Kairi entró a la oficina de su consejero, donde había dejado a Tadeus Theodore para que descansara mientras iba a cambiarse y a dejar a sus hijos con alguien más capaz que un niño de quince años así ya poder conversar con más tranquilidad.Su mente aún estaba hecha un revoltijo por la breve explicación que el hombre había hecho para informarla sobre sus motivos para estar en el palacio de su reino a esta hora y con este clima, y con Orion, el caballo de su esposo. No podía dejar de preguntarse… ¿Por qué? ¿Por qué su esposo estaba en la cárcel? ¿Había hecho algo malo? No quería creerlo.—Majestad, veo que ya ha regresado —señaló su consejero con un humor insoportablemente alegre—. Y en un muy buen momento, si me permite agregar, trajeron el té hace cinco minutos y ya está a la temperatura ideal.— sorbió un poco de su taza para luego lanzar un exagerado suspiro de apreciación—. Absolutamente delicioso —alabó.—Oh, cierra la boca, Lord Shawn.— Kairi rodó los ojos y tomó asiento junto a s
Más que una boda, aquello parecía un funeral, meditó Kairi de pie en el altar mientras era desposada por un completo desconocido.Todos los invitados traían caras de pesar, no había ni un solo rostro feliz, pero eso era porque aquella no era una ocasión feliz en lo absoluto, esta boda se estaba efectuando únicamente por conveniencia.Aldalaya Kairi era la única hija no casada de Aldalaya Erwin, actual rey de Ekinoccia, que en ese momento enfrentaba una atroz guerra contra Aidan y su ejército milenario.Aidan estaba superando sus fuerzas, y en su desesperación Erwin recurrió a Hallagher Tristan, un joven rey dueño de uno de los ejércitos más abundante y mejor entrenados, con un número y una disciplina que sin duda voltearían la guerra a su favor.Pero lo único que podía sellar un acuerdo de ese porte era el matrimonio, porque tenían que dar algo a cambio de tanto, y ese algo por desgracia fue su mano, porque su reino no tenía ninguna otra cosa que ofrecerle al rey Hallagher.Su hermana
Kairi despertó sintiéndose adolorida en todas partes.Los ojos le ardían, su labio se había partido de tanto que se lo mordió la noche anterior, el cuello le escocía, los pechos le dolían, las muñecas y las caderas se sentían simplemente molidas, apenas sentía las piernas y su entrepierna la estaba matando.Gimió dolorida mientras trataba de sentarse, logrando quedar semi-recostada, solo entonces notó que estaba sola.Mejor, pensó con rencor, lo último que quería era ver a ese maldito depravado.Hubiera rotó a llorar de nuevo de no ser porque en ese momento alguien golpeó a la puerta.—A-adelante… —exclamó tratando de sonar normal, aunque de todas maneras en cuanto la vieran sabrían que no estaba “normal”.—Con permiso… ¡Cielo santo! —chilló la criada al verla—. ¡¿Qué te pasó, querida?! —Corrió hacia ella.Era una mujer mayor que ella, más de treinta años probablemente, su cabello era pelirrojo y sus ojos azules, un poco regordeta. Traía una bandeja con su desayuno, pero la dejó de
—Buenas noches, mi reina —oyó hablar a Tristan ya muy lejos de allí.Apretó los dientes y gritó de pura rabia.Odiaba a su esposo, y aparentemente él la odiaba, o al menos no le importaba en lo absoluto si es que la iba a dejar ahí en nada más que un fino y corto camisón para morir de frío. Maldito sea. Lo odiaba.La brisa sopló fuerte en el lugar, apenas siendo rezagada por las paredes de madera, y Kairi se abrazó desesperadamente a sí misma mientras ahora concentraba su mente en una manera de no morir de frío en vez de diversas formas de matar a su esposo. Había unos cuantos trapos sucios tirados por ahí, pero no serían suficientes. Corrió a abrazarse a uno de sus caballos favoritos mientras pensaba. Era una yegua de color marrón caramelo y grandes ojos oscuros que siempre la miraban con dulzura.—Lamento despertarte, Meri. —La acarició cuando relinchó suavemente. Su calidez le trajo un poco de alivio, pero seguía sin ser suficiente para pasar la noche. Una cosa que la hacía especi
