con su gemelo.—¡Oye, oye!Desde el funeral de su madre, la situación había ido de mal en peor. En especial cuando su padre decidió tomar el mando del hogar y mantener a todos bajo una estricta vigilancia. Aunque, referirse a todos podía llegar a resultar un poco exagerado.Pues, Lawrence estaba seguro que en realidad solo lo vigilaba a él y que los demás simplemente sufrían las consecuencias secundarias de esa absurda vigilancia. O, al menos eso era la explicación que él se había dado para tantos cambios. Para empezar, su hermana Lilly de un día para otro y sin explicación alguna, había preferido volver al instituto para señoritas, reusandise a explicar sus motivos. Ni siquiera había querido que él la acompañara a tomar el tren. Cosa que lo desconcertó e hirió demasiado, porque ella jamás había actuado de esa forma. Por otra parte, desde que llevaba el tatuaje en la espalda para protegerse en los sueños o cuando no tuviera el puñal encima, su hermano Audrey le había retira
Ajeno a todo los temores de su hijo, el señor de la casa Armstrong le extendió la cajita. Pero cuando Lawrence estuvo por agarrarla, echó la mano hacia atrás. Solo lo estaba provocando.Lawrence rodó los ojos con fastidio. Su padre siempre era así, en especial con él. Su padre era como uno de esos estúpidos matones de instituto que gustaban molestar a los demás por el solo hecho de sentir que, por una vez en su vida, ellos tenían el poder. Y, como uno de esos estúpidos matones de instituto que gustaban molestar, jamás se paraba a pensar en las consecuencias de sus actos. Pero, eso tenía sentido en la cabeza de esos matones. Ya pues, si las cosas salían mal, esto solo era porque la culpa era de los demás y no de ellos. Como sabia Lawrence que él iría a hacer en caso de que fuera necesario.—¿Qué llevas aquí?— le preguntó mirándolo con los ojos entornados y sin asomo de mueca alguna.Lawrence no respondió. No era de su incumben
Lorette abrió los ojos y, lo primero que vio fueron los de Lawrence que la observaba con desmesurada seriedad. Le llevó la mano a la mejilla, para acariciarlo. Intuía muy bien que mostrar ese episodio de su vida no le era nada fácil. Incluso, pudo darse cuenta que, aunque no lo dijera, las heridas todavía dolían. Pero, había algo de lo que todavía no conseguía enterarse.—¿Qué pasó después?— preguntó rompiendo el silencio con la sensación de que no tenía que hacerlo.Lawrence se encogió y se apartó un poco de ella para poder recostar su espalda sobre el banco. Clavó la vista en el horizonte nocturno. —Como bien dicen por ahí: “El resto es historia conocida”— admitió distante sin soltar su cintura— Enterré la urna en donde ya sabes, en ese tiempo no pensaba erguir la lápida ni menos el busto. Pero la enterré de todas formas, sabía lo que se proponía hacer mi padre. Los centinelas me lo dijeron. Debía poner a salvo a men dai y así lo hice
—¿Qué ocurre?— quiso entender Lorette.Lawrence se echó a reír entre dientes. Al fin encontraba esa pieza que tanto necesitaba. Al fin, lograba entender lo que había intentado hacer su padre con todo el asunto. —¿Te das cuenta que esta unión es lo peor que pudo consentir mi padre?— preguntó ominoso.Para él, todo estaba tan claro como el agua. Pero, al juzgar por la expresión de Lorette, ella no conseguía enterarse de nada. Él volvió a reír entre dientes, ser consciente de ese asunto lo ponía de buen humor.— Que me vaya yo, es fácil de disfrazar ante la sociedad, le bastará decir que es porque estoy loco y que, pese a sus esfuerzos, más no pudo. Se lamentará y llorará lágrimas falsas, a nadie le importará. Incluso, lo compadecerán y me pondrán en el papel del villano.— explicó con simpleza — Pero ¿Qué ocurre con sus otros hijos? Ellos no están locos, según la sociedad. Ellos siempre se comportaron como él que quería. Si ellos se van, si ellos son desheredados. Ahí no podrá enmarcarl
