4: Cuarto especial.

Narra Marina.

Saliendo de la clínica en donde soy enfermera, tomo algunas fotos sacando la lengua para subirla a mis estados.

Hoy no ha sido un gran día, después de la noche llena de angustia que pasé.

Cuando recibí esos claveles algo extraño ocurrió. De repente sentí cómo ardían en mis manos, y cuando las olí, el olor que estas desprendieron era muy aterrador, a podrido.

No entendía por qué pasaba todo eso, así que las dejé en la mesa de la pequeña sala mientras las observaba. Eran hermosos claveles, perfectos, pero eso que auraba en ellos, también me hacía sentir vacía por dentro mientras más los miraba.

Tuve una pesadilla que jamás había tenido. Y de cierta forma, siento que estoy comenzando a perder la cordura.

Esta mañana cuando fui a ver los claveles con temor, ya no olían ni brotaban aquello que me hacía arder las manos.

Horas estudiando, trabajando y desvelándome en algún momento tenía que pasarme factura. Tengo veintiséis años ahora, este mismo año cumplo veintisiete, y jamás he tenido unas vacaciones desde que entré a la primera universidad.

Desde el momento en que pude comprar lo que deseaba me volví adicta al trabajo, y es por ello que tengo ropa de marca en mi closet, zapatos, algunas joyas; entre créditos y descuentos de mis clientes no me hacía falta nada, pero ahora sé que sí necesito algo: descansar.

Puedo tener paz mental pero mientras me sienta agotada físicamente no estoy haciendo lo correcto.

Y es por ello que mis dedos tantean el contacto de René. Anoche me sentía con la mejor energía, por ello le había dicho que sí, pero ahora siento que un auto me ha pasado por encima, y de verdad no...

Casi dejo caer el teléfono cuando veo una notificación suya.

Ha reaccionado a mi foto con una cara triste.

Y ahora escribe, así que intento no sentirme nerviosa.

René: Luces agotada.

René: Espero la salida con mi familia no te haya quitado horas de descanso.

René: lo recompensaré.

Antes de que pueda arrepentirme le hago una llamada. Rápido escucho su respiración del otro lado, por lo que sonrío.

—Hermosos los claveles… —Suspiro—. Y eres demasiado caballeroso. No te preocupes, siempre y cuando la pasemos bien después de la sesión mi energía no se agotará.

Trago hondo el atrevimiento porque aunque incluso no aguanto el dolor en la espalda, quiero pasar tiempo con él.

Es la única manera fácil de saber qué es lo que esconde.

—No quiero ser el causante de tu mal sueño.

—No lo serás… —Suelto una risita—. Créeme.

Lo escucho exhalar.

—Bien, Marina. Te veo en unas horas.

Cuelga y siento los nervios recorrerme.

¡Cierto que irá al apartamento!

Es sorprendente la velocidad con que llego a mi hogar, para limpiar.

No me considero una persona desorganizada pero es obvio que no tengo tiempo para dedicarme a estas cosas, así que después de arreglar el desastre y echar aromatizador, me meto al baño para darme una ducha tan rápida como me es posible.

Dios, hace mucho que no me depilo las cejas. Bien, ¿cómo es que me esté dando cuenta de esto justo ahora?

Me paso la toalla por el cuerpo, rápido, me coloco ropa interior, el uniforme con que usualmente hago los masajes y justo cuando estoy por recogerme un moño, el timbre suena.

—El vigilante me dio tu número de habitación a cambio de firmar su camisa y una selfie —me cuenta mi caliente cliente.

Suelto risas dejándolo pasar.

Él ve todo casi con detalle y agradezco no haber desechado los claveles porque ahora descansan en un jarrón con agua en medio de la mesa de la sala.

—Lindo hogar… —Me sonríe.

Tiene una camiseta sin mangas, un pantalón de algodón, zapatos deportivos, huele exquisito y por supuesto que me siento más intimidada que estando en su casa.

Me muerdo el labio, pensando que este tipo de masaje que viene a que le dé me dará un acceso diferente a su cuerpo.

Bien, es momento de concentrarme.

—¿Quieres que empecemos ya o...?

—Sí… —Se frota las manos—. Esta semana ha sido algo agotadora y me ha costado dormir, demasiado.

