Tauranga, Nueva Zelanda, 1995
Los recién casados estaban listo para irse rumbo a su luna de miel en Queenstown, Nueva Zelanda. Los invitados hicieron una especie de túnel para que la pareja pasara en medio antes de subir a su auto.
El novio abrió la puerta y esperó a que ella se despidiera de su familia. Por otro lado, él se despidió con su mano de su padre y hermanos, quienes fueron los únicos que lo acompañaron ese día, porque su madre no estaba de acuerdo con aquel matrimonio. Esperaba que en algún momento se le pasará su enojo y lo perdonará por haberla desafiado de esa forma.
Ariadna buscó con su mirada a una de las personas más importantes en su vida. La vio de pie apartada de la multitud y se acercó a ella. No podía irse sin despedirse. Después de todo la había acompañado hasta el final.
—Ya me voy —Le dijo a su madre biológica.
—Está bien.
—Gracias por venir.
«No tenía otra opción» —pensó su madre.
—Mamá…
—Cuídate mucho. —Ariadna soltó un suspiro y asintió. Conocía cual era la opinión de su madre con respecto a su matrimonio, pero no podía estar de acuerdo con ella. Acortó la distancia para abrazarla y darle un beso en la mejilla.
Después de despedirse, volvió al lado de su esposo.
—¿Lista? —Preguntó él.
—Sí. —respondió sonriendo de felicidad.
—Entonces, vamos. Aún debemos tomar un vuelo —Él tomó su mano. La ayudó a subir al auto y luego él subió detrás del volante.
—¿Todo bien con tu madre? —cuestionó él mientras conducía. Oliver estaba consiente que no era del agrado de la madre de Ariadna.
—Sí, creo. No entiendo porque nuestras madres no aceptan nuestro amor.
—No te preocupes por eso ahora, princesa. Ya estamos casados, eso es lo más importante. Verás que con el tiempo van a ceder.
—Tienes razón. Te amo tanto.
—Yo también te amo.
La noche era una de las más hermosas que jamás había visto. Miró a través de la venta del auto; la luna y las estrellas brillaban en el cielo. Esa era su noche, la más feliz de toda su vida, al lado del hombre que amaba y con quien quería vivir por el resto de su vida, quería creer que así sería.
Ariadna le sonrió a la noche. Pero no tenía idea de lo que estaba a punto de ocurrir.
—¡Maldición! —Gritó Oliver. Ariadna se giró hacia él.
—¿Qué sucede? —preguntó de inmediato al verlo tratando de controlar el auto. El rostro de Oliver mostraba preocupación, entonces Ariadna se sujetó fuerte. La luz de otro auto llamó la atención de ella. Estaba demasiado cerca como para poder reaccionar.
—Oliver… —Logró gritar poco antes del impacto y que todo diera vueltas.
Oliver había visto venir al otro auto en su dirección. Intentó frenar, pero estos no le respondieron como se esperaba. Quiso esquivarlo, pero tampoco logró hacerlo ya había perdido el control de su vehículo. El auto se volcó y dio varias vueltas sobre la carretera.
El zumbido en su cabeza era lo único que Ariadna podía escuchar. Su cuerpo estaba tan pesado que no lograba mover un solo músculo.
—Oliver —Dijo haciendo un esfuerzo. Pero él no respondió. El cuerpo de Oliver casi salía por la ventada. Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos y su visión se tornó borrosa. Aun así, ella volvió a llamarlo en apenas un susurro antes de caer en la inconciencia.
Un hombre salió de otro auto. Caminó hacia ellos, pero se detuvo a unos metros. Luego llegaron otros dos hombres y los tres observaron la desafortunada escena.
Ariadna cayó en un profundo sueño. El lugar donde se encontraba predominaba el blanco y todo brillaba con la luz del sol. Caminó por un hermoso sendero; al final de este Oliver la estaba esperando. Ella corrió hacia él y se detuvo cuando estuvo muy cerca. Él le sonrió, extendió su mano, pero cuando ella estaba a punto de tomarla, inexplicablemente él desapareció.
Ella caminó y corrió mientras lo llamaba, pero no podía encontrarlo. El hombre que amaba se había esfumado y ella se sentía perdida, con mucho temor. Se sentó en el suelo y lloró. ¿Cómo un día perfecto podía terminar así?
La noche empezaba a caer y pronto todo se volvió oscuridad.
