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Capitulo IV Advertencia

Le dijo acariciando el suave y plano vientre, mientras que poco a poco sus dedos descendían hasta la liga de sus bragas y un poco más. La encontró tal y como sabia que estaría, ella se estremeció al sentir el contacto de sus dedos dentro de su carne húmeda.

—¿Por qué haces esto?

—Lo deseamos.

Termino de rasgar sus ropas de un solo jalón, dejando su cuerpo completamente desnudo. El aun permanecía con la ropa puesta, y al sentir la tela de sus prendas sobre su piel le daba pequeños puntos eléctricos en todo el cuerpo. La acostó en la cama boca abajo, no podía dejar que lo viera en su estado. Teniéndola desnuda había salido a relucir su lado animal. Debía calmarse un poco antes de darle frente.

—¿Qué estás haciendo? Dijo con voz ronca.

—Yo hago las cosas a mi modo, no tengas miedo.

No la dejo responder, sus fríos labios besaron cada centímetro de su espalda, se dedico y tomo su tiempo en la misión.

—¡Estas helado Eduard!

El siguió con su labor ignorando sus quejas, mientras ella apretaba las sabanas con fuerza, finalmente le dio la vuelta e inmediatamente ella cubrió su desnudes.

—No cubras lo que ya he visto. 

Tomo sus manos y la sujeto por encima de la cabeza de esta. Estaba haciendo un esfuerzo increíble para controlarse y no lastimarla. Nunca antes había estado tan fuera de control con una mujer. Ella tenía algo muy especial, que lo llamaba e invitaba a ser un posesivo. 

La beso con calma en los labios, mientras que su cuerpo aun vestido cubría el de ella. Elizabeth se frotaba bajo su cuerpo, buscando más placer, más piel. El seguía concentrado en los labios y poco a poco fue descendiendo hasta sus senos. Estos, estaban tibios, firmes y suaves una combinación irresistible. Quería modelos, quería encajar sus colmillos en su tierna carne y dejar una cicatriz en ellos por siempre.

Siguió su camino por el vientre con furtivos besos que la hacían estremecer. Llego a la zona donde su dulce olor se intensificaba, era embriagador. Paso la lengua para saborearla y el contacto hizo que ella gimiera sin pudor, estaba completamente abierta para él. Ahondo más en su ser, absorbiendo el néctar de su fruto, no sabía que era mejor, si su preciada sangre o los fluidos de su ser.

Al poco tiempo después, ella logro alcanzar el clímax convulsionando ferozmente, sus piernas temblaban como la gelatina mientras su fluido salía de ella a mares. Estaba desorientada, pero aun así exigía más. El no podía hacerle aquello, si la poseía podría llegar a ser muy salvaje al punto de lastimarla. Las ganas de morderla eran más grandes que su castillo, no le quedaba otro remedio que dormirla y llevarla hasta su habitación.

La miro a la cara y noto que aun seguía excitada, queriendo que llegara al final de todo aquello. Y con ganas de complacerla pero no pensaba con claridad. Pero llegaría la noche que ella seria completamente suya. Finalmente la beso en los labios dándole paso a quedar profundamente dormida. Dándole  gracias a una de sus tantas habilidades.

Elizabeth no podía recordar casi nada de lo sucedido la noche anterior, despertó en su habitación completamente desnuda y sin recuerdos. Lo único que podía recordar era que se había perdido en la casa, terminando en un pasillo desconocido con su maldito jefe seductor ¿Qué había sucedido? ¿Se había acostado con él? ¿Por qué no recordaba nada? Eran preguntas que la inquietaron mucho.

Después de todo eso ¿Cómo vería nuevamente a Eduard a la cara? Agradecía que era uno de sus días libres, por ende no tendría que verle. Un respiro para sus pensamientos lujuriosos. Ya que no recordaba absolutamente nada, decidió que lo mejor era olvidar lo sucedido en el pasillo, no quería ni pensar que lo había hecho con él. Era una posibilidad muy certera, pero ella pensó que desecharla era lo ideal.

Necesitaba salir de esa casa, se levanto con las pilas puestas. Se dio una buena ducha y se vistió. Iría al pueblo a echar un vistazo, era su día podía hacer lo que quisiera. Además el sol estaba en su punto, no quebraba ninguna regla. Salió al exterior de la casa, como siempre todo estaba oscuro. La verdad es que parecía que aun no hubiera amanecido.

—Buenos días señorita ¿A dónde se dirige? Pregunta Brenda interceptandola a medio camino.

—¡Voy pueblo!

—Recuerde llegar antes de caer la tarde. Le dijo con expresión de preocupación.

—Descuida se cuidarme bien.

—No señorita, no se trata de eso. No debe estar en la noche por el pueblo, está prohibido. Si el joven se entera se molestara.

—Es una regla muy tonta Brenda.

—Debe acatarla señorita, por su bien.

Ella suspiro al ver preocupación sincera en la mujer, le dijo que regresaría temprano que no se angustiara. Pero estaba mintiendo, quería saber más de ese misterioso pueblo.