—¡Tristan, maldito bastardo! —Golpeó y pateó la puerta del cuarto en el que la había encerrado—. ¡¿Ni siquiera puedes ser original en las maldades que me haces?! —gruñó—. ¡¿Y qué se supone que voy a comer?! ¡¿Quieres matarme de hambre o qué?!—No exageres, solo será hasta mañana, o hasta que Meredith se entere, cosa que es poco probable porque a estas horas se está embriagando. Hasta entonces, mi reina. —Oyó sus pasos alejarse.Maldito infeliz.Así que… nuevamente encerrada por ese monstruo que se hacía llamar rey ¿eh?Su gesto se contrajo en odio, pero finalmente solo lanzó un suspiro de resignación y fue a recostarse en la cama. Al menos esta vez no tenía miedo de morir congelada hasta la muerte.Trató de dormir, pero su mente siguió torturándola incansables veces con memorias de sus días felices con su familia y fantasías horribles de cómo sería su vida de ahora en adelante si es que finalmente no tenía el valor o la suerte para concretar su plan de huir para cuando ganaran la
Cuando despertó a la mañana siguiente, Meredith y Kenny ya tenían el desayuno listo para ella. El día lo pasó tranquilo con ellos y cuando anocheció tuvo miedo de que su esposo fuera a molestarla otra vez, pero afortunadamente no se apareció en todo el día, ni siquiera para encerrarla.Pudo dormir tranquila e ir al comedor a desayunar al otro día, aunque su sonrisa se borró al verlo allí comiendo tranquilamente. Se sentó en el otro extremo de la mesa y comió en silencio, mirándolo de reojo, aunque él ni una vez pareció fijarse en ella.Terminó su desayuno y se retiró directo a los establos para ayudar allí y tal vez montar a Meri, pero al llegar se encontró con sorpresa a todos arremolinados alrededor de su querida yegua, que estaba postrada y con un aspecto realmente malo.De inmediato corrió a su lado, absolutamente preocupada.Al verla le hicieron espacio y se arrodilló junto a ella, acariciando su hocico, a lo que Meri relinchó débilmente. Su boca estaba reseca y su respiració
Aquella fue una dura mañana para Kairi, pero aun así intentó fingir que todo estaba bien y siguió con sus actividades diarias normales, como la clase de cocina de su sirviente favorito. —Majestad, ¿está todo bien? —preguntó Kenny al notarla demasiado distraída mientras trataba de enseñarle como hacer pavo.—Kenny, ya te he dicho miles de veces que no me llames así —solo dijo sin siquiera mirarlo.—Pero el rey…—Al diablo con el rey. —Bufó—. Te ordenó como tu reina que ignores la orden del rey cuando no esté presente y me llames por mi nombre. —Finalmente lo miró con ojos fieros, dejando en claro que no iba a aceptar un no por respuesta.—Pero…—Sin peros —lo tajó de una—. Dejaré las lecciones de cocina por hoy. —Suspiró, dejando de lado los ingredientes—. Ya es tarde, voy a ir a dormir. —Se lavó las manos y empezó a salir de la cocina—. Buenas noches, Kenny.—Buenas noches, Kairi. —Al oír su tono berrinchudo se dio la vuelta sonriendo y agitó una mano hacia él soltando risas
Sus ojos se ampliaron enormemente y trató de apartarlo de inmediato, sorprendiéndose cuando en serio su empujón surtió efecto alejándolo de ella incluso siendo él mucho más fuerte. —¡¿Qué crees que estás haciendo?! —chilló limpiándose la boca—. ¡Y justo cuando pensé que tanto alcohol te volvía inofensivo! —Escupió al piso—. Debí saber que no tardarías en tratar de forzarme otra vez.—No estoy tratando de forzarte —dijo él, con calma—. Estoy tratando de compensarte… —murmuró lentamente, como si tuviera miedo a hacer algo incorrecto. —¿Disculpa? ¿Ya estás hablando incoherencias de nuevo? Este tipo era intratable en cualquier estado.—Compensaré el haberte traído tanto dolor en nuestra primera noche… —Su tono era muy suave, casi dulce—. No fue como debería haber sido… y aunque no puedo darte el amor que todas las mujeres desean, sé que puedo darte placer… —Su voz ronca regresó.—P-pervertido… yo n-no quiero que te acerques a mí… —Retrocedió asustada hasta que su espalda chocó co