Casi dos años después. —¿Casarme? —cuestionó Alexander después de que su padre le dijera que era hora de dar ese paso.—Sí, eso dije —Respondió Robert Green, su padre.Alexander miró hacia todos lados en busca de la cámara escondida y esperó a que su papá le dijera que se trataba de una broma.—No, no lo haré —dijo en cuanto se dio cuenta de lo serio que él hablaba.—No fue una pregunta —Alexander apretó los puños y lo desafió con la mirada—. Tal vez ahora no lo entiendas, hijo. Pero te darás cuenta que es lo mejor…—¿Mejor? ¿Para quién?—Para nuestras granjas, nuestra empresa y nuestro futuro en el mercado internacional del Kiwi, pero, sobre todo, lo mejor para ti.—No estoy seguro de eso, papá.Robert pensó que: por ahora sería mejor no decirle que su principal motivo era porque él deseaba ver a su hijo formar una familia, estaba seguro que sería un mejor hombre y empresario si tenía a su lado a una buena mujer, como lo había sido su madre. Por desgracia Alexander no pensaba lo mis
En poco más de cinco minutos llegaron a una pequeña casa de madera cerca de la playa. Ariadna observó el lugar, era pequeño, pero muy acogedor y todo estaba perfectamente ordenado. Había fotos por todos lados.Alex ya estaba en la sala con un botiquín de primeros auxilios. Le entregó el botiquín a su amigo doctor luego de que ayudara a la chica a sentarse y él se quedó a una distancia prudencial. Alex le tenía miedo a la sangre y prefirió no arriesgarse a que su hematofobia se hiciera presente.—Me llamo Jack Smith —Se presentó el doctor— Voy a revisarte ¿de acuerdo? —Ariadna asintió.—Y tú, ve cambiarte esa ropa estás todo mojado —Dijo Jack a su amigo— y luego me dejas revisarte ese brazo.—Estoy bien —dijo Alex, luego desapareció por un pasillo y entró a una habitación.—Tú amigo no debería conducir, es un peligro. —musitó Ariadna. No le agradaban las personas irresponsables, pero en este caso ella misma lo había sido, debió de haberse detenido en un lugar seguro y esperar a que par
—¿Pensabas irte sin despedirte? —Levantó su mirada y se encontró con la de él. Tenía un brazo doblado por debajo de su cabeza y el otro descansaba sobre su abdomen. Le gustaba como se miraba con su cabello todo desarreglado y…›› ¿Aria? —La llamó él al ver que ella no respondía, se había quedado observándolo como una boba y eso activó sus alarmas. ¿Qué carajos le estaba pasando? Nunca se había quedado tan deslumbrada al ver a alguien así de atractivo, ni siquiera cuando era una adolecente.—Lo… lo siento —Se aclaró la garganta antes de continuar—, no quería despertarte.—Entiendo —respondió él mientras se levantaba—, anoche me pasó lo mismo contigo, te mirabas tan cansada que me dio mucha pena despertarte. —Y no fue solo eso, si esa era la forma de pasar más tiempo con ella, no la iba a despertar. Se quedó observándola por un tiempo antes de llevarla en sus brazos y dejarla en la habitación donde él dormía cada vez que se quedaba en casa de Jack.—Pero debiste hacerlo —dijo ella y est
—¿Alex? —volvió a llamarlo. Él se sentía avergonzado por que ella lo mirara de esa forma.—Sí. —respondió al fin. Ella estaba deslizando sus dedos entre sus cabellos sin ser consiente de ese gesto, contrario a él que, sí se había dado cuenta de sus caricias y se concentró en el movimiento de sus dedos y eso lo relajó.Había pensado en no disculparse, al final fue culpa de él por no dejarla ir cuando se lo pidió. Pero el verlo así, tan indefenso, se sintió culpable. Un hombre fuerte siendo derribado de esa forma, de seguro no le haría nada bien a su orgullo.—Lo siento. —dijo ella. Él no respondió nada. Cuando se sintió mejor intentó levantarse, pero ella lo detuvo.—¿Seguro que puedes caminar?—Sí —respondió. Ella le ayudó a levantarse. Se dirigió al baño, lavó su rostro y mojó sus cabellos.—¿Necesitas que te ayude en algo más? —preguntó por cortesía cuando volvieron a la sala.Él le sonrió.—Puedes ayudarme a darme una ducha —respondió.—Ja, en tus sueños. —al parecer él ya estaba m