El pequeño, pero acogedor pueblo de Transilvania era muy agradable, las calles eran un tanto pintorescas por el día, la carretera era de piedras enormes pero lisas, un trabajo bien hecho. Los lugareños eran amables, pero algo escépticos con los forasteros como ella, era natural, ya que no pertenecía allí. Pero no le dio importancia, con el tiempo esperaba que se acostumbraran a su presencia.

Se fijo en una pequeña pero hermosa tienda de ropa, en la vitrina de exhibición había un lindo vestido que lo llevaba puesto un maniquí. No espero mucho para encaminarse hasta allá, aun no había cobrado su primer sueldo pero con lo que tenía ahorrado podía darse sus lujos. Además la cuantiosa cantidad que cobraría a fin de mes era exorbitante con eso viviría a su antojo.

Cuando entro en el local fue directamente hasta el maniquí, la dependienta la siguió y ella le pregunto el valor de la prenda. Todas las presentes la miraban como un bicho raro pero a ella, le valió mierda todas esas mujeres. Cuando estaba por cancelar el vestido la mujer le pregunto qué de donde era. Era lógico que lo hiciera, nunca la habían visto por los alrededores.

—Bueno recientemente me estoy quedando en la mansión de la colina, en la casa del señor Dracmantis. Soy su secretaria.

Necesitaba aclarar que era su empleada y no su fulana, aunque estaba lejos de ser su asistente laboral. Rayos en que lio estaba metida. Pero eso no lo sabía nadie, así que sintió que era necesario mencionarlo. Quizás en esa tienda se reunían las chismosas del pueblo.  Pero lo extraño fue que la mujer retrocedió dos pasos y la miro perpleja.

—¿Usted vive allí?

—Ya se lo dije. ¿ocurre algo?

—Debería irse de ese castillo cuanto antes.

—¿Por qué? ¿Qué tiene esa casa?

—No es la casa. Le susurro la mujer.

—¿Entonces, qué?

—Lo siento mucho no puedo decir más. Le dio la factura del vestido y desapareció de su vista.

Estaba desconcertada por lo ocurrido, más que nada, por como había reaccionado la vendedora, su cara era de terror. Si no era la casa el problema ¿Cuál era entonces? Esa sería la razón del porque todo el mundo la miraba de una forma extraña. Salió de la tienda con la sensación de que todas las vendedoras la miraban, ella no había visto nada extraño en el castillo. Excepto la oscuridad, las reglas y el dueño.

Continuo caminando entrando en diferentes tiendas, ya comenzaba a sentirse incomoda por todas las miradas a sus espaldas. Entro en un bonito café, ordeno algo para comer y beber, mientras esperaba reposar un poco se fijo que muchas tiendas empezaban a cerrar. Observo la hora y le extraño, aun era muy temprano sinceramente ra un pueblo raro.

—Señorita vamos a cerrar el café. Le dijo el joven que la atendió hace horas.

—¿Cómo? ¿tan temprano?

—Lo siento señorita aquí no trabajamos hasta más tarde, le recomiendo que regrese a casa.

—Pero si apenas llevo cuatro horas de paseo, es muy temprano para regresar.

—Usted no es de por aquí, hágame caso y váyase a casa.

—¿Me está diciendo que no hay diversión en este pueblo? ¿un bar? ¿O algo así?

—¡No!

—Hay un sitio. Dijo un joven bien vestido. –Pero allí no entra cualquiera, a menos que le guste divertirse de verdad.

Ella miro al recién aparecido y luego al camarero que lo miraba con el ceño fruncido sin decirle una palabra. El joven lo miraba con un brillo especial en la mirada, un brillo que le inspiro maldad.

—¡Váyase a casa! Dicho eso el camarero se marchó.

Era el pueblo más aburrido y extraño que había conocido en su vida, y eso que había conocido muchos en sus tantos cambios de empleo. De verdad no había nada emocionante que pudiese hacer, después del café se quedo vagando por las calles. Pero ya todo estaba quedando desolado, solo algunas personas pasaban con sus cosas e iban a prisa. El extraño del café le dijo que había un bar no muy lejos del pueblo, pero le angustio un poco la cara del camarero.

Quizás lo mejor era regresar al castillo, el sol estaba a punto de ponerse. Y no es que a esas horas las calles estuvieran iluminadas, las nubes estaban cubriendo el cielo. Tomo el camino hasta el castillo y al hacerlo noto que todo estaba solo, ¿Cuándo había desaparecido todo el mundo? Ya estaba algo oscuro, de pronto una mano  la sujeto muy fuerte del brazo, ella se giro para ver a su atacante.

—¿Qué? ¿tú qué haces aquí? ¿me sigues?

—¿Qué fue lo que te dije? ¿ya ves la hora que es?

—Es una regla absurda, en todo caso me dirigía hacia allá ahora mismo.

—El camino hasta el castillo es peligroso ¡¿Qué te crees?! Le espeto Eduard furioso.

—Solo eres mi jefe, no mi esposo. Que te quede bien claro.

La expresión del hombre cambio radicalmente, paso de estar enojado a estar horriblemente furioso. La tomo de la cintura, cargandosela a cuestas como un saco de papas para meterla en su coche. Transcurridos unos minutos se vieron dentro de la mansión, no le había dirigido la palabra en el corto camino, no hacía falta le había dejado en claro que no gobernaba su vida

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