Él lo dudaba, pero se limitó a decir:—Sigue.—Los servicios sociales me trasladaron a otra casa, pero era como quedarse guardada, a la espera. Recuerdo que a los dieciséis estaba contando los días que me quedaban para poder arreglármelas por mí misma, para… no sé, poder tomar mis propias decisiones. Cuando por fin alcancé la mayoría de edad, me mudé a Pensilvania y conseguí un trabajo de dependienta en una tienda de Filadelfia. Hice amistad con una clienta habitual, y un día se presentó con un hombre bajito y medio calvo, que parecía un bulldog. Él le dijo a la mujer que tenía razón, me dio una tarjeta profesional y me dijo que fuera a su estudio al día siguiente. Yo no pensaba ir, claro, pensé que quería… me había acostumbrado a que los hombres…quisieran hacer asquerosieades conmigo.—Eso no lo dudo —dijo Kevin con sequedad.Era algo que aún la hacía sentirse incómoda, pero como él no pareció sorprendido, decidió dejar el tema.—En fin, dejé a un lado la tarjeta y seguramente no hab
—¿Te quedaste con él?Avergonzada, Laurent se sonrojó y después palideció de golpe.—Estábamos casados, y pensé que podía hacer que funcionara. Cuando llegamos a la casa de sus padres, me odiaron nada más verme. Su hijo, el gran heredero al trono, se había casado a sus espaldas con una mujer insignificante.Vivíamos con ellos, y aunque hablamos varias veces de mudarnos, nunca lo hicimos. Eran increíbles, podías estar sentada a la mesa con ellos hablando de tonterías y sentir que te estaban ignorando por completo. Y Terry se fue volviéndo peor, empezó a verse con otras mujeres y casi alardeaba de ello delante de mí. Sus padres sabían lo que hacía y lo que me estaba pasando, pero el ciclo no hizo más que ir empeorando cada vez más, hasta que supe que tenía que salir de allí. Le dije que quería el divorcio.Laury se detuvo y respiró hondo antes de continuar.—Eso pareció hacer que reaccionara por un tiempo. Me hizo todo tipo de promesas, me juró que iría a terapia, que acudiría a un conse
— No, no es tan fácil. Ahora también tengo que tener en cuenta a mi hijo.—¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar para enfrentarte a ellos?—Ya te he dicho que no puedo…Él la interrumpió con un gesto de la mano.—Si tuvieras los medios, ¿hasta dónde?—Hasta el final, hasta donde hiciera falta. Pero eso no importa, porque no tengo los medios.Kevin inhaló profundamente y la contempló con expresión solemne.—Los tendrías, si estuvieras casada conmigo.Laurent no contestó, incapaz de articular palabra, y él permaneció sentado en la chimenea con la mirada fija en su rostro. Su enorme talento se debía en parte a su capacidad de centrarse en una expresión y captar las emociones que se ocultaban bajo la superficie, y quizás por eso era capaz de ocultar sus propios sentimientos a la perfección.Los troncos chisporroteaban tras él, y el sol de media mañana entraba por las ventanas hasta ir a parar a sus pies. Parecía muy tranquilo, como si acabara de sugerir que podían comerse un plato de sopa
Empezó a nevar de nuevo, y pasaron tres días hasta que él pudo arriesgarse a ir al pueblo. Laurent lo observaba mientras apuraba su taza de café y se ponía el abrigo. —Volveré lo más rápido posible. —Prefiero que te tomes tu tiempo y vayas con cuidado. —El todoterreno es como un tanque — aceptó los guantes que ella le dio,pero no se los puso—. No me gusta dejarte sola. —Oye, llevo mucho tiempo cuidando de mí misma. —Las cosas han cambiado. Seguramente, mis abogados ya me han enviado la licencia de matrimonio. Ella empezó a trastear de inmediato con los platos del desayuno, y comentó: —Eso sí que sería rapidez. —Les pago para que sean eficientes, y ya han pasado tres días desde que me puse en contacto con ellos. Si puedo arreglarlo, me gustaría traer a un juez de paz. A Laurent se le cayó un vaso de la mano, y fue parar al agua jabonosa. —¿Hoy? —No has cambiado de idea, ¿verdad? —No, pe...pero… —Quiero que mi nombre esté en la partida de nacimiento —al verla dudar, Kevin s