Tiene la mirada oscura como anoche antes de irse y ello me genera nervios, sin embargo, lo hago pasar a mi cuarto especial.

Se trata de una pequeña habitación con todos las cosas necesarias para dar mis masajes, no solo los de anti-estrés, también tengo la mayoría de los implementos que utilizamos en su casa para cuando son terapias deportivas, así que puedo ver en su cara lo mucho que le sorprende.

—Sí fuese por mí tuviese una rica bañera anti-estrés aquí mismo.

—Necesitarías un lugar más grande… —Él se quita la camisa mientras yo aun estoy bajo el marco de la puerta—. ¿Por qué no tienes tu propio Spa?

Sigo mirándolo a la cara aún cuando se da vuelta y entonces mirando realmente todo a su alrededor se quita el pantalón de algodón.

Contengo la respiración al ver de reojo su parte baja.

—Creo… no tengo tiempo. Estar en la clínica es… donde pertenezco.

Los siguientes segundos tengo que ser bastante profesional. Me mentalizo que es un cliente más y que, el día de ayer no ocurrió, porque si me detengo a pensarlo son muchas las cosas que  me generan nervios; sobretodo los claveles.

Su cuerpo descansa boca arriba con los ojos cerrados. Extrañamente no veo que tenga intenciones de usar auriculares, así que eso pone una alerta en mí.

Rápido hidrato mis manos, echo el aceite y cuando finalmente mis dedos entran en contacto con su frente, su cien, sus orejas, bajo a sus hombros y a su vez doy un viaje de su clavícula a sus pectorales duros, él se remueve.

—¿Todo bien? —Quiero saber.

—S-sí.

Mis manos vuelven a repetir la acción, esta vez él no hace nada, así que no puedo evitar admirar su belleza desde este punto; aunque tiene un rostro que parece angustiado ahora mismo, sus facciones son las de un vivo modelo de alguna marca importante.

Una vez escuché a su hermano decirle que sería perfecto verlo conducir un auto de carreras, que podría ir por la pista con su Ferrari, una sonrisa y tendría a mujeres comprándolos, pero entonces él dijo que no, que no se le daba el posar y era ridículo para él.

¿Cómo le decía yo en ese momento que él no necesitaba posar? Sonriendo o no luce atractivo, cualquier fotografía suya sale perfecta porque posee ángulos de envidiar.

Todo hombre que pasa por su lado, hasta he podido verlo en los ojos de Roberto, le tienen una especie de envidia combinada con adoración. Porque es así, René posee un aura estructural de envidiar.

Mis dedos reconfortan sus hombros por bastante tiempo lo cual hace que lo logre escuchar soltando un sonido ligado a satisfacción, lo que me hace sonreír, luego dejarlo, haciendo que levante el entrecejo aun sin verme, para entonces ir a sus fuertes brazos; empezando con sus bíceps, los cuales trato de no imaginar teniendo algún control sobre mí.

—¿Eres naturalmente así o vas al gimnasio? —me cuestiona.

La pregunta hace que mis manos se deslicen de forma nerviosa por sus antebrazos. Rápido me recupero tomando sus muñecas, luego sus dedos largos y rasposos.

—Voy al gimnasio tres veces a la semana —le hago saber.

Naturalmente... ¿Qué quiso decir?

—Eres hermosa, Marina.

Lo dice con tanta calma, aquí con los ojos cerrados mientras mis manos vuelven a sus pectorales y bajan por su abdomen.

No estoy nerviosa, no.

—Gracias, señor Duque.

Hay suspiro por parte de ambos. Y yo, pretendiendo que trabajar en su abdomen, sus muslos, pantorrillas y pies, no me hace nada, finalmente le pido que se dé vuelta.

Su espalda baja con esos hoyuelos es lo primero que veo, segundo su trasero, tercero sus espalda amplia y bien formada.

Agradezco tener un título que me permita hacer esto.

Mis manos llenas de mucho aceite se funden en él desde su coxis hasta arriba, haciendo que se remueva de nuevo, y vuelva a soltar ese sonido que me genera escalofríos.

Para cuando llevo unos segundos allí, me doy cuenta de algo; su cuerpo está realmente caliente, como si comenzara a tener fiebre. Sin embargo, me concentro en seguir con lo mío,  bajando a sus pompas por encima de su ropa interior.

—¿Hay problema si lo dejo de lado? —Su mano va hasta el elástico de su bóxer.

