Svetlana se abalanzó hacia la puerta en cuanto escuchó el eco distante de unos pasos apagándose en el pasillo. Giró el picaporte con ansias desesperadas, solo para encontrarse con la cruel realidad: estaba encerrada una vez más. Resopló con frustración, golpeó la madera maciza con el puño cerrado y maldijo su mala suerte en ruso, sus palabras impregnadas de una rabia contenida.—Проклятие! —gruñó, apretando los dientes.Con el corazón latiendo desbocado, sus ojos claros recorrieron la habitación con una mezcla de desesperación y determinación. Notó una ventana en la pared opuesta, su única esperanza de escape. Se apresuró hacia ella, pero al intentar abrirla descubrió que estaba sellada herméticamente, con cerraduras de seguridad que parecían burlarse de su impotencia.—¡Demonios!—vociferó, y su voz rebotó en las paredes elegantes, pero frías como la situación que la atrapaba.Se dejó caer al suelo, abatida, las piernas dobladas bajo su cuerpo tembloroso. Las lágrimas brotaron sin con
Svetlana estaba sentada en el borde de la ventana, sus delgadas piernas colgaban con despreocupada elegancia, pero su mente estaba lejos, perdida en un rincón de Moscú donde aún podía escuchar la risa de su hermanita y percibir el aroma de la nieve fundiéndose en las aceras. La luna llena iluminaba su rostro pálido, enmarcando su silueta como si fuera un cuadro impresionista.Recordaba la sensación del barniz frío bajo sus zapatillas de punta, la adrenalina recorriéndola segundos antes de entrar al escenario, la melodía elevándola más allá del mundo terrenal. Giselle. Odile. Esmeralda. Personajes que le habían permitido escapar tantas veces… pero allí, entre estas paredes de lujo y mármol, no había escape posible.El sonido de la puerta al abrirse la sacó abruptamente de su ensimismamiento.Se giró de inmediato y su mirada azulada se encontró con la de Giulia, que avanzaba con paso firme, seguida de dos hombres trajeados.—¿Qué pasa? —inquirió al instante, pero apenas tuvo tiempo de r
El frío de la mañana la despertó. Svetlana abrió los ojos lentamente, sintiendo la pesadez en sus párpados. Durante unos segundos, su mente flotó en una nebulosa de confusión, desorientada por la penumbra de la habitación y el leve aroma amaderado que impregnaba las sábanas. Miró el techo y su corazón dio un vuelco. Lo reconoció de inmediato. Era la habitación de Dante.Un escalofrío le recorrió la espalda cuando giró la cabeza y lo vio a su lado, dormido, su respiración profunda y acompasada. Su pecho desnudo se alzaba y descendía con una calma irritante. El pánico la golpeó de lleno. ¿Qué había pasado la noche anterior? Su cuerpo se tensó mientras un torrente de recuerdos la asaltaba. Fragmentos dispersos, conversaciones, su propio cansancio venciendo su resistencia… Pero cuando bajó la vista y vio su ropa intacta, exhaló un suspiro de alivio. Nada había sucedido.Con movimientos cautelosos, se deslizó fuera de la cama, asegurándose de no hacer ruido. Su instinto le decía que debía
Svetlana caminaba por el largo pasillo, sumida en la confusión y las dudas. Las altas columnas adornadas con detalles dorados parecían cerrarse sobre ella, como si la mansión misma quisiera aprisionarla en su laberinto de sombras y secretos. Sus pasos resonaban en el silencio, y su mente bullía con preguntas. ¿Era verdad lo que Dante había dicho? ¿Podía irse cuando quisiera o todo era una artimaña más en su juego de control?El hombre que la escoltaba se mantenía impasible, con la vista al frente y una postura rígida. Pero antes de llegar a su destino, una figura apareció en el camino. Fiorella, con aires de superioridad, bloqueó el paso. Sus ojos oscuros la recorrieron de arriba abajo, cargados de desdén.Svetlana la miró fijamente, sintiendo un ardor de rabia encenderse en su pecho. No pudo evitar que las palabras escaparan de sus labios con dureza:—Mentirosa.Fiorella arqueó una ceja y cruzó los brazos sobre su pecho.—¿Disculpa? ¿Me hablas a mí? —su tono fue seco, teñido de burla
