Svetlana caminaba por el largo pasillo, sumida en la confusión y las dudas. Las altas columnas adornadas con detalles dorados parecían cerrarse sobre ella, como si la mansión misma quisiera aprisionarla en su laberinto de sombras y secretos. Sus pasos resonaban en el silencio, y su mente bullía con preguntas. ¿Era verdad lo que Dante había dicho? ¿Podía irse cuando quisiera o todo era una artimaña más en su juego de control?El hombre que la escoltaba se mantenía impasible, con la vista al frente y una postura rígida. Pero antes de llegar a su destino, una figura apareció en el camino. Fiorella, con aires de superioridad, bloqueó el paso. Sus ojos oscuros la recorrieron de arriba abajo, cargados de desdén.Svetlana la miró fijamente, sintiendo un ardor de rabia encenderse en su pecho. No pudo evitar que las palabras escaparan de sus labios con dureza:—Mentirosa.Fiorella arqueó una ceja y cruzó los brazos sobre su pecho.—¿Disculpa? ¿Me hablas a mí? —su tono fue seco, teñido de burla.
El viento helado silbaba sobre las colinas, arrastrando consigo el aroma a tierra húmeda y pino fresco. La chimenea crepitaba en un rincón, llenando la estancia con un resplandor dorado que proyectaba sombras en las paredes. Aun así, el frío de Aspromonte se filtraba por cada rendija, calando en los huesos como un recordatorio del peligro que acechaba afuera.Svetlana avanzó con cautela, sus pies apenas rozaban el suelo. Con cada paso, su corazón martilleaba con fuerza desmedida, un tamborileo implacable que resonaba en sus oídos. Sabía que estaba siendo observada. Lo sentía en cada terminación nerviosa, en la piel que se erizaba bajo la mirada de Dante.Él estaba sentado al otro lado de la mesa, con el ceño fruncido y los dedos tamborileando sobre la superficie de roble envejecido. Su postura relajada era engañosa; cada fibra de su cuerpo exudaba una tensión contenida, una amenaza silenciosa, pero también... algo más. Algo que la hacía sentir vulnerable de un modo nuevo e inexplicabl
El amanecer teñía el horizonte con pinceladas de ámbar y carmín cuando Dante llegó al puerto. La brisa salada se filtraba entre los muelles de madera húmeda, y el lejano sonido de las gaviotas mezclaba con el bullicio de trabajadores descargando cajas de cargamento. Acompañado por algunos de sus hombres de confianza, avanzó con paso firme hacia un viejo almacén donde lo esperaban miembros de la 'Ndrangheta y un grupo de traficantes albaneses. Era una reunión delicada; una nueva ruta para el contrabando de armas estaba en juego y cualquier error podría costarles caro.Mientras tanto, en la villa, Svetlana se preparaba para su primera clase de italiano. Dante había dejado instrucciones precisas para que no le faltara nada en su ausencia, asegurándose de que su día estuviera ocupado. Sin embargo, cuando estaba a punto de salir, fue interceptada por Mirella, la madre de Dante.—Acompáñame —dijo la mujer con voz firme, sin dejar espacio para la discusión.Svetlana dudó por un instante, pero
Svetlana avanzaba a toda prisa por el corredor, su respiración agitada y su pecho ardiendo con la furia contenida. La conversación con Mirella la había dejado con una sensación de injusticia difícil de sacudirse. ¿Cómo podía ser una mujer tan cruel? Tan indiferente ante su sufrimiento. Cada palabra había sido un látigo contra su dignidad, como si su propia voluntad no tuviera ningún valor en ese mundo al que había sido arrastrada contra su voluntad.El eco de sus pasos resonaba en el mármol frío del pasillo, amplificando la velocidad con la que intentaba alejarse de todo aquello. Pero antes de que pudiera seguir adelante, una mano férrea la sujetó del brazo, jalándola con brusquedad. Giulia la sostuvo con fuerza y, de un tirón raudo, la obligó a girarse por completo para quedar frente a ella.—Si yo fuera tú, me andaría con más respeto —espetó con una mirada acerada, con su tono bajo pero impregnado de advertencia—. ¿Tienes idea de con quién acabas de hablar?El corazón de Svetlana lat
