3: La Familia Duque.

Narra Marina.

No pretendía pasar tanto tiempo con la familia Duque pero al terminar la jornada con éxito todos me arrastraron a un restaurante tan fino que, al entrar, me hizo sentir que mi forma de vestir era la de un payaso.

A la mayoría de ellos no parece preocuparles el hecho de que han pasado todo el día de pie, con sol, calor, y demás cosas agotadoras, pues tal cual como vi a la mayoría esta mañana se encuentran en esta gran mesa, conversando y sonriendo de anécdotas con los niños de hoy, por lo que yo solo me conformo con escucharlos y sonreír también aunque a veces hablen en español y yo no entienda.

Desde que los conocí, siento que tienen algo diferente a cualquier otro grupo de personas con los que haya tenido que compartir, incluso con mis padres. Y creo que juega mucho a su favor el hecho de que sean latinos, pues tienen una energía que contagia a cualquiera.

Bueno, casi todos.

—¿Entonces me vas a negar que tú y Marina no fueron novios en la universidad? —dice Roxana.

Me ahogo con el jugo.

Siento la mano de Rodrigo, quien está a mi lado, darme algunas palmadas en la espalda.

—¡Lo sabía!

Veo a la señora Natalia chocando la mano con su hija Roxana, y de inmediato me sonrojo.

—Sí así fuera no tenemos que decirlo ¿cierto, Marina? —me pregunta Rodrigo.

—No hay problema —digo tragando ya bien, sin poder evitar ver a René quien está al lado de su padre, en la esquina de la gran mesa—. No tuvimos nada.

—Bien, a ella sí le creo —dice Roberto, otro de los hermanos, mirando a su madre—. Y es por eso que pronto nos vamos a casar, Marina. Los hermanos Duque tenemos una regla clara: jamás la misma chica. Así que estás libre para alguno de nosotros, o preferiblemente para mí.

Todos ríen, menos sus padres, y yo lo hago pero sintiéndome algo incómoda.

Rodrigo se acerca un poco a mi oído y antes de que hable ya tengo la mirada de René, mientras toma agua, encima de mí.

—Todo lo que puedas considerar como abuso de confianza, es broma, ¿vale? —me susurra Rodrigo.

—Tranquilo, no lo he olvidado —le digo casi en baja voz porque esa advertencia me la dio hace años.

—Bueno, ya basta, dejen a la pobre chica en paz. Hoy ha sido un bonito día, Roberto, compórtate y ya madura ¿sí?

—Jamás… —Él niega hacia su padre—. No soy fruta para madurar.

Sus hermanos ríen, excepto René quien parece querer decir algo.

—Está verde, por eso jamás ha pisado tierra. Se sostiene del árbol como garrapata en perro.

Hay un pequeño silencio que me hace verlo mientras paso un mechón de mi cabello por mi oreja, sintiéndome intimidada por su mirada de nuevo.

Su lado sarcástico y cara de amargado es realmente nuevo para mí. Así que estoy intentando explicarme por qué incluso así no deja de lucir atractivo.

—Ay, ¡no empiecen! —habla Raúl, el menor de los Duque.

—¿Qué les parece si brindamos antes de comer? —inquiere la gemela de Roxana como clara señal de que eso se iba a convertir en algo para lo que yo no estaba  preparada—. Por más vida, salud y prosperidad para nuestra familia, y para nuestra invitada.

La mayoría me ve, les devuelvo la sonrisa cuando ella se levanta con su vaso de jugo.

—¡Por la familia Duque! —decimos todos chocando los vasos.

—Y por la invitada… —Roberto dirige su vaso al de su hermano mayor, y René lo deja en visto, tecnológicamente hablando.

No quiero sentir que hay algo que le ha molestado a René. Desde que acepté venir con ellos ha cambiado su actitud conmigo, se ha mantenido alejado, observante, como si fuese yo una presa, me hace sentir incómoda. Y aunque realmente necesito saber el por qué, siento que debo hacerlo en el momento adecuado.

En el transcurso de la velada cada integrante de la familia, a excepción de dos quienes no vinieron, me hace saber exactamente qué hace. Entonces pronto me entero que en la familia hay una odontóloga, optometrista, hay músicos, pintores, profesores, empresarios y modelos.

