Los anuncios

Estuvieron de compras casi hasta el mediodía. Primero Patrcik la había llevado a desayunar en un restaurante muy pintoresco de la ciudad, y mientras tomaban el desayuno estuvieron conversando como si se hubieran conocido desde hace mucho tiempo.

—Gracias, Patrick —le dijo ella candorosamente.

—No tienes porque darlas, Rachel, eres mi prometida y me gusta consentirte.

Ella se ruborizó de gusto al escucharlo.

—Ha sido maravilloso desayunar y compartir contigo —dijo y luego hizo una pausa— Creo que me podría acostumbrar a eso.

—¿Ah, Sí? Pues entonces vámonos para terminar de consentirla.

Salieron del restaurante como dos amigos que salen a divertirse. Patrick pensaba que era maravilloso que las cosas rodaran tan suavemente entre ellos, había creído que, cualquiera que fuera la mujer que aceptara el trato, se sentiría cohibida y temerosa de compartir con él, especialmente con su fama, y su terrible comportamiento anterior, por supuesto.

También creyó que él mismo se iba a sentir incómodo
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