El rugido de los motores aún resonaba en la entrada de la villa cuando Dante descendió del auto con pasos decididos y furiosos. El sol agonizaba en el horizonte, tiñendo el cielo de Aspromonte con tonos de fuego y sangre. La brisa de la tarde agitaba las copas de los cipreses, y el canto lejano de los grillos comenzaba a llenar el aire con su monótono murmullo. Pero Dante no escuchaba nada. Su cabeza era un torbellino de pensamientos oscuros, su pulso golpeaba con violencia en sus sienes, y su mandíbula estaba tensa hasta el dolor.Hacer negocios con los albaneses siempre le dejaba un regusto amargo en la boca. Pero la llamada que había recibido hacía un par de horas lo había terminado de descomponer por completo. Olivia había intentado escapar con Enzo.No solo eso.Varios traidores dentro de su propio círculo habían quedado expuestos, y lo peor: algunos habían logrado escapar. Hombres leales a él habían muerto, otros habían resultado heridos.Dante se arrancó de un tirón el saco de
El reloj marcaba las siete de la tarde cuando Svetlana se dejó caer en el sillón junto a la ventana de su habitación. Afuera, el sol se desangraba en tonos ámbar sobre los viñedos, tiñendo la propiedad con un resplandor dorado y efímero. Sobre la mesa recién traída, una variedad de platillos humeantes esperaban ser tocados, pero ella no tenía apetito.Miró la comida con desdén, empujando con un dedo una aceituna que rodó hasta el borde del plato. No entendía cómo podía sentirse tan conflictuada.Su mente estaba dividida en dos mitades irreconciliables: una parte de ella ansiaba huir, volver a Moscú, a su familia, a la vida que conocía. Pero otra parte… otra parte se estaba acostumbrando peligrosamente a las comodidades, a la atención, a la sensación de seguridad que ese encierro le proporcionaba.Desde aquella tensa conversación con la madre de Dante y el altercado con Giulia, su día había transcurrido sin sobresaltos. La mañana la pasó en su lección de italiano, forzando su lengua a m
Dos días completos transcurrieron. Tiempo en el que Dante Bellandi se sumergió en sus asuntos, en reuniones interminables, en negociaciones que exigían su atención, en decisiones que no podían esperar. No había ido a ver a Svetlana ni una sola vez. No la había buscado, no había solicitado su presencia. Su mente estaba atrapada en el torbellino que representaba Enzo, su hermano. Un niño. Un problema. Una amenaza.No tenía ánimos para enfrentarse a nadie más. Y mucho menos a ella.Por eso, cuando los primeros rayos del sol iluminaron la mañana, se refugió en su lugar favorito: su jardín secreto. Un rincón apartado dentro de la extensa propiedad Bellandi, oculto tras altos muros de piedra y enredaderas que trepaban como guardianas de su privacidad.El aroma de la tierra húmeda, el perfume sutil de las flores, el sonido lejano del agua corriendo en la fuente… Todo le otorgaba una paz que rara vez encontraba en otro sitio. La jardinería había sido su escape desde niño. Algo que su padre ja
La brisa matutina agitaba las hojas de los árboles, arrastrando consigo el aroma a jazmín y tierra húmeda. El sol apenas se filtraba entre las copas de los olivos, proyectando sombras sobre el césped meticulosamente cuidado. Svetlana estaba sentada en un banco de piedra, con los brazos rodeando sus piernas, el mentón apoyado sobre sus rodillas. Sus ojos azules, gélidos como el invierno ruso, se perdían en el horizonte, donde la línea del cielo se fundía con la inmensidad de la propiedad que, para ella, no era más que una jaula adornada con lujos.No comprendía por qué Dante la había confinado a un sector de la mansión luego de asegurarle que era libre de moverse por la casa. No entendía esa contradicción. Se suponía que ya no era una prisionera, pero las puertas cerradas y la vigilancia constante le decían lo contrario. Era como un pájaro con alas cortadas, al que le ofrecían una jaula más espaciosa pero sin la posibilidad de volar.Por suerte, tenía libros. Montones de ellos. Histori