Y un beisbolista, claro está. Uno que se mantuvo gran parte de la velada en algún sitio que no es el restaurante y ahora regresa diciéndole algo a sus padres para luego mirarme a mí.

—¿Te llevo a casa? —me pregunta el beisbolista.

Siento la mirada de varios en mí pero ya que solo puedo verlo a él, asiento. Pronto me despido de todos, de las chicas con abrazos, de los chicos con apretones de mano excepto con Rodrigo quien inesperadamente abre sus brazos, nos recibimos y lo siento sonreír.

—Estamos en contacto.

—Claro —le digo al separarnos.

Siento que algo ha cambiado en él desde hace dos meses y tengo curiosidad por saber qué es, así como el por qué hay un grupo de hermanos que no parecen compartir más que palabras superficiales, todo lo contrario a la última vez que los tuve a todos así de juntos, y sobretodo, por el hecho de que el silencio en el Ferrari de René comience a ser molesto.

—¿No querías que fuera a cenar? —la pregunta sale de mi boca sin más, y aunque me siento apenada porque creo que acabo de saltar otra línea, a él no parece molestarle.

—Le gustas a Roberto —dice como si ello...

¿Qué está pasando?

—¿Y... estás molesto por eso?

—Él tiene prometida —responde, dejándome con el corazón en la boca, o sea que... ¿Pero por qué está molesto exactamente?—. Su prometida es mi mejor amiga, se llama Karen, la conoces.

Asiento tragando hondo porque recuerdo que en la segunda cita que tuvo él conmigo, ella llegó de la nada, tuvimos que parar el masaje como por veinte minutos y ella salió verdaderamente afectada de allí. Yo no sabía que era su cuñada, pensé que era su novia o algo así, por lo que en la cuarta cita cuando la volví a ver actuando como si fuesen mejores amigos, tuve la idea de que habían terminado pero en buenos términos.

Bien, entonces ella es la que sabe su secreto.

—Sí la recuerdo.

—Entonces lo que me molesta es que tenga el descaro de decirte cosas delante de todos estando a días de casarse. Es decir… —Aprieta el volante—. No se toma nada en serio y yo... no quiero que vaya a lastimarla.

—Entiendo —le hago saber—. No te preocupes, no voy a darle pie a nada.

—Tú no me preocupas, Marina… —Me ve de reojo y luego vuelve a la carretera—. Creo que eres demasiado lista como para dejarte envolver por un hombre como él, y yo... ¡diablos!

El ambiente se siente demasiado tenso. Y de nuevo cuando me ve está esa mirada.

—Está bien... —intento calmarlo.

—Jamás hablo mal de él, es mi sangre, lo siento, pero no comparto su estilo de vida.

—Entiendo —digo con voz suave.

Él me ve y asiente con lentitud. Aunque esa mirada sigue, el ambiente se estabiliza cuando abre las ventanas y la brisa entra.

Pienso que se ha arrepentido de quizá ser demasiado abierto conmigo al decirme algo de su familia que le preocupa; pero me siento bien con el hecho de que sienta que puede decirme estas cosas después de que lleváramos tantas semanas envolviendo temas solo en lo profesional.

Seguimos el camino cuando le comento que en su momento libre en la tarde, Roxana le vació el bol de dulces a un niño que de repente le dijo que era la mujer más hermosa que había visto en su vida. Todos morimos de ternura, pero ella más, así que luego tuvimos a algunos niños rebeldes llorando porque los caramelos se habían acabado y ella tuvo que ir por más.

El castaño solo ríe con todo lo que le he dicho, y me da alegría saber que he logrado manejar su humor, por lo que antes de bajarme del auto, le extiendo una sonrisa.

—Gracias por traerme.

—Es un placer, Marina.

El peso que tiene su mirada para con mi cuerpo me desconcierta.

Quisiera tener esa fuerza de rebeldía que tenía en la secundaria, decirle algo como "¿Quieres conocer mi cuarto?" Y parar besándome en la puerta con él, y quizás más allá.

Pero sé que él no sería capaz, y yo tampoco a estas alturas de mi vida.

Además ni siquiera estoy segura de él y... achs.

—¡Salud!

—Gracias… —respondo, aunque fue un quejido y no un estornudo.

—¿Eres alérgica a algo? —me pregunta.