—No, para nada.

Finalmente tengo segundos después a la vista sus preciadas posaderas y debo  mantener el control total de mi profesionalismo cuando mis manos entran en contacto con ellas.

Es caliente, y están calientes.

Lo siento removerse un poco, mi respiración está inevitablemente agitada mientras las masajeo.

Creo que hubiese preferido no entrar en contacto con ellas directamente.

Bajo de allí a sus muslos; tengo una clara vista de dos amigas blancas y algo rosadas desde este punto.

Muerdo mi labio inferior y mi vista se fija en sus hoyuelos de Venus mientras intento hacer el masaje cerca de esa zona, hasta que finalmente llego a sus pantorrillas, y luego los pies.

El proceso debo repetirlo ahora en los puntos en donde el estrés se concentra, así que cuando me encuentro de nuevo en sus hombros, él suspira.

—Tus manos son las de un ángel, Marina...

—Gracias.

No puedo decir "Señor Duque" porque estoy bastante afectada ahora mismo por su cuerpo magistral completamente desnudo a mis manos y vista. Eso conjunto con el hecho de que siento que desde ayer no tiene intenciones de dejar de halagarme.

Por suerte la sesión termina unos tortuosos cuarenta minutos después, entre piedras, toallas y otros recursos de una cita completa.

Para cuando me doy cuenta él está dormido, con la toalla medio caliente tapando su espalda baja y lo que le sigue, por mi bienestar.

Suspiro.

Él ronca.

Y yo sonrío ampliamente al saber que lo he relajado tanto que he hecho que se duerma de esta forma cuando ha tenido una semana difícil.

Tomo la decisión de retirarme para ir a mi habitación y pienso que es una broma cuando al caminar puedo sentir mis labios menores mojados.

No es la primera vez que me pasa con él pero siempre he preferido hacerle caso omiso, como ahora también pienso hacerlo, mientras me dirijo a la cocina para saber si tengo alguna botella de alcohol por ahí.

Veo de reojo los claveles, lucen perfectos.

Exhalo cuando me estiro para tomar el vino que recuerdo trajo Hilla una noche y pienso en sus palabras justo cuando me sirvo una copa full.

Sí estoy necesitada. Hace precisamente un año de mi última relación. No he tenido tiempo más que para trabajar en la clínica, atender a mis clientes a domicilio, ir al gimnasio tres veces a la semana y recibir en casa a mi mejor amiga los sábados.

Me siento brutalmente cansada, así que verificando que René se encuentra de verdad dormido, me quito la parte de arriba del uniforme para ponerme una camisa de tiras, dejarlas a un lado y llenar mis manos de crema mentolada para darme mi propio masaje en mis hombros.

Al inicio todo va bien, me siento normal, pero cuando la imagen del castaño hace un instante llega a mi mente tengo que dejar de tocarme.

Tiemblo.

Cierro los ojos pareciéndome mentira que esto esté ocurriendo. De no haber abierto la boca lo hubiese dejado durmiendo en su gran Spa, y no aquí en el cuarto especial de mi apartamento, desnudo, y aunque roncando, luciendo perfectamente sensual.

Pienso en la forma en la que debo actuar respecto a él. Sí, pasar tiempo a su lado podrá sacarme la espina de qué carrizo es lo que oculta, pero también podría hacerme perder el conocimiento de qué es lo que me planteé hacer.

Porque viéndolo desde el punto de vista en que me dejo convencer de lo superficial, ¿y si lo que esconde podría decepcionarme sobremanera?

Me hago una nota mental, marcada como favorita, de que bajo ninguna circunstancia puedo dejar que me descoloque sin haberlo conocido de verdad.

Para cuando termino la cuarta copa de vino lo veo salir ya vestido de la habitación, así que apago el televisor y bajo mis pies de la mesita, dejando la botella y la copa a un lado.

—¿Invitas? —Sonríe señalando la copa.

Yo asiento con otra sonrisa mientras me levanto, le hago una seña para que se siente frente a mí, y me doy vuelta para buscar otra copa así pero con más hielo.

Siento su mirada en mi nuca y lamento no haberme traído la botella completa para beberla de un sorbo ahora mismo.

Entre convencerme de una cosa u otra, no dejo de pensar en que le parezco Hermosa.

 

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