Kevin se acercó a ella y se colocaron juntos frente al fuego, mientras la leña crepitaba y el aroma de las flores se mezclaba con el del humo. Las palabras que pronunciaron fueron simples y ancestrales, y a pesar de la cantidad de bodas a las que había asistido, la señora Winters se secó las lágrimas de los ojos.« Juro amarte, honrarte y respetarte».«En la riqueza y en la pobreza».«Y prometo serte fiel».Kevin le colocó un anillo muy sencillo, una simple banda de oro que le quedaba demasiado grande, y al mirarlo Laurent sintió que algo crecía en su interior, algo lindo, dulce y tembloroso. Entrelazó los dedos con los suyos, y repitió las mismas palabras con una sinceridad que provenía directa del corazón.—Puede besar a la novia —dijo el juez.Kevin ni siquiera lo oyó. Ya estaba hecho, era irrevocable, y hasta ese momento no se había dado cuenta de cuánto significaba para él.Con la mano de Laurent aún en la suya, la besó y selló la promesa.—Felicidades —la señora Winters posó sus
No fue la ligera advertencia que mencionaban los libros, sino un dolor agudo y prolongado. Como la tomó desprevenida, no tuvo tiempo de emplear la técnica de respiración para soportarla, así que se tensó , luchando contra el dolor, y se desplomó contra los cojines cuando remitió.Su frente se cubrió de sudor mientras intentaba convencerse de que era imposible que estuviera de parto. Era demasiado pronto, un mes antes de lo previsto. Seguramente era una falsa alarma, causada por los nervios y por la emoción de aquel día.Pero el dolor de espalda…Luchando por mantener la calma, consiguió sentarse.¿Era posible que llevara toda la mañana con dolores de parto?No, tenía que ser una falsa alarma. Tenía que serlo. Pero cuando tuvo la segunda contracción, empezó a cronometrarlas.Cuando Kevin volvió, ella estaba en la cama, pero no pudo llamarlo porque estaba en medio de una dolorosa contracción; sin embargo, el miedo de la última hora se desvaneció un poco. Él estaba allí, y de alguna forma
Kevin creyó que ella se iría debilitando al estar tan castigada por la nueva vida que luchaba por nacer, pero conforme fueron pasando los minutos, Laurent pareció llenarse de determinación férrea. Con expresión fiera y valerosa, se echó hacia delante y se preparó para lo que estaba por llegar.—¿Has pensado en el nombre? —le preguntó, para intentar distraerla.—He hecho unas listas. Algunas noches, intentaba imaginarme su apariencia, y… oh, Dios.—Aguanta. Respira, ángel, respira.—No puedo, tengo que pujar.—Aún no, aún no. Dentro de poco —desde su posición a los pies de la cama, Kevin la acarició—. Laurent, respira.Ella intentó mantener la concentración, consciente de que si lo miraba a los ojos y sacaba fuerza de ellos, conseguiría salir adelante.—No puedo aguantar mucho más.—No hace falta, ya veo la cabeza —dijo él con voz maravillada, al volver a mirarla—. Puedo verla. Puja en la próxima contracción.Mareada, Laurent pujó con todas sus fuerzas, y al oír un largo y profundo gem
San Francisco:Aunque Laurent siempre había querido visitar aquella ciudad, jamás había pensado llegar allí con un hijo de dos semanas y un marido, ni ir a vivir a una elegante casa cerca de la bahía.La casa de Kevin… y también la suya, pensó mientras frotaba su alianza con el pulgar en un gesto nervioso. Sabía que era absurdo sentirse incómoda porque la casa fuera grande y preciosa, y que resultaba ridículo sentirse pequeña e insegura al notar la opulencia y el poder que se respiraban en el aire, pero no podía evitarlo.Al entrar en el vestíbulo, deseó con desesperación volver a la calidez hogareña de la pequeña cabaña.El día que se habían ido de Colorado había empezado a nevar otra vez, y aunque le encantaba la suave brisa primaveral y los pequeños brotes de las plantas en California, descubrió que echaba de menos el frío y la ferocidad de las montañas.—Es preciosa —consiguió decir, mientras seguía con la mirada la suave curva ascendente de las escaleras.—Era de mi abuela, la co