Él llegó al cuarto de alquiler mucho antes que ella. Siempre era así. Porque necesitaba que nadie los viera y cerciorarse de que todo estaba en orden. Echó una mirada a la cama de sábanas blancas, sonriendo ante la idea de todo lo que iría a ocurrir cuando ella llegase. La amaba como jamás había amado a nadie en sus veintisiete años de vida. «Ella sería perfecta como mi esposa…» Al pensar en eso, sintió el amargo sabor de la realidad que estropeó todas sus fantasías. Por desgracia, sabía que lo que tenían no podía salir de esas cuatro paredes. Nadie aceptaría aquella unión y, lo que era aún peor, sabía que su amor estaba condenado a la indigencia. Se acercó a una mesita de tres patas que tenía preparado una botella de vino y dos hermosas copas de cristal. Se sirvió un poco y bebió con avidez. «¡A tu salud, hermano! A tu salud, porque tú sí tienes la suerte de tener a la mujer que deseas a tu lado…» Pensó con algo de envidia mientras levantaba la copa para observar a la tra
Acabó sobre la piel morena de su vientre. Por mucho que deseara tener una familia con ella, sabía que no podía cumplirle, por ese motivo, siempre se cuidaba de que no esos accidentes. Se arrodilló sobre la cama y se quedó contemplando a la poca luz que venía de la calle la obra de arte que acababa de hacer. Ella era la mujer más hermosa que él hubiera conocido jamás. Con su cabellera morena y sus ojos de oliva brillantes en placer. Con su piel morena y esa mirada sonrisa mansa que tanto amaba. Ella era hermosa y, en sus brazos, él era feliz. Se inclinó sobre ella para besarla, susurrándole un “Te amo “ al separarse. Como siempre, ella le correspondió con un simple pero no por eso menos sentido “yo también”. Él sonrió satisfecho y se dispuso a buscar el pañuelo de lino que había dejado en la mesita de luz para poder limpiarla. Ese día no habría muchas palabras de por medio. Ese día prefirieron ocuparlo en amarse todo lo que pudieran. Pues ambos sab
Audrey suspiró con verdadero dolor, por enésima vez en la media hora que llevaba de su visita y Lawrence rodó los ojos con fastidio al escucharlo por enésima vez en la media hora de lo que llevaba su hermano en esa visita obligada. Lorette por su parte solo los observó en silencio tragándose las ganas de preguntarles a esos dos qué rayos les pasaba. No era para menos tanta tensión en el ambiente. Hacia cosa de más de una semana que Audrey se mostraba tan taciturno y, por consiguiente, Lawrence reaccionaba a eso con el fastidio habitual. Pues, como el mismo Lawrence le había asegurado, su hermano jamás dejaba que sus penas se notaran y, sí de casualidad ocurría eso, era algo a lo que temer.Pero, por alguna razón, ninguno de los dos hablaba del tema y las cosas no hacían más que empeorar. Tanto Lawrence como Lorette comenzaban a perder la paciencia al verlo cada vez más decaído. Lorette suspiró resignada, tendría que ser ella la que sacara el asunto a colación.
Tanto Lawrence como Lorette se quedaron en silencio cuando Audrey hubo terminado de contar todo lo que le había ocurrido. Él no había omitido detalle alguno, con la sola excepción del nombre y la raza de su amada. A sus ojos, esos detalles, carecían de importancia. Lorette solo podía ver incrédula ante lo que él había sido capaz de hacer. Lawrence por su parte, no sentía incredulidad alguna. Solo enojo y decepción al ver que ni aunque su hermano hubiera encontrado a la mujer de su vida, había dejado de ser tan cobarde. Audrey los observó a ambos. Por alguna razón, tenía miedo de que lo juzgaran como frívolo. Pero, ese temor pasó a segundo plano al ver la expresión tensa en el rostro de su hermano. Sabía que él no pensaba que fuera una persona frívola, pero se daba cuenta que él estaba por demás enojado.—¡No me malinterpretes, por favor! Yo solo quería protegerla…— agregó sintiendo como comenzaba a sudar frío.Se sentía como un chiquillo que tuviera que explicar sus errores delante