—Bueno, a los romeros, a los enlatados y al particular perfume que usa ese hombre de seguridad… —Cuando lo señalo, René saluda el vigilante de la residencia por lo que este le devuelve el saludo con alegría al notar quién es.

—Entendido —expresa con una sonrisa.

Y yo sigo aquí, apoyada de la ventana, con mi mochila llena de cosas en la espalda, mirándolo, queriendo decirle algo.

—Buenas noches, señor Duque —suelto finalmente.

—Marina... —Rápido vuelvo a apoyarme de la ventana cuando me llama. Me siento patética—. ¿Harás algo mañana?

—¿Por...?

—Yo, es que... —Mira el volante—. No sabía que dabas masajes anti-estrés realmente.

—Oh... —Me siento un poco decepcionada porque esperaba otra respuesta, pero rápido me recupero—. Salgo del trabajo a las cinco, creo que...

—A esa hora está bien, bueno, si no llegas muy cansada yo... estoy disponible.

—Bien... —Le sonrío.

¿Cómo le digo que no?

—Entonces mañana a las ¿siete? En casa, o...

—Tengo un cuarto especial en mi apartamento equipado —digo rápido.

Suelto el aire.

René me mira profundamente.

—Bien, entonces yo vengo, a las siete.

—A las siete.

—Bye, descansa.

—Igualmente... —Suspiro al verlo irse.

¿Son ideas mías o estaba más nervioso que yo?

Mi teléfono suena. Es un número desconocido así que dejo que suene hasta que me encuentro segura en mi apartamento.

—¿Quién habla? —cuestiono.

—¿Sí te llevó a casa el amargado?

La voz del otro lado hace que vea en mi espejo mi cara cansada.

Desde la primera vez que me vio, Roberto se ha interesado en mí. Jamás supe que tenía novia, pero había conseguido mi usuario en una red social y había estado escribiendo, hace años, hasta que se cansó. Luego, cuando lo volví a ver en esa casa, estuvo aunque a la distancia atento a mí, hasta que hoy finalmente decidió tomar pie.

—¿Cómo conseguiste mi número?

—Eso no importa, preciosa.

Me rasco la oreja, pensando en una posible escena en dónde René sepa de esta conversación.

—Me enteré que vas a casarte… —le digo.

Hay silencio, sonrío por ello cuando quito mis zapatos deportivos.

—Sí, ¿te lo dijo él, verdad?

—Claro, es su mejor amiga tu prometida.

—¿Su mejor...? —La risa que suelta no me cae bien—. René ha estado toda la vida enamorado de Karen. Él no supera que ella me haya escogido a mí, así que no es mi culpa que quiera sabotear todo.

—Está mal lo que haces —le digo.

Me siento extraña porque por esto y los recuerdos de su actitud al hablar de la chica, comienzo a dudar de alguna forma del  beisbolista.

—Yo solo quiero hablar contigo ¿Qué tiene de malo?

—Pregúntale a tu futura esposa… —Y le cuelgo.

Jamás me ha gustado estar metida en problemas, y menos entre familia, es por ello que desde hace mucho tomé la decisión de alejarme de mis padres, de mi familia entera y hasta de ciertos amigos. Y es que prefiero perderlo todo, menos mi paz mental.

Aunque últimamente René Duque genere dudas en mí que me hagan saber que voy por mal camino.

El timbre suena inesperadamente tras darme una ducha y prepararme para ver tele un rato. Por lo que veo la hora, son las nueve de la noche. No espero a nadie, así que pensando lo peor, como que Roberto ha venido a molestar, me asomo por el ovillo, pero ya que solo veo a un chico vestido de naranja con algo en manos, abro.

—¿Señorita Grimaldi? —me pregunta y asiento—. Esto es para usted… —Me entrega una caja larga cuya letra en la tarjeta a simple vista me acelera rápido el corazón—. Firme aquí.

Rápido lo hago, y casi le lanzo la puerta en la cara al pobre chico para poder destapar la caja que tiembla en mis manos.

Son tres claveles rojos, hermosos. Tanto, que me hacen quedar hipnotizada por varios segundos.

"Ahora ya sé qué flores no debo regalarte. Gracias por todo el día de hoy, la familia Duque te lo agradece".

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