El viento helado silbaba sobre las colinas, arrastrando consigo el aroma a tierra húmeda y pino fresco. La chimenea crepitaba en un rincón, llenando la estancia con un resplandor dorado que proyectaba sombras en las paredes. Aun así, el frío de Aspromonte se filtraba por cada rendija, calando en los huesos como un recordatorio del peligro que acechaba afuera.Svetlana avanzó con cautela, sus pies apenas rozaban el suelo. Con cada paso, su corazón martilleaba con fuerza desmedida, un tamborileo implacable que resonaba en sus oídos. Sabía que estaba siendo observada. Lo sentía en cada terminación nerviosa, en la piel que se erizaba bajo la mirada de Dante.Él estaba sentado al otro lado de la mesa, con el ceño fruncido y los dedos tamborileando sobre la superficie de roble envejecido. Su postura relajada era engañosa; cada fibra de su cuerpo exudaba una tensión contenida, una amenaza silenciosa, pero también... algo más. Algo que la hacía sentir vulnerable de un modo nuevo e inexplicabl
El amanecer teñía el horizonte con pinceladas de ámbar y carmín cuando Dante llegó al puerto. La brisa salada se filtraba entre los muelles de madera húmeda, y el lejano sonido de las gaviotas mezclaba con el bullicio de trabajadores descargando cajas de cargamento. Acompañado por algunos de sus hombres de confianza, avanzó con paso firme hacia un viejo almacén donde lo esperaban miembros de la 'Ndrangheta y un grupo de traficantes albaneses. Era una reunión delicada; una nueva ruta para el contrabando de armas estaba en juego y cualquier error podría costarles caro.Mientras tanto, en la villa, Svetlana se preparaba para su primera clase de italiano. Dante había dejado instrucciones precisas para que no le faltara nada en su ausencia, asegurándose de que su día estuviera ocupado. Sin embargo, cuando estaba a punto de salir, fue interceptada por Mirella, la madre de Dante.—Acompáñame —dijo la mujer con voz firme, sin dejar espacio para la discusión.Svetlana dudó por un instante, per
Svetlana avanzaba a toda prisa por el corredor, su respiración agitada y su pecho ardiendo con la furia contenida. La conversación con Mirella la había dejado con una sensación de injusticia difícil de sacudirse. ¿Cómo podía ser una mujer tan cruel? Tan indiferente ante su sufrimiento. Cada palabra había sido un látigo contra su dignidad, como si su propia voluntad no tuviera ningún valor en ese mundo al que había sido arrastrada contra su voluntad.El eco de sus pasos resonaba en el mármol frío del pasillo, amplificando la velocidad con la que intentaba alejarse de todo aquello. Pero antes de que pudiera seguir adelante, una mano férrea la sujetó del brazo, jalándola con brusquedad. Giulia la sostuvo con fuerza y, de un tirón raudo, la obligó a girarse por completo para quedar frente a ella.—Si yo fuera tú, me andaría con más respeto —espetó con una mirada acerada, con su tono bajo pero impregnado de advertencia—. ¿Tienes idea de con quién acabas de hablar?El corazón de Svetlana la
El rugido de los motores resonaba como un presagio en la noche calabresa, rompiendo el silencio ancestral de las montañas de Aspromonte. El eco reverberaba entre pinos centenarios y riscos afilados, como si la tierra misma anunciara la llegada de la muerte. Dentro de una vieja casa de campo, Dante Bellandi, ajustó su chaleco antibalas sobre el torso marcado por cicatrices de viejas batallas. Sus hombres, leales hasta la muerte, revisaban sus armas en un silencio ritual, donde cada clic del cargador era una oración sin dioses.—¿Cuántos bastardi tienen en el perímetro? —preguntó sin apartar la mirada de los mapas esparcidos sobre la mesa, manchados de vino y sangre seca.Fabio Moretti, su mano derecha, se inclinó hacia el mapa. Su dedo, tatuado con símbolos de la vieja guardia, se posó sobre un punto marcado en rojo.—Treinta, tal vez más. Están armados hasta los dientes. Pero sabemos que ella está ahí —dijo con voz grave, la tensión marcando cada palabra—. Los drones confirmaron movim