Alexander condujo poco más de veinte minutos desde Mount Maunganui hasta Pyes Pa. —Buenos días, señor —Lo saludó el guarda de seguridad en la entrada principal de la compañía de su familia. Alexander contestó con la misma cortesía— Lo siento mucho señor, su padre dio órdenes de no dejarlo entrar. —¿Qué? —Disculpe señor Alexander. Solo cumplo las ordenes de su padre. —No puedo creerlo —Aquello debía ser una broma. A la distancia Alexander miró a su hermano bajar de su auto e ingresar al edificio. Mientras él seguía en el portón principal discutiendo con los de seguridad. Tomó su teléfono y marcó el número de padre, su padre no le respondió, era de esperarse. Se hizo a un lado y estacionó cerca de la entrada. Era una suerte que aún hubiera personal ingresando a esa hora de la mañana. Esperó a que las puertas se abrieran mientras simulaba que hablaba por teléfono. Un auto estaba ingresando y no lo pensó dos veces, Alex aprovechó para entrar corriendo antes de que las puertas se cer
Ariadna había pasado una tarde agradable junto a sus hermanos. Ahora estaba en el despacho de Brian. Conocía a su padre y sabía cuándo algo le preocupaba.—¿Papá, que sucede? —Preguntó. Algo le decía que ese día no terminaría bien.—He tomado la decisión de casarte —Respondió así de la nada. Tenía muchas cosas en mente que decirle a su hija, pero en el último segundo optó por ir al grano. Ya había hablado muchas veces con ella sobre dejar ir el pasado y continuar con su vida. Ella aún era muy joven, con un gran futuro, pero parecía como si estuviera muerta en vida, su luz se había apagado y eso le partía el corazón.—¿De qué está hablando?—El mes que viene, te casaras con el hijo de Robert Green —Hace apenas media hora había recibido la llamada de Robert, confirmándole que su hijo había aceptado el compromiso.Ambos padres por razones diferentes querían que sus hijos formaran una familia.—Eso no explica nada —Ariadna se colocó de pie— Esto es una broma ¿Verdad?—No bromearía de esta
Al entrar a la casa, el alivio en el rostro de Emma al verla, la recibió. Sabía que estaría preocupada por ella. Después de salir del hospital en aquella ocasión, sus padres no querían perderla de vista, ellos temían que ella sucumbiera al dolor e intentara quitarse la vida. No lo iba a negar, lo pensó. Quería también acabar con su sufrimiento, pero ella era la culpable y lo justo era que sufriera.Logró convencer a sus padres que no intentaría ninguna locura.—¿Cariño, estás bien? —Preguntó Emma.—Mamá, no te preocupes. Solo fui a caminar y aproveché para comprar algunas cosas que necesito —Dijo levantando unas bolsas que sostenía en sus manos—¿Dónde está papá?—Ayudando a tú hermano con su tarea —Ariadna sonrío. No importaba cuanto trabajo tuviera o que tan cansado estaba su padre, él siempre dedicaba tiempo a sus hijos— ¿Te sirvo la cena?—Iré a mi habitación primero a darme un baño —Se dio un baño rápido y luego de colocarse algo cómodo, bajó al primer piso. Su madre le sirvió una
Brian y Ariadna entraron a otra oficina un poco más grande.—El joven Alexander aceptó tus términos —Dijo su padre.—¿Tan rápido? —Ella pensó que él lo iba a pensar más tiempo antes de firmar o que refutaría alguna de sus condiciones— Al parecer les urge poner sus manos en nuestra producción —dijo, no había otra explicación.—Aunque este matrimonio sea de esta forma, lo han tomado con mucha seriedad. Para Robert, este negocio es importante, pero también lo es el que su hijo forme una familia.—No me digas. Por eso ambos se pusieron de acuerdo.—Así es. Tenemos nuestros motivos para ver a nuestros hijos casados. Además, no podemos negar qué, si logramos colocarnos en el mercado de Europa tendremos grandes beneficios económicos, prestigio y podremos aportar a la economía de nuestro país cuando esta cooperativa crezca más.—Eso es muy ambicioso.—Puede ser, pero no es solo eso hija, y lo sabes. El precio con el que nos pagan en este continente no es el justo para la calidad de nuestra fr